La reciente exhibición del poder de El Dedo del licenciado AMLO fue bastante espectacular. Luego de una consulta popular con sus asesores más cercanos (su falange, su falangina y su falangeta) su vivaracho Dedo, en asamblea a mano alzada, se pronunció el solo colectivamente en favor de la Dra. Claudia Sheinbaum como candidata de MoReNa a jefaturar a la Ciudad de México. El Dedo de Él eligió.

No dejó de ser incómodo que esa voluntad democráticamente expresada por El Dedo superior del dueño —o líder, o guía, o lo que sea— de un partido político, en vez de asumirse sinceramente como un acto dictatorial, procurase disimularse como “encuesta” o “sondeo”; que se haya atrincherado en una metodología tan secreta que ni la opinión pública —que financia con sus impuestos a ese partido— ni tampoco los militantes de MoReNa tuvieron acceso a ella.

Manifestar asombro o externar críticas a ese cónclave, al que sólo asistieron su Papa y su Dedo (y al parecer su hijo), suscita de inmediato la muy mexicano y consabida dialéctica “¿y los otros qué?”.

Claro: los usos y abusos del PRI a la hora de destapar candidatos, tan ceremoniales y rococós, son fastuosas puestas en escena calculadas para gesticular que el ungido lo es por decisión de “las fuerzas vivas” y no por orden del Maximino en turno. Claro: documentar la consubstancial farsa de sus métodos electorales sería tan complejo, e inútil, como el consabido mapa de tamaño natural. No íbamos a ignorarlo luego de años de destapes y destapacaños.

Pero se diría que haber sufrido el autoritarismo secular del PRI en materia de “destapes” conlleva la resignación de que un partido con apenas tres años de edad ya haga suya la antidemocracia del PRI, ese partido al que MoReNa llama “la mafia del poder”. “Estamos luchando contra el autoritarismo endémico del Estado mexicano”, parecería que proclaman, “y nuestra forma de luchar es… imitándolo.”

Sí: el PRI es peor, pero sólo porque ha practicado durante más tiempo un método deleznable que MoReNa apenas ha practicado unas cuantas veces y, ahora, por tratarse de la Ciudad de México, con superior descaro. La exhibición que ha hecho AMLO de su Dedo mandamás y de sus métodos electorales secretos, sin embargo, supera los del PRI por otro motivo: se suponía que MoReNa representaba a una izquierda moderna. Y bueno, la forma en que se llevó a cabo el destape de Sheinbaum no es esencialmente distinta a la que emplearon Calles, Ávila Camacho o Echeverría.

Los izquierdistas tendremos que evitar que la izquierda mexicana sea de un solo hombre; tenemos que substituir el monopólico protagonismo del líder por métodos de dirección más colectivos; tenemos que impedir el hecho de que AMLO, en su sola persona, haya substituido al Partido. Es necesario discutir su papel como dirigente indiscutible, los métodos de dirección y el estilo individualista de dirigir, así como la creación de nuevos mecanismos de deliberación y de decisión. Habría que convencerlo de que el trabajo individualista es una forma obsoleta de dirección política. De que, en tanto que a un partido sólo lo puede hacer el trabajo colectivo, su dirección tiene que ser colectiva y colegiada. (No enfurezcáis conmigo: el párrafo anterior fue redactado en 2013 por Arnaldo Córdova cuando llamó a impedir que la militancia de MoReNa y su Líder único se confundiesen en una sola entidad.)

El viaje de AMLO como militante del PRI a militante del PRD, y de ahí a la monarquía absoluta sobre un partido político que, para todo efecto, es su propiedad personal (como el PT, su aliado, lo es de Kim Jong Anaya, o el Verde es de los González, etcétera) no deja de marcarlo como otro plenipotenciario profesional.

No haber logrado (ni para el caso buscado) la democratización de Su Partido, mientras exige la democratización de todo lo demás (desde los medios hasta la Femexfut y la UNAM), lo descalifica como izquierdista, pero lo reivindica como lo que, al parecer, se obstina en ser: un nacionalista revolucionario (y prematuramente institucional). Que lo haga a nombre de la izquierda, en cambio, nos degrada a todos.

Andrés Manuel López Elector debería empezar, pues, por democratizar a su Dedo.

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