¿Alguna vez has escuchado este tipo de comentarios?: “Si sigues golpeando a tus compañeritos ¡te voy a dar una tunda!” (Padre enojado a hijo). “Le pongo el cuerno a mi marido porque me es infiel” (Mujer racionalizadora a su mejor amiga). “¡Realmente eres exageradisisisisisisisisisima!”(Mi madre a mi hermana en tono de crítica). ¿Qué tienen en común? Cada una de las personas acusa al otro de algo que ella misma hace.

Se trata de una peculiaridad de la psicología humana, la ley del espejo: dime qué te molesta y te diré cómo son tus propias actitudes. (Yoshinori Noguchi)

Esta norma de nuestro comportamiento se aplica especialmente a lo que criticamos con ferocidad. Lo que más odio en ti es probablemente lo que más odio en mí. Quizás por eso lo saco de mi conciencia, lo niego, para no ver y reconocer eso que no tolero en mi conducta. Así, continúo actuando de una forma que considero reprobable sin sentirme culpable por ello.

Para lograr esto, estoy muy atento a cualquier cosa relacionada con la acción o actitud aborrecida. A la vez, me concentro completamente en cualquier señal de ese comportamiento en los demás, para señalarlo y censurarlo. Puedo incluso llegar a imaginar esa conducta en los demás cuando ni siquiera existe.

Este fenómeno se puede ver claramente en el caso de la persona que está teniendo un desliz y que acusa a su pareja de ser infiel.

Quien es infiel puede llegar a “tener” incontables evidencias de la infidelidad (no existente) de su compañer@ de vida. Este es un claro ejemplo del consabido refrán: el león cree que todos son de su condición. En términos psicológicos, la persona proyecta en el otro lo que ella misma hace. Nuevamente, la ley del espejo. Al proyectarlo, su paranoia la lleva a creer que como ella lo hace, el otro está actuando de la misma manera. Así comienzan los celos enfermizos provocadores de violencia.

¿Para qué me sirve saber esto?

Si veo reflejado en el otro lo odiado en mí mism@, y lo hago para seguir actuando de formas que encuentro reprobables, sin sentirme culpable por ello, ¿para qué ser consciente de esto? Para cambiar esa forma de actuar. ¿Y, si me beneficia, por qué querría cambiarla? Después de todo, al final me salgo con la mía, evado mi responsabilidad.

He aquí la respuesta. Al ser consciente, y con toda honestidad admitir, que las actitudes que me parecen insoportables o aberrantes en los demás también están en mí, salgo de la fantasía y de la mentira que me he contado a mí mism@. Hay más congruencia entre lo que digo o pienso y lo que hago. Entonces:

El padre enojado deja de combatir la violencia con violencia.
La mujer cuyo marido es infiel puede tomar las riendas de su vida y decidir dejar a quien le es infiel.
Mi madre puede ser más tolerante con las exageraciones de mi hermana.
El novio celoso puede encontrar más tranquilidad cuando se da cuenta de que está proyectando su propia infidelidad.
La persona rígida es más tolerante y encuentra armonía (se aleja del enojo) al admitir que lo que le choca le checa.
La tranquilidad viene al dejar la obsesión con las actitudes y conductas ajenas y concentrarse en las propias.

Descubre tus propias proyecciones

Para descubrir qué proyectas en los demás, haz el siguiente experimento (adaptado del propuesto por Martha Beck). Es esencial que seas muy honesto contigo mismo. Parte del experimento consiste en reflexionar sobre ti mismo y conocerte mejor.

Escribe algunos de tus pensamientos o juicios con respecto a alguien cuya conducta te molesta. O bien, escribe las conductas o actitudes insoportables en un compañero de trabajo o un familiar. Piensa particularmente en las más ofensivas o irritantes. ¿Qué es lo más fastidioso de esas acciones o actitudes? ¿Qué te gustaría que la otra persona cambiara? No te preocupes por ser políticamente correcto, siéntete en liberad de escribir tus pensamientos más acusatorios, controladores, irritantes. Estos son algunos ejemplos: “Paola siempre quiere las cosas a su modo”, “César es un criticón” o “Ese tal por cual de Roberto no respeta a los demás”.

Sólo por un momento permítete ponerte en su lugar. ¿Cómo? Escribiendo las ideas nuevamente, pero en primera persona. Por ejemplo, “Yo siempre quiero las cosas a mi modo”, “Soy un criticón” o “No respeto a los demás”. Dilas en voz alta. Escúchate. Dale a cada idea en primera persona el beneficio de la duda. Piensa en qué forma, en qué grado, con quién, cuándo o dónde actúas de esa manera o tienes esa actitud. Repito, debes ser muy honest@ contigo mism@. A lo mejor impones tu forma de trabajar a una persona pero no a otras, quizás criticas pero de manera sutil, probablemente respetas a tu jefe pero no a tu pareja. Piensa nuevamente, sólo considera la posibilidad de que te estés engañando.

Si te animas a hacer el experimento, comparte el resultado en la sección de comentarios o escribe tus preguntas. Pero recuerda, no estás obligad@ a hacerlo. No hay nada más odioso que la gente te diga qué hacer. (Jajajaja).

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