Suele decirse que la vida de los países y de sus ciudadanos, para bien o para mal, está marcada, cuando no determinada, por la calidad y los propósitos de sus instituciones. En mi caso, la vivencia universitaria y la de la UNAM es profunda, viva, sólo espero que vaya siempre conmigo.

Ahí hice dos carreras. La de contador y la de economista, casi gratuitamente cuando la cuota anual era de 220 pesos. La UNAM contribuía a formar a las élites profesionales, gubernamentales y privadas del país y a abrir puertas a todos, sin discriminación, imprimiendo certeza a la necesaria movilidad social. Se discutían, se vivían los valores de la democracia, de la dedicación, del esfuerzo y de la convivencia. También de ahí extraje a mis mejores amigos, los que duran toda la vida.

La Universidad de México no sólo ofrecía con esmero enseñanzas semejantes a las de otros centros de estudio del mundo. Además, su campus inaugurado en 1953, aparte de hermoso, fue enriquecido por formas culturales e históricas de las tradiciones mexicanas. Sólo recuérdese el diseño externo e interno de los jardines de la biblioteca, de la Rectoría, sus murales y el cobijo prestado a la pirámide de Cuicuilco.

En mi caso, la UNAM me enseñó mi profesión y también me ofreció los primeros empleos. En la Dirección de Servicios Sociales participé en programas innovadores de vinculación estudiantil con temas sociales importantes. Cito dos casos. La Bolsa Universitaria de Trabajo intentaba buscar ocupaciones remuneradas a estudiantes al salir de sus estudios o antes si las condiciones económicas de sus familias lo justificaban. El otro programa fue el de “las misiones universitarias”, integradas por alumnos de las diversas escuelas y especialidades para dar asesoría a comunidades pobres en términos de salud, alfabetización, pequeñas obras de ingeniería y de comercialización de sus productos.

Después trabajé como profesor e investigador de la propia Universidad por más de dos décadas antes de emigrar al gobierno o a organismos internacionales. Para mi buena fortuna, el peregrinaje terminó y estoy de vuelta en la Universidad, que me encomendó la revista Economía UNAM . Los tiempos de trabajo universitario fueron buenos, me tocó estar cerca, conocer a los grandes edificadores de Ciudad Universitaria: Nabor Carrillo, como rector; Carlos Novoa, el financista, y Carlos Lazo, como arquitecto.

En esa época se da un ritmo de crecimiento e industrialización casi milagroso de la economía nacional y una apta respuesta universitaria mediante la ampliación inusitada de la capacidad de sus aulas. A lo largo de la década de los 50 no sólo se absorbían más alumnos y creaban más profesionales, sino también se mejoraron los sistemas académicos y se formó una élite de profesores que todavía se recuerdan con admiración. Además se absorbió con beneficio inapreciable la inmigración de maestros expulsados de España y se instituyen los profesorados de tiempo completo o dedicación exclusiva, sosteniendo la casi completa gratuidad de las colegiaturas. A la par se creó la Escuela de Ciencias Políticas, se consolidaron los estudios para graduados (maestrías y doctorados) y se emprendieron otras reformas académicas significativas.

En el trayecto de los últimos 80 años, México y el sistema educativo nacional han comprometido esfuerzos trascendentes a fin de mejorar la educación superior. Hoy la UNAM no sólo ha crecido y convive con centros educativos privados en expansión, sino que publica con abundancia, emprende más y más investigaciones básicas en estrecho diálogo con el mundo, sin dejar de ser el pilar fundamental de la enseñanza pública de México.

La vida de la UNAM no ha estado exenta de conflictos, sobre todo los que surgen de las tensiones normales entre las ideas o doctrinas y la práctica ideológica de los gobiernos. Sin embargo, el problema más persistente para la expansión y mejoría indispensables de sistemas, equipos e inversiones son las restricciones financieras e insuficiencia de los apoyos gubernamentales. Por eso, en el futuro habrá que fortalecer con recursos la educación pública superior en tres renglones fundamentales. Uno, profundizar las tareas de investigación que necesita imperativamente el país a fin de impulsar soluciones nacionales, propias, bien adaptadas a nuestro medio, como sostén indispensable de las tareas propiamente docentes. El segundo gran compromiso está relacionado con el personal y la igualdad. Con recursos gubernamentales y privados habrá que ampliar sustantivamente los sueldos a los profesores, sobre todo a los que trabajan por hora y ensanchar las becas a modo de facilitar el aprendizaje de más y más estudiantes de los estratos sociales de bajo ingreso. Del mismo modo se justifica ampliar el aporte universitario a la difusión cultural, a la publicación de libros, a la organización de conferencias, exposiciones y otros expedientes análogos que enriquecen el diálogo nacional.

Fundación UNAM y sus 26 años de trabajo han desempeñado una función esencial en esos cometidos.

Hoy más que nunca se necesita del apoyo de los egresados ya beneficiados que ahora debieran responder a las necesidades inequívocas de la Universidad y del país.

Presidente de la revista Economía UNAM

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