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Texto: Gamaliel Valderrama, Magalli delgadillo, Anahí Gómez, Nayelli Reyes y Zayra López.
Foto actual: Juan Carlos Reyes.
Diseño web: Miguel Ángel Garnica.
Hace 85 años el país fue testigo de un terremoto de 8.2 grados, de la misma magnitud que la del pasado jueves 7 de septiembre. EL UNIVERSAL registró en sus primeras planas, en aquel junio de 1932, cómo se vivió entre la población dicho fenómeno.
La ciudad se encontraba durmiendo, eran las 4 de la mañana con 38 minutos y 12 segundos cuando de repente tronó el suelo y se vivieron varios segundos de terror, era el viernes 3 de junio cuando un movimiento telúrico sacudió a gran parte de México. Colima y Jalisco fueron las entidades más afectadas.
En la Ciudad de México, los daños fueron materiales, se hablaba de cañerías rotas, algunos derrumbes, calles y muros con grietas y algunos automóviles destruidos por pedazos de piedras que habían caído sobre ellos; el terremoto no dejó ninguna muerte en la capital; sin embargo, sí el sinsabor de un terrible despertar.
A quien le tocó una doble contrariedad, fue al pueblo de “Ixtapalapa”, todo por la “broma” de un par de sujetos que se aprovecharon e hicieron dormir a los vecinos de la zona a “campo raso”. Así fue narrado por El Gran Diario de México: “Los autores de esta guasa de mala ley son dos individuos a quienes ya se busca para que sufran el correctivo correspondiente”.
Una mala broma en “Ixtapalapa”
Según la nota publicada un domingo 5 de junio, dichos individuos “se presentaron ante el Jefe del Departamento Militar en la población y con toda audacia le dijeron que iban enviados por el Director del Observatorio de Tacubaya para informarle, como autoridad, que debía tomar precauciones, pues ese lugar se encontraba amenazado”.
Y es que estos dos canallas, aseguraban que “la Estación Sismológica había fijado un epifoco –o epicentro– de temblores en el cerro de la Estrella, y que esa misma noche –del viernes 3 de junio–, al repetirse el sismo, adquiriría en ese lugar graves proporciones, por lo que era conveniente que pusiera sobre aviso al vecindario”.
La noticia corrió como pólvora entre los diferentes barrios varios del pueblo, pues el Jefe Militar, “creyendo de buena fe que aquellos dos individuos eran enviados del Observatorio, hizo correr la voz. Nadie quiso dormir en el interior de sus casas, sino que sacaron sus camas a la calle y durmieron en los jardines”. El trasnochado y asustado pueblo sólo padeció “una mala noche a la intemperie, porque no tembló”, remata la nota.
EL UNIVERSAL dio gran cobertura al hecho, según la información publicada el sábado 4 de junio, el sismo sacudió gran parte del territorio nacional, “desde la costa del Pacífico hasta Yucatán”. De acuerdo a informes oficiales los estados más afectados fueron: “Colima, Nayarit, Jalisco, Michoacán y Guerrero”, regiones del Pacífico cercanas al epicentro del terremoto; el movimiento también “se propagó a los estados del centro de la República hasta Puebla, el Distrito Federal, Guanajuato y Aguascalientes”, con menores daños.
El epicentro del terremoto
Tres fueron los movimientos oscilatorios que también se sintieron en Guadalajara, Jalisco. Sin embargo, el segundo de ellos fue tan fuerte que logró replicar las campanas de los templos e hizo rechinar la estructura de los edificios que se movían al ritmo de las placas tectónicas. Lo mismo ocurrió con los postes telegráficos. Incluso, “se pudo ver cómo cambiaba de color la atmósfera por el rumbo del volcán de Colima”, de acuerdo con la crónica de esta casa editorial.
Como era normal, las personas se asustaron, corrieron a las calles y algunas tuvieron ataques de pánico, pues recordaban los desastres ocasionados por el temblor de 1912 de 6.9 grados, según registros encontrados en el Sistema Sismológico Nacional.
Ese día sólo se sabía de algunos daños. En Atemajac, San Andrés, San Pedro Tlaquepaque, Tonila y Zapopan se registraron algunas cuarteaduras en inmuebles importantes como el Hotel Fénix, templos, el edificio Mosler y las mismas instalaciones de EL UNIVERSAL.
Además de las consecuencias materiales, también hubo pérdidas humanas, una de ellas fue en Zapopan, donde J. Jesús Delgado estaba comenzando a celebrar su cumpleaños en compañía de sus amigos, quienes le habían llevado “mañanitas”, sucedió una tragedia: el festejado quedó medio aplastado por el techo de su casa.
Pero en esa época, las secuelas de esta serie de bruscos movimientos no fueron conocidos hasta un día después: en varias zonas de Jalisco como Mascota, se derrumbaron 100 casas y el resto de las construcciones resultaron con cuarteaduras; en Autlán de la Grana se derrumbaron 300 viviendas, Juchitlán fue semidestruida y Atenguillo desapareció.
Los especialistas realizaban sus estudios en la Estación Sismológica Central de Tacubaya, pero aún no conseguían el origen del fenómeno ni dónde había surgido el epicentro del movimiento telúrico. Sin embargo, el ingeniero Patiño, de mencionada institución, dijo que durante las últimas 24 horas antes del 5 de junio se habían registrado 33 microsismos.
En Colima, según lo publicado en este diario, el sismo había durado 4 minutos 20 segundos aproximadamente, en su fase máxima. “El movimiento telúrico alcanzó en la ciudad de Colima proporciones verdaderamente aterradoras. Ocasionó varios derrumbes, y a consecuencia de ellos, hubo 7 muertos y 14 heridos”.
Según el corresponsal de El Gran Diario de México, hasta las 9 de la noche del mismo 3 de junio, habían sido recogidas 18 personas heridas; la cifra de muertos, por otro lado, se fijaba en 6. Sin embargo, informes privados “recibidos en esta capital, se sabe que las victimas de Colima a consecuencia de los temblores fueron 30: de ellos 7 muertos y 23 heridos.
Momentos antes de que se registrara el sismo, “algunas personas aseguran que se oyeron fuertes ruidos subterráneos”, además “se observó una notable luminosidad en el cielo, que se encontraba totalmente despejado, y en los instantes en que el temblor alcanzaba su máxima intensidad, cayó una fuerte llovizna. El movimiento se sintió nuevamente a las 5:30 y a las 8:45, hora oficial”, precisa la crónica.
El gran movimiento que tomó por sorpresa a los habitantes de Colima, provocó “pánico, y la mayoría de las familias se preparaban a dormir esta noche en campo abierto, pues temen que el sismo se repita con toda la fuerza con que se efectuó en la madrugada”, hasta ese momento la ciudad continuaba a oscuras.
Hasta el sábado 4 de junio, un día después del terremoto “se ignora lo que haya sucedido en Manzanillo, pues las comunicaciones están interrumpidas”, “el único telegrama recibido” el sábado por la tarde en las Líneas Nacionales, daba un resumen de la destrucción de la vía de los Ferrocarriles: Rieles rotos, que fueron reparados inmediatamente; postes, terraplentes y un túnel se derrumbaron, obstruyendo el tránsito; desgajamiento de cerros, que provocaron la ruptura de la mayor parte de los rieles; además se informaba de la destrucción parcial del puente de Armería.
Fue hasta el domingo que se tuvo información de Manzanillo, pero “los mensajes relativos, sin embargo, no traían mayores detalles sobre el particular y sólo agregaban que la comunicación entre Colima y Manzanillo había quedado interrumpida desde el formidable sacudimiento terrestre registrado en las primeras horas de la madrugada del viernes”.
Eran las 4 horas con 38 minutos y 12 segundos de la madrugada del 3 de junio de 1932; los habitantes de la metrópoli dormían cuando un sismo de 8.2 grados en la escala de Richter los sorprendió. La gente rompió el ensueño, se levantaron de sus camas, corrieron a los sitios más seguros y salieron a las calles en ropa interior y pijama.
El “macrosismo” que paralizó los relojes de péndulo en la capital
Las señales de alarma se dibujaban en los rostros de quienes sufrían ataques de histeria y ansiedad, por el terror que provocaron los fuertes movimientos que sacudieron a la Ciudad de México por cuatro minutos y veinte segundos. Al día siguiente los diarios del país amanecían con el recuento de los daños. La portada de EL UNIVERSAL Informaba: “Cinco Temblores en doce horas; terrible alarma en la capital”.
No se tenía una certeza del epicentro, pues uno de los sismógrafos sufrió una avería debido a las intensas sacudidas que generó el sismo. Por este motivo el sismógrafo, que era extremadamente sensible y marcaba con tiras ahumadas las gráficas de los movimientos, se desvió sin dejar marcada la orientación del terremoto. Pero gracias a cálculos de científicos, el epicentro finalmente se fijó a 670 Km. de Tacubaya, donde se encontraba el Observatorio.
En la urbe las características del terremoto fueron: oscilatorio y finalizado en vórtice, es decir, que después de producir movimientos de oscilación, meciendo los edificios de un lado a otro, culminó en un movimiento de remolino. La impresión que dejó fue de angustia, las autoridades del entonces Distrito Federal decidieron cortar la energía eléctrica para evitar desgracias, pero la reacción de la gente fue de pánico, pues las vibraciones luminosas que producían los cables al chocar, iluminaban al cielo con siniestros relámpagos de color que avivaban las más fatales predicciones.
La atmosfera era tensa, el calor se dejaba sentir tórrido aun cuando se presentara un “fuerte viento acompañado de lluvias intermitentes en gruesos goterones”. El policía número 1241, se percató de que en las calles Ricardo Castro y Beethoven se había caído una barda sobre el señor Antonio Torres. Él habitaba allí y tenía algunas lesiones en la cabeza, por lo que inmediatamente fue enviado al puerto de socorros de la policía.
El 28 de marzo de 1787, tras un terremoto de magnitud 8.6, el mar inundó las costas de Oaxaca y Guerrero, anegó seis kilómetros tierra adentro. En Acapulco los pescadores “vieron con asombro que el mar se retiraba y… con la velocidad con que se había alejado, cubrió con todas sus ondas los bosques de las playas”, escriben los investigadores Virginia García Acosta y Gerardo Suárez.
Otros terremotos de más de 8 grados
La Ciudad de México sintió un terremoto de 9.0 grados, durante tres minutos, el 19 de junio de 1858, según datos del Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS, por sus siglas en inglés). En Los sismos en la historia de México: El análisis socia, Virginia García y Gerardo Suárez explican que este sucedió cerca de las nueve de la mañana y fue llamado “temblor de Santa Juliana” por científicos y cronistas de la época. Entonces no existía el Servicio Sismológico Nacional.
De acuerdo con el diario El Siglo Diez y Nueve, el temblor fue precedido por fenómenos naturales extraños, un día antes: “se oyó en esa ciudad [Texcoco], cosa de las cuatro de la mañana, un estruendo algo confuso a manera de estallido de un cañón a larga distancia, pero que calculábamos pudiera ser efecto del volcán de Tuspa…en la tarde se entabló una llovizna repentinamente”.
Este temblor se presentó en la zona central de Michoacán, donde causó graves daños, al igual que en el Estado de México y la Ciudad de México, en esta última resultaron dañados edificios como el Palacio Nacional, la Casa de Ayuntamiento, el Teatro Principal; se cerraron templos como Santo Domingo, Sagrario y Jesús Nazareno. Linda Manzanilla publica en la Revista Mexicana de Sociología que el occidente de la ciudad fue la zona más afectada: se abrieron grietas en el suelo y las losas de las banquetas se levantaron.
Un temblor recordado porque hizo caer al Ángel de la Independencia de Reforma ocurrió el 28 de julio de 1957, aunque no fue de 8 grados, fue de 7.7, con epicentro en Guerrero. Se calcula que en la ciudad de México hubo un saldo de 700 muertos y 2 mil 500 heridos.
El sismo de 1985 tuvo una magnitud de 8.1 grados y provocó la muerte de 12 mil 843 personas, según el Registro Civil de la Ciudad de México. Hasta hoy, los movimientos telúricos del 20 de marzo de 2012 se consideraban los más fuertes desde ese entonces con 7.8 grados.
El temblor del pasado jueves 7 de septiembre registró al inicio los 8.4 grados en la escala de Richter, pero su magnitud se confirmó al día siguiente quedando en 8.2 grados. El resultado fueron al menos 60 personas muertas principalmente en los estados de Oaxaca y Chiapas. La manifestación de estos fenómenos naturales a lo largo de la historia de nuestro país nos recuerda que nos han acompañado y acompañarán por siempre.
Nuestra foto principal no corresponde a los sismos de 1932, pues no tenemos registro fotográfico físico de aquellos acontecimientos; sin embargo, creímos conveniente publicar esta imagen del sismo de 1957 como una estampa que nos recuerda lo que ocurre siempre cada que tiembla, la gente baja de los edificios o sale de sus casas y ocupa las calles en medio del susto y la incertidumbre.
En esta fotografía de fines de los años 50 vemos a empleados de Petróleos Mexicanos y de la Secretaría de Relaciones Exteriores quienes, consternados, una vez que abandonaron sus oficinas contemplaban aquel 1957 el movimiento de los edificios de la Avenida Juárez y la oscilación de más de 70 grados de la antena instalada en la azotea de la Lotería Nacional. Archivo Fotográfico: EL UNIVERSAL.
- Fuente:
- Hemeroteca de EL UNIVERSAL, tomo del 4 de junio de 1932.
- Fotografías antiguas: Archivo fotográfico EL UNIVERSAL.
- Fotógrafo decano de EL UNIVERSAL Jesús Fonseca y sitio Méxicoenfotos.com