Creed, el segundo largometraje del director emergente Ryan Coogler (Fruitvale Station, 2013) tiene todas las características que hicieron de Rocky un clásico irresistible, con una diferencia notable: aquí el peleador improbable, el campeón que surge de la nada para arrebatar la corona no es precisamente el personaje (Adonis) interpretado por Michael B. Jordan, no; en Creed el héroe magnífico, el chico de oro, es el propio director Ryan Coogler, quien saca de la lona a la ya muy vapuleada saga de Rocky para regresarla al ring de una forma impresionante y emotiva.

Coogler -de apenas 29 años- nos demuestra con Creed que el legado de Stallone no está muerto, que la saga boxística más importante en la historia del cine tiene aún mucho que contar y es capaz incluso de emocionar con el mismo ímpetu de la primera vez (Rocky, 1976).

Con un flashback rápido pero efectivo, el director y también guionista nos presenta al pequeño Adonis, un huérfano que cumple condena en la correccional y que constantemente se pelea con sus compañeros. Adonis recibe una visita inesperada, una mujer que le ofrece ayudarlo y le revela su verdadera identidad: aquel niño callejero y peleonero es hijo ilegítimo de una leyenda del boxeo, ¿quién?, la pantalla se va a negros y se inunda con una sola palabra: CREED. Con ese inicio, sutil pero poderoso, Coogler captura toda nuestra atención en apenas 5 minutos.

Tiempo  presente, el ahora joven Adonis (un por demás competente Michael B. Jordan), que nunca conoció a su padre, se ha reformado, es ahora un adulto con un trabajo respetable y bien remunerado, pero la sangre le sigue llamando, le quema en las venas. No obstante que no necesita el dinero, Adonis pelea ocasionalmente en circuitos clandestinos, comienza a ganar combates, pero no es suficiente, el apellido le pesa, el apellido exige más. En las tardes, mediante un proyector conectado a Youtube, analiza las viejas peleas de su padre, Apolo Creed, con aquella otra leyenda del boxeo, Rocky Balboa. Adonis hace boxeo de sombra con esas proyecciones, pero asume la posición de Rocky, combatiendo a su propio padre con los movimientos de Balboa.

Así, como es de esperarse, Adonis buscará al avejentado Balboa (Sylvester Stallone, por supuesto) para pedirle que lo entrene y que haga de él un peleador tan grande como su padre.

Coogler hace con la saga Rocky lo que J. J. Abrams no pudo hacer con la Saga Star Wars. Tanto Creed como The Force Awakens son el séptimo episodio de una franquicia convaleciente, ambas tienen como combustible la nostalgia setentera, pero Coogler, a diferencia de Abrams, entiende que esto no se trata de revivir paso a paso las escenas y circunstancias del pasado, Coogler apuesta por sus personajes, por la emotividad y sobre todo por la elegancia.

El director asumirá los inevitables clichés intentando siempre darles la vuelta, ya sea mediante el sorprendente despliegue técnico de una pelea filmada completamente en plano secuencia, ya sea mediante el fino cuidado del ritmo y la edición, ya sea mediante la construcción precisa de los personajes y su habilidad como director de actores: no sólo hace convincente aquella relación amorosa entre Adonis y su vecina (la guapa Teresa Thompson), sino que regresa del limbo de los comerciales de Tecate a un Stallone que -aún dentro de sus obvias limitantes- sabe entregar a un Rocky frágil, abatido, viejo, pero sumamente emotivo.

Hay un compromiso con la elegancia. Coogler demuestra una y otra vez un respeto y habilidad apabullante en el manejo de los temas que impone la saga. El ejemplo más contundente es el uso del clásico tema musical de Bill Conti; el director se negará a la ruta fácil de simplemente aventarlo al público, preferirá la sutileza de sugerirlo, de esconderlo antes de la simple repetición de escenas y momentos que ya vimos en el pasado. Esa elegancia hubiéramos querido en el Star Wars de J.J. Abrams.

Al final, el gran tema de la cinta es la masculinidad crepuscular. El gran Balboa, el “semental italiano” será retratado aquí en sus últimos años, donde correr ya no es opción, donde sus golpes ya no hieren, donde aquella figura erguida que se ponía al tú por tú con los rusos ahora es casi un ermitaño, encerrado en su restaurante y en sus recuerdos.

Coogler entrega aquí no un filme de compromiso, esto no es un paso más de mercadotecnia para una nueva trilogía ni mucho menos. El director entrega una película sumamente personal: su padre, fanático absoluto de Rocky, fue quien le inculcó a partir de esta saga el gusto por el cine y el deporte. A media filmación de su ópera prima (Fruitvale Station) el padre de Coogler enfermó gravemente y ambos veían en la sala de hospital las películas de Rocky como una forma de motivación. Es justo ahí, al ver a su padre abatido, que el director decidió escribir la historia de Creed, en una especie de homenaje a su padre y a su héroe.

Así, Coogler logra hacer una de las mejores películas de la saga mostrando a un Rocky lleno de valentía y elegancia, un boxeador que sigue siendo una leyenda aún sin la necesidad de soltar un sólo golpe.

Twitter: @elsalonrojo

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