Andrés Manuel López Obrador ya decidió que no va a perseguir actos de corrupción ocurridos antes del 1 de diciembre de 2018 porque no alcanzarían las cárceles en el país y porque tendría que “ir hasta arriba” y eso metería a la nación en “un pantano”, y habría una confrontación muy, muy fuerte. Su compromiso contra la corrupción será sólo por lo que ocurra de ese día en adelante.

Así lo dijo anoche durante la entrevista que le hicimos en una edición especial de Tercer Grado, en Televisa.

Admitió que su decisión de cancelar el aeropuerto en Texcoco impactó negativamente en la cotización del peso y las tasas de interés, costo que tendrá que pagar su gobierno. Pero afirmó que el Presupuesto alcanzará para cubrirlo, cumplir sus promesas de campaña y mantener la estabilidad macroeconómica sin aumentar la deuda y sin elevar impuestos ni precios de los combustibles.

Reconoció que su decisión de mantener a las Fuerzas Armadas en tareas de seguridad pública es una rectificación que obedece al pésimo estado de la policía federal. Y fue muy enfático en que la parte social, la construcción de opciones a los jóvenes y a la mayoría de la población empobrecida constituyen la parte medular de su estrategia para pacificar al país.

Así como insistió en que la corrupción se terminará el 1 de diciembre porque él es honesto, desestimó las críticas a las consultas que organizó por medio de su partido y grupos afines con el argumento de que ellos son honestos y serían incapaces de cometer un fraude. Aunque sean ejercicios diseñados por Morena, con mesas de votación concentradas en sus bastiones electorales y sin candados, negó que sean una simulación o una traición a la lucha a favor de procesos confiables e imparciales. Prometió que ya siendo gobierno, las consultas quedarán en manos del Instituto Nacional Electoral.

Su visión del mundo, la historia y la política actual quedó reflejada nítidamente en sus respuestas.

López Obrador puede cambiar de idea después de años de insistir en algo radicalmente distinto o hasta opuesto y al mismo tiempo persistir en su acusación de que quienes no están de acuerdo con él, antes o después, es porque son sus adversarios, son conservadores, no quieren el cambio, son corruptos o les gusta que otros lo sean.

Lo mismo aplica para los que estuvieron de acuerdo con él durante una década en que la militarización de la seguridad pública no era una buena medida y que hoy lo critican porque su plan profundiza esa militarización, que para aquellos que criticaban al PRI y pedían procesos electorales limpios y que hoy critican sus consultas. Las críticas vienen siempre de “adversarios”.

Coincidir con él es formar parte del pensamiento liberal (los buenos, en su esquema) y discrepar de él es militar en la corriente conservadora (los malos en el libro andresmanuelista), que según él han luchado durante toda la historia de México, esa que en la versión lopezobradoriana se parece más a una batalla entre ángeles siempre buenos y demonios siempre malos. No importa que los ángeles un día combatan a los corruptos y al siguiente decidan que mejor no los van a castigar porque sería peligroso para el país. Él siempre estará del lado de los buenos. Quien discrepe, irremediablemente estará en el campo de los malos.

En Tercer Grado, el presidente electo confesó que está haciendo todo para llegar al 1 de diciembre teniendo bien tomadas las riendas del poder. Por eso consideró que hacía falta dejar claro que su gobierno no estará supeditado a intereses económicos.

Doce días antes de llegar a Palacio Nacional, López Obrador está convencido de que el país cambiará profundamente solo con su llegada. Se acabará la corrupción, la gente tendrá empleo y oportunidades de desarrollo y la economía crecerá 4 por ciento en 2019, pese a las crecientes muestras de desconfianza de los inversionistas.

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