“¿Sabes qué? yo no me voy a morir”, le dijo con sus enormes ojos verdes bien abiertos a una de sus sobrinas, antes de cerrarlos para siempre. Tenía razón y mañana por la noche, cuando se abran las puertas del Museo Nacional de Arte para inaugurar la exposición Nahui Olin. La mirada infinita, esta artista emprenderá un nuevo vuelo, ya no sólo en su belleza y su rebeldía, en su mito, y su leyenda, sino como una pintora, modelo, poeta y escritora de espíritu feminista cuyo universo creativo se reconoce y ocupa, por fin, un lugar en la historia del arte mexicano.

Nuevos ojos mirarán su obra pictórica y quienes la conocen descubrirán piezas que se exhiben por primera vez, además de fotografías y retratos inéditos de Edward Weston, Antonio Garduño y otros autores reunidos, así como dibujos, caricaturas y tiras cómicas, libros, cartas, documentos y manuscritos de Nahui… que ya esperan a las nuevas generaciones en las salas del Munal, donde también se invita a la relectura de su poesía.

Le debo a un lector erudito, Salvador González Vilchis, el rescate de un texto que José Gorostiza escribió sobre Óptica cerebral.  Poemas dinámicos  de Nahui-Olin (1922). Transcribo al poeta, autor de Muerte sin fin:

“He aquí un caso único de mujer. Mientras publicamos toda suerte de verso y prosa, desesperadamente correctos, casi interesantes algunos, Nahui-Olin nos ofrece un libro de poemas admirables. Sin duda, la prosa es incorrecta, poco cuidada, nerviosísima; pero de una feminidad evidente que contrasta con lo profundo de los temas. Llegan a ser éstos complicados para un lector de melancolías triviales, y desconcertantes para un público serio; desconcertantes, por supuesto, en pequeña medida. Nahui-Olin aborda sus asuntos con seriedad, se profundiza en ellos y los afirma categóricamente; después, de asunto a asunto, la coherencia es indudable, integral. El libro tiene dos aspectos equívocos: Parece, por la forma, ultramodernista; por los asuntos, teosófico. Y no es ni una ni otra cosa. Está escrito espontáneamente, sin prejuicios retóricos (así debería ser el ultramodernismo, si los autores no cayeran irremediablemente en la retórica de la espontaneidad). Y las ideas de Nahui-Olin son resultado de una observación directa y sencilla ajena a la torcedura de una previa ilustración teosófica.  Óptica cerebral  es un libro puro donde no cayó la semilla de otros libros; su virginidad tiene el mismo dulce encanto que en las mujeres y en las obras.”

Generoso, González Vilchis me envía la ficha completa: En José Gorostiza, Prosa  (recopilación, introducción, bibliografía y notas por Miguel Capistrán; epílogo de Alfonso Reyes), Universidad de Guanajuato, México,1969, p. 99.

El regreso definitivo de Nahui Olin tenía que ser en el Munal. Primero, porque el Centro de la Ciudad de México fue como su segunda piel. Ahí vivió con el Dr. Atl y juntos hicieron del ex convento de La Merced un santuario a la pasión amorosa y a la creación plástica y literaria. En las calles del Centro, Nahui inauguró una forma del grafiti al escribirle sobre los muros mensajes y cartas a su amante. Dentro del anfiteatro Bolívar de San Ildefonso la pintó Diego Rivera, como “poesía erótica”, en su primer mural La Creación y también eternizó sus ojos verdes en Palacio Nacional y en la SEP. En la calle 5 de febrero convirtió la azotea de su casa en galería para mostrar su Exposición de Desnudos. En Bellas Artes exhibió obra, por última vez, en una colectiva en 1945 y, años después, hizo suya la Alameda Central para alimentar a sus gatos y para dejarse acariciar por el sol antes de dirigirlo hacia el ocaso todas las tardes.

Carmen Mondragón les habla a nuevas generaciones con Mirada infinita. Y quizá les pregunta, como al misterioso destinatario de la dedicatoria de su libro Nahui Olin, cuyo nombre tachó con tinta negra: “(…) ¿y qué sería del placer sin el espíritu? Sería el momento- y lo nuestro es para siempre”.

adriana.neneka@gmail.com

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses