En 1970 tenía 12 años cuando vi con mi madre la película Cumbres borrascosas, basada en la novela de Emily Brontë. Me impresionó Timothy Dalton, que interpretaba a Heatcliff, un espíritu extremo; y con Anna Calder Marshall, Catherine en la cinta, descubrí la locura, el gozo y el sufrimiento de la pasión amorosa. Luego leí el libro, que me dio mi padre, con fascinación. Y hoy, que se conmemora el bicentenario de la escritora inglesa, me uno al aplauso.

Hay que ubicarse en pleno romanticismo victoriano del siglo XIX, trasladarse con la imaginación a los desolados páramos de Yorkshire, al norte de Inglaterra, e introducirse en el hogar de un pastor protestante, culto, refinado, poeta y viudo desde 1821 con tres hijas y un hijo. Hay que darle zoom al lente de la memoria para llegar a la sala de estar de aquella casa parroquial en Haworth donde escriben sobre una mesa las tres hermanas: Charlotte, nacida en 1816; Emily, que abre los ojos el 30 de julio de 1818; y Anne, que lo hace en 1820.

Su horizonte: tiene los límites de aquella casa, en la que pasan la mayor parte del día, pero también el paisaje ilimitado de la imaginación que ofrece la lectura. Vislumbramos a Charlotte cuando escribe Jane Eyre, Emily entinta sus poemas y la novela Cumbre Borrascosas, mientras que Anne se entrega a la creación de Agnes Grey.

En aquella época, cuando para la sociedad era inimaginable una mujer escritora, las que se atrevían eran movidas por una profunda necesidad vital. Cuentan que la autora de Orgullo y prejuicio escondía temerosa sus manuscritos cuando entraba alguien a la sala donde escribía. Y por eso las cuatro grandes novelistas del siglo XIX en Inglaterra firmaban sus obras con seudónimo. Jane Austen acreditó Sentido y Sensibilidad “By a Lady” y cuando las tres hermanas Brontë decidieron publicar Poems en 1846, firmaron el libro como Currer (Charlotte), Ellis (Emily) y Acton (Anne) Bell. No eran las únicas que escribían en secreto y publicaban con nombre masculino. También Mary Ann Evans firmó sus obras con el de su amante George Eliot. En Francia, Aurore Dupin lo hizo como George Sand; en España, Cecilia Böhl de Faber se asumió como Fernán Caballero, y la catalana Caterina Albert, como Víctor Catalá. Asimismo, el francés Henry Gauthier-Villars se apropió de Claudine y otras obras de su esposa Colette, hasta su divorcio en 1906.

Con el seudónimo de Ellis Bell, Emily Brontë publica Cumbres Borrascosas en 1847, un año antes de morir, a los 30 años, víctima de tuberculosis. A la crítica no le parece una pieza de buen gusto y la consideran inmoral y salvaje, pensando que la escribió un hombre “sin fe ni ley”. De todos modos, Charlotte hace una edición póstuma de la obra, la que presenta “el alma humana como un campo de batalla”, según afirma Stefan Bollmann en su libro Las mujeres que escriben también son peligrosas. Una cita de la novela elegida al azar: “Creo verla en las más vulgares facciones de cada hombre y cada mujer y hasta en mi propio rostro. El mundo es para mí una horrenda colección de recuerdos diciéndome que ella vivió y que la he perdido”.

Más cerca, en pleno siglo XX, la mismísima Joanne Kathleen Rowling, autora de Harry Potter, tiene una historia similar. Cuando entregó el primero de los siete libros de la saga, una encuesta en Inglaterra acababa de revelar que, en el descenso de la actividad lectora, había muchos más niños que niñas. Con el ánimo de recuperarlos, el editor le sugirió a la escritora que firmara sin su primer nombre, y no se supo que J. K. era mujer hasta mucho tiempo después. Ella misma cuenta que las primeras cartas de sus lectores se dirigían a un “Sr. Rowling”.

En el bicentenario del nacimiento de Emily Brontë, Cumbres borrascosas se celebra como un clásico de la literatura. Y Harry Potter, que en diciembre cumple 20 años de su primera edición en español, será conmemorada siempre como la obra que impulsó hacia los libros a millones de nuevos lectores en todo el mundo.

adriana.neneka@gmail.com

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