Hacia junio de 1992, Gutierre Tibón confesaba que, entre los años 60 y 90 del siglo pasado, empecé “poco a poco a darme cuenta de que la lengua no goza de buena salud”, se refería al castellano y consideraba que “reclama urgente tratamiento de pequeñas enfermedades y de otras más graves”. Entre otras cosas creía en “la hispanización integral de la lengua común frente a la conservación latinizante, o sea etimológica”, por lo que, como Miguel de Unamuno, sostenía que se debían “eliminar los grupos consonánticos ‘cultos’, o sea del latín”, como en subscriptor y obscuro.

Quinientos años antes, Elio Antonio de Nebrija, que afirmaba que la lengua castellana “no es otra cosa sino latín corrompido”, y en su Gramática de la lengua castellana, editada en 1492, escribió que había cinco letras que no sirven “por sí mesmas”: h, g, k, x, y. La k y la q “no tienen oficio alguno... y por consiguiente... son ociosas”.

No sin ironía y algo de provocación, a sus coloquios con Elda Sandoval, Ramiro Aguirre y Hermenegildo García Galván, Gutierre Tibón los llamó, en el libro que conforman: Nuevo diálogo de la lengua. Así ablaremos i escribiremos en el siglo XXI. Nueva pronuncia, y a pesar de que propone suprimir la x de la escritura de ciertas palabras porque no se corresponde con la fonética, “¡Será más presente que nunca, porque es la letra-símbolo de México, el aspa mística del mayor país de lengua castellana”. Ramón María del Valle-Inclán aseguraba con vehemencia que se había decidido por México porque se escribe con la x.

Gutierre Tibón no propugnaba la supresión de la ortografía, sino que incitaba que la escritura debía representar fielmente el habla, sin los indicios onerosos del pasado del idioma. Fernando Lázaro Carreter, que no desdeñaba la idea, argumentaba, sin embargo, en un artículo periódico de 1976, que “hay, además, un obstáculo que se alza como prácticamente insalvable a la hora de pensar en una norma ortográfica paralela a una presunta norma fonética, y es el hecho de que cortaríamos con toda nuestra cultura escrita, aun la más próxima a nosotros, la cual adquiriría repentinamente un aire remoto y ajeno”.

Gutierre Tibón sabía que “la x no es un misterio". De su uso en matemáticas para representar una cantidad desconocida ha pasado a designar una persona, un objeto, un factor cuyo nombre verdadero se ignora o se encubre a propósito”.

Entre las máquinas de escribir que ha concebido el hombre (así se dice), no resulta la menos asombrosa y acaso mitológica la “más menuda, pero robusta y de bajo precio”: Hermes Baby, que maquinó hacia 1932, en Basilea, Gutierre Tibón, que hacia 1949 fundó en México la fábrica de máquinas de escribir Olivetti Mexicana porque se lo propuso el ingeniero Adriano Olivetti.

Recuerdo el diseño de las máquinas de escribir Olivetti, con la inexorable sutileza práctica del diseño italiano. No prescindía de ningún signo ortográfico ni, por ello, de la tilde que marca gráficamente el acento de ciertas palabras.

En 1976, Fernando Lázaro Carreter advertía la suerte de menosprecio que rodea a la ortografía. “El descrédito social que se seguía en tiempos no muy lejanos para quien cometía faltas, se ha trocado hoy en indiferencia”. Los modernos, adictos a la tecnología, parecen condenados a ignorar la ortografía y acaso a preciarse de ello, entre otras cosas, porque en las maquinitas que paradójicamente llaman “inteligentes” resulta imposible escribir correctamente porque carecen de la tecla virtual del acento y de la de algunos signos esenciales como los que indican el principio de una interrogación o de una admiración. Esos adictos orgullosos de su adicción maquinal reducen las escasas palabras que medio conocen a una sola letra y sus simulacros de sensibilidad los oprimen compulsivamente con jeroglíficos cursimente estúpidos. Los productores y mercaderes de maquinitas “inteligentes” parecen más perniciosos para la educación que ciertos maestros a los que se acusa de “revoltosos”.

“La lengua es un instrumento para propagar las ideas”, escribió Alberto Savinio en su Nueva enciclopedia, “pero la lengua busca fuerza, eficacia, expresión, belleza, y la lengua se vuelve rara y aislada: más bella y para poca gente, y, de esta manera, renuncia a su función, a su fin”, por lo que invitaba “a soltar la lengua, a desabrocharla, a desceñirla, a sacarla de su ‘regionalismo’, a fin de que, libre, fluida, incolora, insípida, desaparezca como tal y deje paso libre a las ideas”.

Deplorablemente los modernos no han podido liberar la lengua porque la ignoran y sus “ideas” proceden de las maquinitas que venden como inteligentes.

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