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Son las 2:30 de la madrugada, hace mucho frío y tengo las manos entumidas y solo pienso en no dejar caer (para no agacharme) las botellas de agua y suero que me mantienen hidratada. Algo me quema entre los dedos del pie izquierdo, siento como si me hubiera caído una gota de ácido. Necesito ver qué es lo que me pasa, no puedo dar un paso más, pero con la ayuda de Paulina alcanzo a sentarme en un tronco. Me quito el tenis y el calcetín para encontrarme con una ampolla que me cubre todo el dedo, tronada por tercera vez pero ésta a causa de un apretón o un tropezón con una raíz. O ya no sé, el caso es que el dolor es casi insoportable, no puedo apoyar el pie y creo que es el fin. Estamos en medio de la nada, mi lámpara ya no alumbra bien así que es como si trajéramos solo una. -¿Qué hacemos?- le pregunto en busca de una respuesta que me despierte de esa pesadilla.
5, 4, 3, 2, GO! Escucho a unos metros a Chris el director de la carrera dando el banderazo de salida y aquí vamos, más de 450 corredorxs de países y edades distintos todos con un solo objetivo, correr 100 millas (160 kilómetros), cinco vueltas de 32 kilómetros en campo traviesa de caminos estrechos y arbolados llenos de raíces que limitan un lago y pantanos en dónde según dicen, habitan caimanes que a veces salen a saludar. Está lloviendo un poco pero eso no importa.
-Paso a paso-, me repito. -Paso a paso, no te vayas a lo que falta,- me repito y me repito. Mantengo la mente presente, escucho la respiración de los demás, alguno que otro comentario, bromas incluso. Me da el aire en los dientes, estoy sonriendo, estoy contenta y motivada para lo que viene, pero me repito,- paso a paso, no te vayas a lo que falta-. Corro a mi ritmo, a lo que ya entrené durante meses, no sólo las piernas y el cuerpo sino también la mente. Llevo un buen ritmo pero muchos se me adelantan, no puedo evitar querer ir más rápido pero me contengo, no es momento de apresurarse. A mi izquierda veo agua, es la orilla del lago que hacía un mes había venido a conocer, lo reconozco como parte de la ruta. Ya dejó de llover, el día está a punto de clarear, apenas se alcanzan a ver algunos destellos de luz en el agua, sigo hacia adelante. –Estás aquí, paso por paso- me digo. A unos metros veo las luces del primer abastecimiento, siento que me tardé mucho en llegar pero apenas son los primeros kilómetros. Mi reloj marca una distancia muy distinta a la que se supone que llevo, tendré que conformarme con el cronómetro y hacer mis cálculos con los abastecimientos para saber la distancia recorrida, eso me mantendrá con la mente distraída. Me gusta de pronto encontrarme con corredorxs, me rebasan, lxs rebaso y así nos la llevamos un buen rato. Nos saludamos y nos echamos porras.
–Esta es mi carrera, esta es mi carrera-, en mi mente.
Termino las dos primeras vueltas en el tiempo que había previsto, ya tengo muy bien conocida la ruta y ya intercambié nombres con algunxs voluntarixs en los puestos de abastecimiento. Me siento bien pero tengo ampollas, cuando llego al área de la meta me encuentro con mis papás y mis amigas, todxs se ven felices y dispuestxs a ayudarme en lo que necesito. Me siento un momento para quitarme los tenis y calcetines y curarme las ampollas con una aguja y Neosporin para desinfectar, estoy nerviosa porque me duelen los pies, algo no está bien con los tenis o no calculé que se me fueran a hinchar tanto los pies. Trato de no clavarme en eso, me cubro el espacio entre los dedos con Vaseline para evitar más daños. Llevo nueve horas corriendo y alrededor de 68 kilómetros, me siento con energía y alegre, pero me repito constantemente las palabras que hace un rato me dijo mi papá, - vas demasiado bien, vas muy rápido.- Sí voy con muy buen ritmo, pero no quiero confiarme. Veo hacia el lago, aun quedan más de dos horas de buena luz, el paisaje con el agua, el lirio verde y la caída de sol es espectacular. Quisiera detenerme un poco pero empieza a hacer más frío. He tomado pura agua y eso me está pasando la factura con paradas continuas al baño, empiezo a detenerme cada media hora, me desespera agarrar el ritmo y tener que pararme nuevamente, una y otra vez. Me obligada a bajar el paso. Llego a un abastecimiento y decido tomar suero en vez de tanta agua a ver si se interrumpen las idas al baño. Me empieza a cubrir una sombra ligera de mal humor, el dolor de pies es cada vez más intenso, siento como si estuviera corriendo en tacones y los escalones formados de raíces salidas no me lo hacen más fácil.
Llego a la mitad de la carrera, 80 kilómetros en doce horas cuando de pronto me encuentro a mi papá a medio camino, él va en bicicleta y su compañía me aliviana muchísimo aunque sea por unos minutos, me sentía muy sola y lejos de disfrutarlo, me estaban entrando pensamientos muy negativos. Eso no es buena señal, pero lo que me hace ruido es no entender por qué estoy así. –Vas muy rápido-, me vuelve a decir. Lo pierdo y sigo.
Son las 9:00pm y llego justa al punto de control de la meta para ponerme unas mallas y camisetas térmicas para cubrirme el frío porque bajan los grados por minutos, estoy temblando. Nuevamente me curo los pies y me cambio los calcetines, se sienten frescos y espero de verdad que la sensación perdure aunque sé que no será así. Paulina ya está lista para acompañarme las siguientes dos vueltas. Recuerdo todo lo que dijeron mis amigos que ya han corrido esta carrera, la cuarta vuelta es como entrar a la dimensión desconocida, da muchísimo sueño y frío, pero no quiero darle mucho espacio mental a esa posibilidad, y aunque voy preparada, mis pies me preocupan mucho.
Salimos Paulina y yo muy animadas, me platica las anécdotas del punto de control en la meta con los demás, los mensajes que ha mandado el resto de mi familia y amigxs que han estado muy pendientes de mi, eso me da muchísima alegría y me vuelve a poner de buen humor.
Por unos kilómetros pienso que todo lo que me dijeron Mario, Luis, Toño y Chalita sobre la cuarta vuelta no me va a pasar a mí. Corremos y reímos, sin embargo al llegar a un camino muy ancho de piedras blancas siento que el mismo diablo me apagó el switch, empiezo a tropezar con las piedras provocándome un dolor espantoso en los pies y en las uñas. Decidimos caminar hasta llegar al abastecimiento. Me siento muy mareada, es una sensación muy difícil de describir aunque lo intento, quiero explicarle a Nancy y a Marcela, voluntarias en el abastecimiento cómo me siento pero mi mente es una nube espesa, solamente recibo el café con chocolate que me dan, agarro un puño de pretzels y retomamos la ruta.
…… .-¿Qué hacemos?-. Ya sé la respuesta.
Seguimos caminando, no puedo correr por el dolor de las ampollas y al mismo tiempo, es ese dolor y el frío lo que me mantiene despierta. Ya no quiero seguir pero sí quiero seguir, pero no quiero seguir, pero sí quiero seguir...
-No dejes que no termine la carrera-. Le digo a Paulina entre dientes, no puedo ni articular bien las palabras mucho menos pensar. –No terminar no es opción-. Me dice firme y claramente. Me siento mejor de saberlo.
–Paso a paso, poco a poco-. Repito como un mantra.
Llegamos al punto de control donde están mis papás y mi amiga Gabriela esperándonos, no me puedo imaginar el frío que sienten de estar ahí sentados pero el verlos me da un ánimo inmenso. Le digo a mi papá que voy por la quinta vuelta y veo en su cara un poco de incredulidad, así me ha de estar viendo él a mi. No quiero saber cómo me veo ni cómo me siento, solo sé que voy a terminar esta carrera. Cómo sea, aunque ya me comí todo el margen de tiempo que traía; de cualquier manera voy a terminar la distancia, a eso vine. Mi mamá me da ánimos antes de salir de nuevo.
Vuelve a amanecer, el día se ve mucho más claro que ayer y me provoca una ligera ola motivación. También subió un poco la temperatura, sin duda hoy es mucho mejor día que ayer pero ya no tengo cabeza y tampoco gasolina. Intento entender qué es lo que me pasa pero no puedo, no tengo con qué asociarlo es completamente nuevo para mi. Faltan 11 kilómetros para terminar, tengo que llegar en menos de una hora al último abastecimiento, lo logro. Lo logramos. Restan 8 kilómetros para la meta, -pasito a pasito-, escucho a Paulina que me repite constantemente, ya no puedo y ya no quiero pero lo hago. De la nada aparece un hombre (Agustín) que nos dice que debemos apurarnos para llegar antes de que se cumplan las 30 horas y estamos a 1500 metros de la meta. No sé de dónde saco fuerza pero comienzo a apretar el paso, corro rápido hasta ver la meta a unos 200 metros, la gente está gritando, corro más rápido. Llego y el reloj marca 30:01:52.
Lo quiero volver a intentar.
Twitter @reginakuri
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