El viernes pasado, en tétrica burla a las fiestas patrias, unos pistoleros disfrazados de mariachis abrieron fuego contra un puesto de quesadillas ubicado en las inmediaciones de la Plaza Garibaldi, en pleno corazón de la Ciudad de México. El atentado dejó cinco muertos y ocho heridos.

El móvil de este hecho terrible se desconoce aún, pero parece estar conectado a la extorsión. En Garibaldi como en buena parte del Centro Histórico, el piso se cobra. El derecho a trabajar, vender o cantar se cobra. Y no por la autoridad, sino por grupos criminales.

Este fenómeno no es nuevo. Héctor de Mauleón lo ha venido documentando en estas mismas páginas desde hace meses. Pero la violencia en la zona ha venido escalando peligrosamente en semanas recientes. En junio, se encontraron cadáveres desmembrados sobre la avenida Insurgentes, a la altura de Tlatelolco, a pocas cuadras de Garibaldi. Hace diez días, unos pistoleros ejecutaron a una persona e hirieron a tres más en una estética ubicada en la esquina de República de Nicaragua y República de Brasil.

Y, según reportes de comerciantes de la zona, el cobro de piso se ha vuelto más generalizado, menos previsible y más violento desde la captura de Roberto Mollado Esparza, El Betito, presunto líder del grupo conocido como la Unión Tepito, en agosto.

Estos hechos todavía no ahuyentan a los visitantes y turistas que acuden a Garibaldi y sus alrededores, pero no falta mucho para que eso suceda. La combinación de extorsión y balaceras puede ser mortífera para una zona que vive de la vida nocturna: lo primero aumenta los costos, lo segundo reduce los ingresos. El temor puede detonar un espiral difícil de parar: los visitantes no se acercan, los negocios cierran, las calles se vacían, se incrementa la sensación de inseguridad y eso acaba alejando a los pocos despistados que siguen llegando de noche a la zona.

Ante este panorama, ¿qué hacer? Van algunas ideas que ya se han aplicado con cierto éxito en otras ciudades, algunas que se han prometido para Garibaldi y otras más que pudieran explorarse:

-Convertir la mayoría de las calles circundantes a la plaza en corredores peatonales

-Establecer un sistema nocturno de transporte seguro de y hacia la Plaza Garibaldi

-Instalar filtros de seguridad en los accesos a la zona

-Aumentar el número de cámaras de videovigilancia

-Instalar botones de pánico en los establecimientos comerciales

-Establecer un mecanismo especial de denuncia para los comerciantes de la zona (complementario al 911 y 089)

-Crear un grupo especial de inteligencia antiextorsión

-Poner negocios fachada para capturar bandas de extorsionadores

-Realizar operativos aleatorios para inhibir la venta de droga en bares y restaurantes

¿Y por qué tanto brinco para salvar a Garibaldi en específico? Porque es un ícono de la Ciudad de México. Pero, más importante, porque hay que derrotar al miedo. La creación de una zona segura puede modificar la percepción en una ciudad atenazada por el temor e iniciar un proceso de recuperación más amplio. En Ciudad Juárez, por dar un ejemplo, la reducción de la inseguridad en la llamada zona Pronaf en 2010 fue el principio de un restablecimiento gradual de condiciones de normalidad.

Por supuesto, no es lo único que se debe hacer. Es necesario reformar a las policías y continuar la transformación del sistema de justicia penal. Las intervenciones sociales en zonas marginadas de la ciudad deben profundizarse. Sí, mil veces sí a todo eso. Pero la Ciudad de México necesita una señal altamente visible de que las cosas pueden mejorar. Rescatar a la plaza Garibaldi, quitarle el miedo, proteger su ruido y su fiesta, podría ser ese símbolo.

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