Octavio Paz es el único premio Nobel de Literatura mexicano. A pesar de millonarias ofertas de universidades e instituciones del extranjero, el poeta dejó sus libros, documentos, archivos, manuscritos, obras de arte y biblioteca, es decir, su universo estético e intelectual, en México. Así lo deseaba. Al morir el escritor, vimos pasearse del brazo con su viuda Marie-Jo, a presidentes y altos funcionarios en múltiples ocasiones. ¿Cómo es que ahora ese legado está en riesgo?

Después de leer el detallado inventario del patrimonio de Octavio Paz que describe Héctor Tajonar con profundo conocimiento (Proceso No. 2179), la lúcida y firme propuesta de Alberto Ruy Sánchez (Reforma, 14 de agosto), las declaraciones de Anthony Stanton, los textos de Guillermo Sheridan, Aurelio Asiain, Braulio Peralta o Javier Aranda Luna, todos ellos cercanos a Paz y María-José Tramini, o la petición change.org que lanzó Fabrizio Mejía Madrid y la carta de amigos del Nobel, destaca un reclamo: que el legado tangible (sus cuatro casas y su acervo bibliográfico, documental y artístico) y el intangible (sus derechos de autor) sean protegidos integralmente y permanezcan como un solo acervo. Se requiere imaginación y voluntad política. Pero también, audacia y sentido de gratitud con un escritor de la dimensión de Paz.

De herencias complicadas, legados en la parálisis por litigios eternos o en medio de disputas familiares, hay ejemplos: el caso del poeta y premio Nobel Vicente Aleixandre en España o el del autor de Nanas de la cebolla, Miguel Hernández, cuyo archivo fue a dar a la caja fuerte de un banco por problemas entre el gobierno y los herederos, hasta que la Diputación de Jaén se lo compró a la familia en 2012. El legado de Cela y el de Alberti han sufrido experiencias similares que complican el acceso a la obra y su difusión.

Pero también hay historias luminosas. Ahí están la casa-museo de Víctor Hugo en París; la de Dostoievski en San Petersburgo, donde escribió Los hermanos Karamasov, que se conserva tal y como la vivió, con sus libros y documentos o la Casa-Museo de Franz Kafka en Praga con fotografías, manuscritos, cartas... De este lado del mar, en México están la Ciudad de los Libros y la Capilla Alfonsina en CdMx o la Casa Taller de Arreola en Zapotlán el Grande, Jalisco.

Y al sur del continente, las casas de Pablo Neruda en Chile: La Chascona (en Santiago), La Sebastiana (en Valparaíso) y la bellísima Isla Negra (en la comuna de El Quisco, frente al océano Pacífico). Las tres están abiertas al público como museos y centros de investigación vivos. Ofrecen audio guías, talleres literarios, encuentros, seminarios, conferencias, la entrega anual del Premio Pablo Neruda de Poesía Joven, exposiciones, festivales. Reciben 300 mil visitantes de todo el mundo, al año. Esto, gracias a la Fundación Pablo Neruda, creada en 1986 con base al testamento de Matilde Urrutia, viuda del poeta, que recogió el deseo del Premio Nobel 1971.

La viuda y heredera de Octavio Paz murió intestada y sin descendencia. Carlos Villaseñor, de la UNESCO, propone la expropiación por parte del Estado. Tajonar, la creación de un espacio abierto al público en la casa de Mixcoac donde el poeta vivió su infancia y Ruy Sánchez, una declaratoria integral que garantice la conservación de todo el legado, “su obra y su entorno”, colección de arte, propiedades muebles e inmuebles y derechos de autor.

En ese sentido, la declaratoria de su archivo y su biblioteca como Monumento Artístico es limitada porque deja fuera los derechos de autor —que anualmente producen regalías cercanas al medio millón de dólares— y podría dejar en manos de la Beneficencia Pública el resto del patrimonio del autor de El laberinto de la soledad.

¿Seremos capaces de conservar la herencia de nuestros mejores creadores? Este parece ser el último reto cultural del gobierno que termina y el primero del que viene. Y podría definirlos históricamente.

adriana.neneka@gmail.com

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