Las fronteras a primera vista son muros imaginarios que confinan límites arbitrarios. Desde luego, hay razones geográficas, políticas, culturales. Pero ninguno de estos argumentos ha superado la prueba del tiempo. Las fronteras son convenciones y su naturaleza reside en la movilidad y el cambio. Todos los países, otra convención, han corregido, transformado, mudado, empequeñeciendo o acrecentando sus fronteras. Hay países que desaparecieron, otros que se reconfiguraron, otros más que nacieron, siempre en virtud de esas cercas que, si se expresan en la realidad mediante una porción de tierra, no aseguran que no se modifiquen en un futuro. En ocasiones, las fronteras son visibles, altos muros amenazantes, como muestra del poderío de un país; en otras, el simple reconocimiento de la línea divisoria a la que no pocas veces contribuye la orografía. Sin importar las modalidades, siempre son porosas y permeables, porque la frontera se establece pasa traspasarse, en contra de lo comúnmente aceptado. Los límites convenidos invitan a la transgresión, no al respeto. Si las fronteras obedecieran a otras causas que no fueran las convenciones, sin duda se respetarían porque la prohibición de traspasarlas residiría en el ser humano y no en una arbitrariedad razonada. De manera que no hay posibilidad alguna de que las fronteras intimiden, ni que atemoricen, ni que limiten. Las fronteras existen paradójicamente para traspasarlas y no para aceptar sus límites.

Las migraciones en la actualidad son naturales. Hombres y mujeres, familias y comunidades, por diferentes causas, buscan un mejor presente y futuro. La falta de expectativas en sus lugares de origen impulsa estos movimientos. México cedió ante las exigencias de Trump. Y abdicó por un doble motivo: el temor a los aranceles con que había amenazado el vecino del norte y la aceptación de su complicidad a la hora de frustrar el derecho legítimo de cualquier ser humano a buscar su bienestar. La 4T, la misma que declaró la felicidad para todos los mexicanos, condena a la infelicidad a sus vecinos centroamericanos. Lo relevante es esta declaración del Gobierno de López Obrador, no la lucha en contra de la migración ilegal o legal. Para la 4T el ser humano no tiene derecho a ser feliz si no es mexicano. Un paso más allá en nuestro nacionalismo que en boca de Andrés Manuel comienza a adquirir significados perturbadores. El nacionalismo es una frontera mucho más nociva que la de muros y vallas porque en sí mismo es excluyente de todo lo que no se considere propio.

El Gobierno Federal sabe de primera mano que no podrá combatir el flujo migratorio puesto que no puede enfrentar la libertad y la voluntad del ser humano. No le asiste la razón, únicamente el interés. La claudicación del Estado mexicano envía un mensaje desalentador a Centroamérica, pero también a nuestros compatriotas establecidos en Estados Unidos. Migrar, cruzar fronteras es natural, no lo es tratar de impedirlo. México no cuenta ni con los medios ni con los instrumentos para cumplimentar el acuerdo firmado con Trump. La única manera de evitar el flujo es asegurar en los países de origen condiciones de vida para sus ciudadanos. La decisión de López Obrador quizás le da a México unos días más de esperanza para que no suban los aranceles. Todo indica, sin embargo, que cumpla o no cumpla con lo acordado, se implementarán.

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