Los recortes presupuestales a las ciencias, las letras y las artes son doblemente perversos porque “son insignificantes desde el punto de vista financiero y nocivos desde todos los demás puntos de vista”, sostenía Víctor Hugo en 1848. Lo cita Nuccio Ordine en su libro La utilidad de lo inútil, en donde retoma los argumentos de Montaigne, Tocqueville, Kant, Giordano Bruno y otros grandes pensadores que a lo largo de la historia se han pronunciado contra la destrucción y el desmantelamiento de las instituciones culturales.

Siempre que los gobiernos hacen recortes, advierte el filósofo italiano, “comienzan por estas cosas inútiles sin darse cuenta de que, si eliminamos lo inútil, cortamos el futuro de la humanidad”. Y cita a Kant: “En una sociedad corrompida por la dictadura del beneficio, el conocimiento es la única forma de resistencia, lo único que no se compra con dinero. Es algo que se conquista”.

Cuando la “austeridad republicana” de la 4T pone en riesgo el buen funcionamiento de instituciones como el Conacyt, el Cinvestav, el Ciesas, el Cide, el Seminario de Cultura Mexicana, el Instituto Mora, el Centro Lombardo Toledano, la Biblioteca Vasconcelos o la Biblioteca México. Cuando la secretaria ejecutiva del FONCA justifica los recortes al sector porque México “tiene otro tipo de demandas… primarias” o una senadora como Jesusa propone, con sonrisa en la boca, la desaparición de becas y “privilegios” de los artistas. Cuando los Festivales de Cine caen en jaque por falta de apoyos o el Fondo Editorial Tierra Adentro suprime publicaciones de jóvenes escritores. Cuando Isaac Hernández se ve obligado a cancelar Despertares porque no encuentra respaldo. Cuando Víctor Toledo, titular de la Semarnat, cuestiona el sentido de “gastar millones de pesos para construir un telescopio gigante y ver el universo” si lo apremiante, advierte con enojo, “es atender la pobreza y la inseguridad”. Cuando el presidente López Obrador decide que los viajes de investigadores al extranjero pueden ahorrarse “porque hay Internet”… se pone en riesgo todo lo que tiene que ver con la curiosidad, la pregunta, la investigación, la creatividad, el ejercicio intelectual, el espíritu crítico, la experimentación, el sueño, la imaginación y la búsqueda de la excelencia.

Para Ordine, este desprecio se debe a la creciente incultura de las élites políticas. Y también al miedo. Porque prefieren sociedades sin capacidad de pensamiento propio y, por lo tanto, fácilmente manipulables. En ese sentido, coincide con Rob Riemen. En su ensayo Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo, el filósofo holandés advierte que las élites políticas, de izquierda y de derecha, “han renunciado a sus principios e ideales por la moneda falsa del favor de los votantes y la necesidad de adaptarse a la corriente. Guiados por la conveniencia y un pragmatismo carente de imaginación, lo que ofrecen es populismo”.

Michael Ende lo advirtió hace mucho tiempo. En su libro La historia interminable, el diálogo entre Atreyu y Gmork es clave. Cuando el niño de Fantasía le pregunta al hombre lobo agonizante qué es la Nada, éste le responde: “Es como una enfermedad contagiosa que hace ciegos a los hombres, de forma que no pueden distinguir ya entre apariencia y realidad”. La Nada, explica, es el vacío luego de la destrucción de las invenciones del reino de la poesía y de los sueños. Y a falta de imaginación, el mundo se llena de miedo y de mentiras. Gmork le revela a Atreyu la razón por la que se pretende aniquilar Fantasía y cada parte de su reino, cada criatura suya que no es más que un trozo de los sueños y las esperanzas de la humanidad. “Porque el humano sin esperanzas es fácil de controlar y aquel que tenga el control, tendrá el poder”.

En Momo, otro de sus libros, leemos: “Y cuanto más ahorraban los seres humanos, menos tenían”.

adriana.neneka@gmail.com

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