El viernes pasado Miguel Ángel Mancera dejó de buscar la candidatura presidencial del Frente conformado por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano, y le dejó el campo libre al panista Ricardo Anaya.

Tras una serie de negociaciones cerradas, se había llegado a la decisión de que Acción Nacional elegiría al candidato presidencial rumbo a 2018, y que el PRD definiría al abanderado a la jefatura de gobierno de la CDMX.

Luego, todo se movió en cascada: Alejandra Barrales dijo que Mancera podría ser un buen jefe de campaña de Ricardo Anaya.

Mancera declinó el ofrecimiento, y anunció que permanecerá en la jefatura del gobierno capitalino, “para continuar con las labores de reconstrucción de la ciudad”.

En algunas columnas esto fue leído como una humillación al hombre que se ha atribuido la creación del Frente.

Mancera, por su parte, lamentó “que no haya existido un proceso abierto y democrático para competir por la candidatura a la Presidencia de la República”. Sin embargo, aseguró que respetaba la decisión del PRD, dijo que seguiría apoyando a la coalición, a la que vio como “una opción de cambio”, y prometió no ser “un factor de de división ni de freno para que el Frente avance”.

Mancera estaba abajo en todas las encuestas publicadas y no publicadas. Como parte del acuerdo que culminó con su retiro, y después de una intensa discusión entre las tribus perredistas, se perfiló a Manuel Granados —ex asesor jurídico del gobierno capitalino; es decir, abogado del gobierno de Mancera—, como presidente nacional del PRD.

La lectura, obviamente, fue que se había compensado al actual jefe de gobierno por su retiro, con la entrega del PRD, un partido al que le tocará el reparto de candidaturas en 104 distritos (contra 144 del PAN y 52 de Movimiento Ciudadano). Además de la candidatura del Frente al gobierno capitalino, este partido decidirá las que serán lanzadas a los gobiernos de Tabasco, Chiapas y Morelos.

Como parte de la cascada de noticias de este convulso fin de semana se anunciaron las renuncias del secretario de Desarrollo Económico de la Ciudad de México, Salomón Chertorivski, y del titular de Salud local, Armando Ahued.

Ambos anunciaron que también competirían por la candidatura del PRD al gobierno capitalino.

En el círculo próximo a Barrales, y entre quienes habían visto a la ex dirigente del sol azteca como virtual candidata de la coalición Por México al Frente —como se ha dicho, de último momento se le eliminó al Frente lo que al final había resultado un estorbo político y discursivo: aquello de “Ciudadano”—, la noticia fue tomada con preocupación.

Parecía traer la tarjeta de presentación del doctor Mancera. En lugar de “planchar” el triunfo de Barrales, permitió el arribo a la palestra de dos huesos difíciles de roer.

No solo por el perfil de Ahued, impulsor de uno de los principales programas sociales de la CDMX, el de Médico en Tu Casa, sino por el de Chertorivski.

Durante la gestión de este funcionario, la ciudad volvió a crecer por encima del promedio nacional. Se construyó la propuesta de incremento al salario mínimo. Se desarrolló una política pública para pymes. Se abrió la oficina de información económica más importante del mundo, con una plataforma de consulta gratuita con más de 50 millones de variables.

Se abrió también la discusión sobre el futuro del terreno del actual Aeropuerto, que podría cambiar el signo histórico del oriente de la capital, y se desarrolló el primer programa para recuperar y fomentar los mercados públicos: 40 de ellos fueron reconstruidos.

No solo eso: Chertorivski podría atraer hacia su campaña el apoyo de importantes círculos empresariales y comerciales.

Parece claro que el movimiento de Mancera no es para imponer a dos “Juanitos” que sirvan para legitimar un proceso de elección.

Habrá una verdadera batalla por la candidatura. Y en esa guerra, Barrales, aunque está arriba en las encuestas, todavía no tiene asegurado nada.

El desquite de Mancera parece estar en marcha.

@hdemauleon
demauleon@hotmail.com

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