No recuerdo haber hablado con mi papá de los sueños. Ni de los sueños de la vida ni de los sueños de la noche. Hay personas con las que se da de manera natural hablar de los sueños, y otras con quienes no necesariamente. Supongo que con alguien habrá hablado él de sus sueños, pero con la familia no. Así pasa.

Con nosotros habla del día a día, de un poco de lo mismo, pero en días diferentes. De la oficina, de que si a tal o cual persona le pasó tal o cual cosa, y de asuntos más triviales que los sueños. Eso sí, habla con frecuencia de lo que le causa orgullo, por ejemplo, de sus nietos. Antes de convertirse en abuelo nos contaba del suyo, del papá de su mamá.

Me gustaría pedirle más detalles, pero está muy adormilado —quizás soñando—, aún en el hospital y sin energía para platicar ni de sueños ni del tipo de

cambio. El caso es que solía decirnos que su abuelo, James Duncan Wood, había sido entrenador del Necaxa.

Procedente de Escocia , llegó a México para trabajar en Luz y Fuerza del Centro , y después, no sé cómo, se convirtió en director técnico en el equipo electricista. Aunque no encontré en ningún lado información al respecto, quiero creer que fue cierto, pues es por esa historia que en casa somos necaxistas.

Hace unas semanas, cuando mi papá todavía tenía fuerza para sostener una conversación, con alivio le platicó a mi hermano lo que aquella noche había soñado:

“Estaba jugando, era futbolista profesional”. Curiosamente, por la tarde llegó a auscultarlo el doctor Erick Vidal Andrade , de terapia intensiva y empezó a contarle de la vez que vino desde su natal Bolivia al Mundial de México ‘86 y se quedó. Futbolista de corazón, rápido se enamoró de nuestro país y, también, nada menos y nada más que… del Necaxa.

En plena coincidencia aprovechó para revisar su memoria y le preguntó a mi papá por jugadores de la gloriosa escuadra de los 90. —¿De quiénes te acuerdas, Paco? —De Ivo Basay, de Aguinaga… El doctor le ayudó con Becerril, Cuchillo Herrera, Peláez, García Aspe, Ambriz, el Matador y, sin saberlo, seguramente invocó además al desconocido James Duncan , quien quizás desde otra dimensión acompaña y entrena a mi padre —su nieto—, en esta parte complementaria cuyo desenlace desconocemos, pues en el futbol todo puede pasar.

Apenas el miércoles pasado, mientras mi papá continuaba sumergido en el sueño, el doctor Vidal se acercó a examinarlo y trató de despertarlo: “Hola, Paco, intenta abrir los ojos”. Yo veía la escena y también le hablaba, aunque en silencio: “Vamos, pa, abre los ojos, es hora de hablar de los sueños”.

Hoy vamos un poco mejor. ¡Fuerza, Rayos !

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