Tal vez en estos días sea más importante que nunca una película como Aquarius (2016), del brasileño Kleber Mendonça Filho. Un hombre sin respeto a lo que vive afuera del espejo manda en la Casa Blanca, y en las calles de la Ciudad de México se entiende a las mujeres como la encarnación universal de Galatea: invenciones del hombre para jugar con ellas. Obviamente la película de Mendonça Filho se hizo en un contexto temporal y espacialmente ajeno, sin embargo, resulta necesaria la imagen de una mujer que no deja de serlo por perder una parte esencial de su cuerpo; que pelea por lo que le parece justo contra un sistema de privilegio, y que conserva su sexualidad no a pesar de sino independientemente de la edad y los roles de madre y abuela. Aquarius es la historia de una mujer libre, pero sobre todo es la renovación de una trama favorita de Hollywood: la rebelión de la mujer.

Todavía deben existir admiradores de Erin Brokovich (2000), de Steven Soderbergh, y el triunfo de Sandra Bullock en el Oscar por Un sueño posible (The Blind Side, 2009) aún está más o menos fresco. Nunca incluiría a Aquarius entre estas películas. Las tres se tratan de mujeres que buscan vencer a un sistema injusto pero las primeras dos son tan convencionales como las injusticias por destruir. De alguna manera son una hipocresía —no lo digo sin lamentar referirme así a Soderbergh— y una parte esencial del statu quo. Debo aclarar que esto no es necesariamente malo y al menos Erin Brokovich es un buen filme convencional pero el apego a la forma hollywoodense le impide inscribirse en la historia del cine. Este no es el caso de Aquarius, una película que resalta por su complejidad temática, su franqueza dramática y sus inteligentes decisiones estilísticas. Permítanme explicarme.

Mendonça FIlho, un crítico convertido en cineasta, muestra la inteligencia formal típica en los directores que comenzaron escribiendo sobre cine —Godard, Truffaut, Wenders, Gomes y otros— al evitar las trampas del típico filme hollywoodense. Aquarius podría resumirse como la historia de una crítica musical retirada, doña Clara (Sonia Braga), que a sus 65 años continúa manifestando su sensualidad y el carácter desafiante que le permitió sobrevivir al cáncer de mama. Una constructora amenaza su amado departamento y ella decide no ceder: sólo la sacarán de ahí muerta. Sin embargo, en esta sinopsis se pierde todo el sentido de una película de grandes proporciones. Le es imposible explicar, por ejemplo, la forma en que Mendonça Filho utiliza la cámara no sólo para contarnos la historia sino para reflejar la juventud mental de Clara.

Lo primero que vemos en Aquarius es un montaje de fotografías de Recife, Brasil, alrededor de los años 80. Después vemos la playa en la noche y la cámara hace un zoom-in que nos remite inmediatamente a los años 70-80 cuando este movimiento era típico para contextualizar a los personajes. Steven Spielberg hizo un movimiento muy similar en Munich (2005), otra película que estilísticamente se remonta a esa época. A partir de ese momento nos damos cuenta de que Mendonça Filho se rebela contra el estilo contemporáneo, al igual que su protagonista se niega a envejecer. Más adelante hay un par de imágenes en las que Mendonça Filho contrasta a Clara dormida con el mundo que la rodea para sugerir, en un bello plano secuencia, la amenaza que se acerca, y en una toma donde emplea un enfoque de profundidad, las fantasías eróticas de una mujer madura pero jamás vetusta, inspirada por la generación que la precede.

En la primera secuencia vemos la admiración de la joven Clara por la tía Lucia (Thaia Perez), una mujer que rememora las piruetas sexuales de la juventud mientras su familia celebra su cumpleaños. Mendonça Filho está representando un linaje de feministas que se alza por encima de las nociones de capricho o romanticismo. Si Clara pelea por permanecer en su apartamento es porque se niega a obedecer a un sistema. Su conflicto no es el de una vieja necia sino el de una muchacha de 65 años que quiere declarar al mundo: “no serviré”. Pero Mendonça Filho tampoco es ciego o un mero idealista. En su búsqueda por la justicia, Clara puede llegar a ser necia, agresiva o incluso injusta. Braga da una interpretación que comunica un interior diverso y difícilmente clasificable con una sola etiqueta. No se trata de una actuación que busque la simpatía del público, como las de Julia Roberts o Sandra Bullock, más bien es una que, al igual que el resto de la película, busca retratar la realidad de una mujer en busca de justicia. Es notable, por ejemplo, la escena en la que Clara se desespera ante las estúpidas preguntas de una reportera sobre los formatos digitales. El encuentro mismo sugiere que no todas las presencias femeninas son iguales y así Mendonça Filho evita una parábola didáctica sobre la superioridad de la mujer en general. Clara sí representa una imagen de la mujer pero no la de todas. Ella es la revolucionaria que todas podrían ser, la libertadora que todas deberían seguir.

También hay que elogiar la temeridad de Braga al mostrarse desnuda o haciendo el amor. Mendonça Filho no la explota meramente porque captura estas imágenes con una naturalidad delicada, es decir, no son sórdidas explotaciones de la vejez o la feminidad mutilada. Al contrario, son imágenes francas donde incluso vemos sin mucho énfasis el vacío que ocupaba uno de los senos de Clara. El cuerpo, pareciera decirnos Mendonça Filho, no debe ser motivo de vergüenza ni de escándalo, mucho menos un obstáculo para la felicidad. En todo caso es el vehículo hacia ella.

Finalmente, es importante notar la imagen que nos da la película del Brasil actual, un lugar de complicidades y corruptelas donde se asume que el blanco y el rico son seres superiores y donde las playas se dividen por clase social. En un momento de la película, el antagonista, Diego (Humberto Carrão), intentando amenazar a Clara para que abandone su departamento, le dice que ella viene de una familia morena que seguramente ha luchado bastante para ascender. La rebelde Clara es producto de un ambiente hostil que enseña a los desprotegidos a pelear pero ella, con su libertad y su fuerza, es la líder de todos ellos en la búsqueda no de la riqueza o la venganza: simplemente de la paz.

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