En un mundo muy, muy lejano, para ser precisos, en el exoplaneta WASP-39 b, se encuentra una atmósfera rica en dióxido de azufre (SO2), sodio (Na), potasio (K), dióxido de carbono (CO2) y vapor de agua (H2O). Captar el perfil químico de un lugar a 700 años luz de la Tierra es indudablemente una de las proezas científicas del año. El responsable es el telescopio espacial James Webb (JWST), el sucesor del Hubble, que este año se posicionó en el espacio para narrar algunas de las más novedosas y extraordinarias historias de la ciencia espacial.

“Observamos el exoplaneta con múltiples instrumentos que, en conjunto, proporcionan una amplia franja del espectro infrarrojo y huellas químicas inaccesibles hasta esta misión. Datos como estos cambian las reglas del juego”, ha señalado Natalie Batalha, astrónoma de la Universidad de California que participa en las investigaciones de la NASA. Las mejoras resultantes en los modelos científicos para lograr estas aproximaciones ayudarán a construir los conocimientos tecnológicos necesarios para interpretar los posibles signos de habitabilidad en el espacio.

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Otro aspecto estudiado es la proximidad del exoplaneta a su estrella anfitriona, que en el caso del WASP-39B se encuentra ocho veces más cerca que Mercurio de nuestro Sol. Esto lo convierte en un nuevo laboratorio natural para estudiar los efectos de la radiación de las estrellas anfitrionas. Esta relación brinda una comprensión más profunda de cómo estos procesos podrían afectar a la diversidad de planetas observados en la galaxia y nuevamente podrían confirmar los mejores lugares que puedan albergar vida en el espacio.

Después de 20 años de gestación, el JWST alcanzó a finales de enero su ubicación definitiva en L2, una órbita estable en el sistema orbital del Sol-Tierra. La colaboración de 12 países bajo la operación de la NASA y las agencias espaciales canadiense y europea dio frutos a largo de todo el año. Entre otras de sus primicias científicas, se encuentran imágenes de las galaxias más lejanas y antiguas conocidas, muy cercanas al momento del Big Bang; así como formaciones jamás vistas, como la nebulosa Carina, que reveló por primera vez regiones de nacimiento estelar que antes eran invisibles y donde se ubican los llamados precipicios cósmicos.

De choques y bacterias gigantes

Como si se tratara de un guion de una película de ciencia ficción, en septiembre de este año la NASA estrelló la sonda DART en el asteroide binario Dimorphos, dependiente de otro de mayor tamaño llamado Didymos, ubicado a unos 11 millones de kilómetros de la Tierra. El objetivo era saber si era posible desviar la trayectoria de uno de estos objetos celestes por un potencial impacto de los más de mil asteroides que representan una amenaza a nuestro planeta. El resultado fue exitoso, lo que podría poner a salvo al planeta Tierra, cuando menos de este tipo de amenazas.

2022: La investigación espacial marca un año de proezas científicas y tecnológicas
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Antes del impacto de DART, Dimorphos tardaba 11 horas y 55 minutos en orbitar su asteroide anfitrión. Desde la colisión intencional de DART contra Dimorphos el 26 de septiembre, los astrónomos han medido cuánto ha cambiado ese tiempo de órbita. El equipo ha confirmado que el impacto de la nave alteró la órbita de Dimorphos alrededor de Didymos en 32 minutos, acortando la órbita de 11 horas y 55 minutos a 11 horas y 23 minutos.

En junio, la empresa Blue Origin, de Jeff Bezos, realizó su quinto vuelo turístico espacial. Entre sus tripulantes estaba Katya Echazarreta, ingeniera eléctrica de 26 años, que con este viaje se convirtió en la primera mujer nacida en México en ir al espacio.

De la amenaza que la Tierra no ha logrado salvarse es de la llamada sexta extinción, que tuvo un recuento de datos este año con muchas cifras preocupantes. La crisis ambiental ha llevado a que en poco más de 500 años, una tercera parte de todas las especies del planeta estén extinguidas o en amenaza. Plantas y animales van desapareciendo, pero otros organismos parecen emerger misteriosamente, tal es el caso de la Thiomargarita magnifica. La magnificencia de esta bacteria viene de sus dimensiones: 500 veces más grande que muchas células bacterianas. Su descubrimiento durante este año podría replantear muchas cuestiones básicas de la biología.

Otro hecho sorprendente fue la recuperación de ADN con dos millones de años de antigüedad. En el extremo norte de Groenlandia se conservó material genético en permafrost. Además del poder de conservación del hielo, el cuarzo y la arcilla del suelo tienen minerales que protegieron el ADN de ser degradado por enzimas o antioxidantes. Este material genético logró recrear la escena de una especie de bosque costero, donde se identificaron más de 100 tipos diferentes de plantas y animales.

Se piensa que algún día la Inteligencia Artificial (IA) podría recrear nuevos organismos jamás identificados. En esta misma directriz, la IA permitió este año la creación de nuevas estructuras de proteínas que no existen de forma natural, pero con el potencial de crear nuevos fármacos, vacunas, materiales de construcción o nanomáquinas.

El poder del Sol y el recuento de los daños

Científicos que estudian la energía de fusión en EU anunciaron recientemente que habían superado un hito largamente esperado: reproducir la energía del Sol en un laboratorio. Esta es una de las grandes hazañas científicas del año, pues se trata de un escalón muy alto en el estudio de energías limpias. La reacción nuclear que hace brillar a la estrellas podría ser una alternativa real a ras de tierra en un futuro cercano.

Pero en el presente los ecos de la pandemia siguen siendo visibles y este año se visibilizaron aún más los daños permanentes del Covid en los organismos. Ya no hay ninguna duda de que la enfermedad grave provocó un envejecimiento del cerebro con detrimento cognitivo. La pandemia también subrayó la necesidad de tener más herramientas para identificar virus y bacterias que nuevamente pudieran poner en jaque al mundo.

En este sentido, otro virus no tardó en impactarlo. Aunque en un nivel muchísimo menor, la viruela del mono se extendió a gran velocidad, como muestra de que no se puede bajar la guardia.

Revistas especializadas destacan la labor de Dimie Ogoina, médico especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad del Delta del Níger en Amassoma (Nigeria), que brindó información clave para combatir el brote gracias a sus investigaciones previas de la enfermedad.

Científicos de todo el mundo trabajaron durante este año en la actualización de una nueva lista de microorganismos que podrían ser considerados de mayor riesgo para ir extendiendo proyectos preventivos en diferentes partes del mundo. El proyecto actualizado de la OMS se presentará a principios del año entrante.

El 2022 también estuvo repleto de rostros que tomaron la batuta para replantearse nuevas historias en la ciencia. La revista Nature eligió, entre algunos de los científicos más connotados del año, a Saleemul Huq, un investigador del clima de Bangladesh quien logró que se obligara a los países ricos a pagar por las pérdidas y perjuicios del cambio climático en la última cumbre realizada en Egipto.

2022: La investigación espacial marca un año de proezas científicas y tecnológicas
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