¿Qué impulsa la migración? ¿Cómo se puede disuadir a los migrantes? Es más, ¿deberían ser disuadidos? Estas preguntas conciernen tanto a Estados Unidos como a México y, debido a algunos sucesos “creativos”, autoría de algunos legisladores estatales y locales estadounidenses, también se han convertido en un asunto para Canadá. Sin embargo, este tipo de cuestiones se están planteando de una manera que no tiene nada que ver con la realidad.

Las oportunidades, o la falta de ellas, impulsan la inmigración. Cuando las personas pueden vivir una vida mejor, emigran para ofrecer mejores oportunidades a sus hijos. Algunos se ven obligados a hacerlo debido a la falta de oportunidades en el lugar donde viven; otros deciden hacerlo para mejorar una calidad de vida que quizá ya sea aceptable, pero que podría ser mejor.

Yo nací y crecí en Canadá, pero he emigrado a diez países en busca de mejores oportunidades para mí y mis hijos. Las experiencias de mi familia no son en modo alguno comparables a las de cientos de miles de mexicanos y centroamericanos que se han trasladado primero al norte de México y luego al otro lado de la frontera hacia Estados Unidos; ellos lo hacen en busca de oportunidades básicas.

La experiencia de muchos es sorprendentemente parecida: les faltan oportunidades en su país y descubren que trasladándose a una distancia de entre diez y doce horas en carretera pueden multiplicar sus ingresos por cuatro o incluso por diez y tener muchas más oportunidades de trabajo. Por lo general, esto consiste en que alguien se muda del sur de México a las zonas industriales del norte, esparcidas a lo largo de la frontera con Estados Unidos. Si no pueden conseguir trabajo allí, o incluso si pueden, el canto de las sirenas del trabajo al otro lado de la frontera a un múltiplo aún mayor atrae a muchos a intentar hacer el cruce; algunos legalmente, con papeles en mano, pero demasiados ilegalmente. Muy pocos quieren irse de casa. Muy pocos quieren dejar atrás a sus familias y amigos. La mayoría cree que es la única manera de sobrevivir y enviar suficiente dinero a casa para ayudar a sus familias.

La típica respuesta de muchos políticos en los últimos años ha sido construir barreras –literales o en forma de trámites– para “impedir” la inmigración. Pero de algún modo, a pesar de que la energía de mucha gente inteligente y enormes inversiones se han dedicado a resolver este asunto, el flujo de inmigrantes no ha disminuido, y mucho menos detenido.

Si damos un paso atrás y nos preguntamos qué es lo que crea las condiciones para que tantos necesiten desplazarse, la respuesta es relativamente obvia: la falta de oportunidades impulsa a la gente a emigrar. Pero, ¿cuál es la causa? En México y el norte de Centroamérica, es la pobreza energética. Se necesita más energía disponible en estas zonas, y la que hay es cara. El resultado es una severa restricción de las inversiones en estas regiones, que proporcionarían empleo digno y de alta calidad que permitiría a la gente elegir la opción de quedarse y trabajar en su país.

Por si fuera poco, en las regiones más empobrecidas, el uso de biomasa –leña y carbón vegetal– para cocinar, e incluso para procesos microindustriales, está creando más daños al medio ambiente de los que provocaría prácticamente cualquier otra fuente de energía. Además, muchas familias que viven en niveles de subsistencia o cercanos a ellos sacan a sus hijos de la escuela a una edad temprana para que empiecen a generar ingresos para la familia, lo que agrava las dificultades a las que se enfrentarán para obtener un salario digno a medida que crezcan.

Suministrar energía asequible y con menos emisiones en el sur de México y el norte de Centroamérica puede ser la forma más eficaz de impulsar el desarrollo económico, proporcionar empleo que permita a los niños permanecer en las escuelas y reducir la deforestación en la región.

Estamos viviendo una oportunidad única en la historia reciente de México, con la tendencia global hacia la relocalización de actividades de manufactura, que está impulsando un renovado interés por establecer fábricas en el país. Hoy en día, existen retos para muchos inversionistas a lo largo de la frontera con Estados Unidos para justificar sus inversiones, debido a la necesidad de una mayor seguridad en el acceso al gas natural y la electricidad. Si es difícil invertir en Monterrey, ¿qué tan difícil resultaría atraer inversiones a las regiones del sur, que carecen de energía?

Abordar este problema es un reto considerable. Es aún más difícil debido a las múltiples exigencias regulatorias para lograr cualquier inversión en infraestructura en Estados Unidos y México. Pero estos retos deben ser afrontados y superados. Las alianzas entre los organismos gubernamentales estadounidenses, canadienses y mexicanos en torno a la inversión para reducir la pobreza energética pueden ser posibles, dado que todos los países comparten objetivos comunes para reducir la presión migratoria en las distintas fronteras. Si el sector energético puede desarrollar soluciones, quizá descubramos que un gasoducto es más eficaz que un muro para reducir la inmigración ilegal. Crear condiciones económicas reales para que la gente decida quedarse en casa y hacerlo de forma que también proteja al medio ambiente es una solución alcanzable y sostenible que puede ayudar a una de las regiones del mundo que más lo necesita.

Director general y socio de Frontier

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