Los animales dentro de sus jaulas en el zoológico no significan un peligro para los seres humanos. Los hombres encerrados dentro de sus automóviles sí (escribió Norbert Elias, en Humana conditio). El hombre libre es peligroso; y basta. ¿Por qué? Porque no hay en la tierra dos humanos parecidos. Y la mínima diferencia puede ser el comienzo de una desgracia. Aun así me decanto por la libertad y me atrevo a sufrir las consecuencias. En efecto, el imbécil idealista perdona a priori a los rufianes. Otro ejemplo: los hombres libres confinados por su propia decisión en una cantina son una bomba de tiempo; si dejamos que corra las horas tarde o temprano causarán un disturbio, perderán la conciencia, se volverán otros, mostrarán su vómito y su penuria, se abrirán el corazón para exponer sus penas y de allí emergerá la pus y el gusano.

Estoy al tanto de la condición de los jubilados en México; de su incapacidad de ahorro debido a sus salarios miserables y a un rechazo ilógico y congénito a la prevención en sí: del aumento de la esperanza de vida; y de la sospecha bien fundada de que en muy pocos años los jubilados serán uno de los mayores problemas sociales en el país. ¿Y qué?, me digo a mí mismo. Los hombres libres dan problemas cuando nacen, cuando son niños, adolescentes, van a la universidad o se casan; dan problemas cuando quieren subir en la escalinata social, cuando se vuelven exitosos o caen en la miseria, cuando se hacen viejos, enfermos, frustrados o cuando se mueren. ¿No sería mejor enjaularlos? ¡No! La libertad. La libertad. Además, ¿quién va a enclaustrarlos? ¿Los patos, los extraterrestres? ¿Dónde se encuentra ese añorado castillo de la pureza? En nadie debe caber duda de que cada nacimiento es un oprobio en potencia disfrazado de idealismo y esperanza. Es preferible pensarlo así y no decepcionarse después con los crímenes y andanzas de un bulto humano y criminal que en su infancia era un pimpollo.

¡Cuántas personas aguardan la jubilación como un paraíso anhelado durante décadas! Dejarán atrás el martirio de su trabajo y serán todavía más libres. El patetismo de situación semejante corroe la sensibilidad más dura inclusive. He tenido el siguiente diálogo con un jubilado que bebía de su vaso a sorbos contenidos y que se consideraba a sí mismo un hombre que había cumplido su deber, que debía finalmente ser respetado por los no jubilados, y que podía interrumpir mi lectura en la mesa de un bar. Lo que deseaba el sexagenario era brindar con alguien y celebrar su reciente retiro de una oficina de gobierno. Resumo el diálogo brevemente.

—Finalmente me jubilé; ahora sí a gozar la vida —confesó, cuba en mano.

—¿Y antes no la gozó?

—Sí, pero tenía que trabajar, ya sabes, ocho a diez horas diarias. Ya tengo mi pensión. Y además una familia maravillosa.

—¿Y por qué nadie de su familia lo acompaña a celebrar? —pregunté yo.

—Están ocupados en sus asuntos. ¿Y además, quién quiere celebrar con la familia? Más noche iré a un table dance.

—Es decir, que comienza una nueva vida. Lo felicito.

—Sí, aunque lleno de enfermedades. Pero ¿qué le va uno a hacer?, los achaques, mano.

—¿No le gustaba su trabajo? —pregunté.

—No, a quién le gusta trabajar, y menos por un salario de mierda.

—Salud por su nueva vida —levanté mi vaso, le hice un par de falsos halagos y volví a mi lectura.

Sin embargo, ya no pude concentrarme y reflexioné en mi propia condición. Para alguien que nunca ha pensado en jubilarse o retirarse ¿cuál sería el límite de su actividad? ¿El agotamiento de sus habilidades, la depresión, la soledad? Porque yo necesito escribir, y mientras no llegue la muerte o el suicidio continuaré acudiendo a los libros y a la escritura. Y ello aunque nadie lea mis novelas o mis artículos. Mi fondo para el retiro es un hoyo en la tierra o una incineradora. Mi pensión es la suspensión. Mis ahorros circulan por el viento, como debe ser en alguien que se cree eterno y actúa como tal. De lo que estoy seguro es de que no quiero ser un jubilado que brinda porque ha abandonado su trabajo. Maldita sea; ¿qué porcentaje de la población está ahora realizando un trabajo o una labor que aborrece y esperando el retiro o la jubilación? No quiero enterarme; no hay cifras para ello, sólo frustración y amargura, odio y resentimiento que se palpa en el ambiente como una densa neblina. Y en unas décadas serán mayoría. Qué bello futuro está por hacerse presente. Es posible que yo exagere (la literatura es también una exageración del alma), mas pienso que un zoológico para jubilados sería una locura fantástica; irías al lugar de su encierro y te contarían su historia; se tomarían su tiempo y te aconsejarían. Y una vez que escuches sus consejos te dedicarías a hacer justamente lo contrario.

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