Para Cora Flores, “La Tierra”

Hoy, hace 100 años, una traición le dio un giro a la historia de nuestro país cuando asesinaron a Emiliano Zapata. Y nació así, el héroe más emblemático de la Revolución Mexicana. Toneladas de papel, mares de tinta y de óleo, palabras y discursos incontables se han vertido desde entonces para representar al Caudillo del Sur, retratarlo, utilizarlo o convertirlo en auténtica inspiración.

Me detengo en esos 11 minutos que le bastaron a Guillermo Arriaga para proyectar dancísticamente el manifiesto de Zapata en una pieza coreográfica que, en palabras de Raquel Tibol, “significa una obra límite, que marca un antes y un después en el desarrollo de la danza mexicana”.

En un principio la idea era realizar una superproducción con caballos, rifles, tiros y muchos sombreros y grandes bigotes en escena, una obra épica al estilo de Alejandro Nevski “a la mexicana” o de Eisenstein en el cine. Pero limitaciones presupuestales y un rayo de inspiración llevaron al también primer bailarín a la máxima síntesis con solo dos personajes, un hombre y una mujer, madre-hijo, tierra-campesino, que lo dicen todo, con el cuerpo, con las entrañas, con la música de José Pablo Moncayo. Y hacen del proceso: Parto-Vida-Lucha-Muerte y Testamento de Zapata, una obra maestra.

Su maestro José Limón, La trinchera de José Clemente Orozco, la Piedad de Pedro Coronel y, más adentro, el enorme peso de las ideas liberales de su bisabuelo Ponciano Arriaga, son las influencias definitivas en la creación de Zapata. “No quise usar ni bigote ni sombrero. Tenía que lograr ser Zapata en su sentido más profundo, como coreógrafo, como intérprete”, contaba Guillermo. Cuando Miguel Covarrubias, coordinador de Danza del INBA, supo del proyecto, lo desaprobó, pero el coreógrafo lo convenció de ver un ensayo. La osadía irrumpe desde el primer instante cuando, en pleno 1953, el artista se atreve a comenzar la obra con un parto en escena. A Covarrubias le conmovió tanto la pieza que no solo lloró, sino que diseñó escenografía y vestuario.

Del libreto original:

En el escenario, Zapata nace de la tierra. Ella le da la primera luz, el primer pedazo de aire. Es la fuerza para que su sangre corra como rebelde río y que cada golpe de su corazón se convierta en gigantesca ola para aniquilar al intruso, al injusto, al culpable. Se escucha la Tierra de Temporal de Moncayo. Zapata vive y lucha para devolver los derechos más sagrados a todos sus hermanos... ¡Tierra y Libertad! La música cobra fuerza, los movimientos la siguen cargados de poesía. Crece el grito, crecen el hombre y la mujer en el escenario. Finalmente, Zapata cae bajo el golpe de la traición. Vuelve al seno de la tierra, sólo que ahora, a través de ella, la cal de sus huesos y la savia de sus arterias habrán de transformarse, como profético testamento, en el más agudo grito que correrá clamando justicia por el surco de cada parcela en todos los sembradíos en donde la tierra sea ignominiosamente violada y el campesino despiadadamente despojado.

Junto con Rocío Sagaón como “Tierra”, Arriaga estrenó Zapata el 10 de agosto de 1953 en Bucarest, Rumania, durante el Cuarto Festival Mundial de la Juventud. Y desde aquella noche, hasta hoy, ya sea en los grandes escenarios teatrales o en tierras zapatistas del sureste mexicano, en duela, en tierra o en cemento, no ha dejado de bailarse. Casi todos los grupos de danza clásica y contemporánea lo tienen en su repertorio. Y sólo dejarán de bailarlo, decía el maestro, el día que los campesinos de este país conozcan la justicia. Hombre de izquierda, siempre se negó a la militancia “porque los partidos suelen ser muy dogmáticos y eso no va conmigo”. Decía: “Yo soy librepensador”.

Guillermo Arriaga dio un salto a la libertad absoluta en 2014, pero su Zapata vive y es más vigente que nunca.

adriana.neneka@gmail.com

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