Durante la reciente y muy discutida charla entre el candidato AMLO y un grupo de periodistas e intelectuales que organizó el diario Milenio, Jesús Silva-Herzog Márquez cuestionó al candidato sobre un problema intrigante.

Se trata de entender si la política del candidato AMLO, ahora que sea Presidente, en el sentido de que las universidades no rechazarán a nadie que solicite un lugar en ellas, no implica un agravio a su autonomía toda vez que —como es obvio— una universidad autónoma se otorga reglamentos que norman los requisitos de ingreso.

La intervención del Ejecutivo en la modificación de esas normas, se diría, viola esa autonomía. El asunto es interesante no sólo por la anunciada intrusión del Ejecutivo en un ámbito que no le compete, sino en lo que augura sobre el estilo personal de gobernar que AMLO pondrá en práctica.

Cuestionado por Silva-Herzog, AMLO proclamó su habitual duplicidad: anunció que intervendrá ejecutivamente en los métodos de selección pero a la vez declaró, en relación a la autonomía, que “yo no me meto en eso, soy respetuoso de eso”. ¿Qué pensar? Por lo pronto que prometer que “no habrá rechazados” es una orden, y que, por tanto, los mecanismos de ingreso dependen de su voluntad.

La elección misma del término “rechazados” para denominar a quienes no logran buen puntaje en los exámenes ya refleja cierta afinidad con la ideología de Pierre Bourdieu en el sentido de cómo cualquier “distinción” conlleva una “exclusión” y promueve la idea (esencialmente inhumana) de una “excelencia” social.

Una ideología que replican los asesores de AMLO, como el Sr. Manuel Pérez Rocha, a quien considera “un gran pedagogo”, diseñador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), creada en 2001, cuando la excelencia social de AMLO lo hizo jefe de gobierno. Se recordará que como la UACM no “rechaza” a nadie, todos pueden ingresar a ella, pero como todos son muchos, lo que decide el ingreso es un sorteo ante notario.

Un aspecto curioso del debate fue la certidumbre que tiene AMLO en el sentido de que el examen de admisión a la UNAM y a las universidades en general es una “mentira”. Acusar de mentirosa a la UNAM, me parece, es cosa seria. Ignoro con qué pruebas cuenta el candidato, pero no ignora él su certidumbre: “los rechazan con la mentira de que no pasan el examen de admisión cuando no es cierto que no pasen el examen de admisión.”

Atiza. Por mi raza hablará Pinocho.

La solución para que el Espíritu retome el habla será que las universidades actúen en “conjunto” con el Ejecutivo (y sus pedagogos asesores, magos del azar dialéctico y merlines de la tómbola igualitaria). La forma de lograr que no haya “rechazados” será aumentar el presupuesto para que haya más espacios disponibles y entonces ya no sean necesarios los exámenes de admisión. Un presupuesto capaz de abrir 2 millones de nuevos lugares en las universidades, edificios, laboratorios, gis y, desde luego, 100 mil maestros capaces de educarlos.

Vamos hacia una utopía educativa, concluyó AMLO. Una utopía a la vuelta de un sexenio (o dos). El modelo de la UACM ya probó que las utopías son empaquetables: las universidades escaparán de “la dictadura de los diplomas” y de los criterios “eficientistas” y “neoliberales” que piden resultados. Todos serán estudiantes, “ciudadanos conscientes” con “compromiso social” y “pensamiento crítico”. No se trata de educar ingenieros, sino de formar personas “intransigentes con la injusticia, la miseria y el sojuzgamiento”, etcétera.

Pero… ¿cómo se calificará la adquisición de “conciencia social” en una universidad con un millón de estudiantes? “Pasante de ingeniería: ¿cómo se construye un puente peatonal de 200 metros de longitud?” Si la respuesta es “con voluntad férrea para que por él transite una sociedad más justa”, el pasante merecerá 10 en conciencia, pero… ¿y en ingeniería?

Hace años, con franqueza encomiable, el Sr. Pérez Rocha narró cómo AMLO le ordenó crear la UACM en seis meses. Una universidad “nueva”, no una “que pudiéramos haber copiado de cualquier otra institución”. El resultado fueron “muchos déficits de organización”, claro, por lo que la estrategia fue “ir estructurando la universidad conforme su vida lo fuera exigiendo”.

Pues todo indica que así van a estructurarse, pronto, todas las universidades públicas y privadas de México, autónomas o no.

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