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Desde hace más de 25 años María del Pilar Vázquez Coquez se dedica a limpiar casas, las necesidades económicas y la falta de oportunidades para continuar sus estudios la llevaron a dedicarse al trabajo del hogar, labor con la que pudo “sacar adelante” a sus dos hijos.

Sin dejar de hacer sus quehaceres, Pili, como le llaman sus amigos y empleadoras, recuerda que tenía apenas 20 años cuando trabajó en la primera casa, aunque desde los 17 años laboraba como afanadora en fábricas.

Comenta que a la semana hace el aseo en una casa al día, por lo que sus ingresos son de 300 pesos diarios, mientras que el sábado es el único día que trabaja en tres casas.

“Ha ido subiendo poco a poco el sueldo, aunque no ha sido mucho, sí ha aumentado. Cuando empecé ganaba entre 150 y 200 pesos, ahora gano 300 pesos, aunque a veces también plancho, cocino y lavo, pero eso lo cobro a parte. La mayor parte de mi trabajo es hacer el quehacer en las casas”, explica.

La mayor parte de los clientes de Pili se concentra en la colonia Roma, en la delegación Cuauhtémoc, por lo que todos los días tiene que realizar un trayecto de más de dos horas desde la zona de Xochimilco hasta su centro de labores, lo cual implica gastar en pasajes y el cansancio del traslado, aunque algunas de sus patronas la apoyan con los transportes.

En los 25 años que Pili se ha dedicado al trabajo del hogar asegura que nunca ha sido víctima de algún tipo de maltrato; sin embargo, conforme la conversación avanza, toma confianza, pierde el miedo y en voz baja recuerda que una de sus empleadoras la hacía trabajar más tiempo y no le quería pagar la cantidad acordada por todas las labores que le encomendaba.

“Hace tiempo trabajé con una señora, me dejaba salir bien tarde como a las 7 o las 8 de la noche y me decía que hiciera más cosas. Si quedábamos en que solamente hiciera el quehacer, como es barrer, trapear, lavar los trastos, tender camas, limpiar habitaciones, sacudir, después me decía que lavara la ropa, luego que planchara y después hasta la comida quería que yo hiciera. El problema es que después no me quería pagar todo el trabajo extra que ordenaba”, dice entre dientes.

Relata que temía denunciar o decirle a alguien sobre esta situación, porque no quería perder el empleo que tenía: “Yo nunca dije nada, trataba de arreglarlo con la señora y negociarlo, eso sí, siempre me pagó, pero preferí nunca contarle a nadie, aún me da miedo tener problemas con mis patronas y perder el empleo”.

Mientras agarra una cubeta para enjuagar el trapeador, Pili comenta que aunque en las casas donde ha trabajado siempre han valorado su labor, a nivel de las autoridades del trabajo no es tan reconocido el empleo en el hogar, puesto que las personas que lo realizan no cuentan con ningún tipo de seguridad social ni prestación, únicamente dependen de lo que sus “patronas” quieran pagar.

“El seguro [social] hace mucha falta, para hacerse estudios y esas cosas, cuando me enfermo voy al Centro de Salud, ahí me atiendo, pero tener el seguro [social] sería una gran ayuda, no sólo el seguro, también todas las prestaciones de ley, eso te da más certeza y te hace sentir más protegida”, afirma María del Pilar Vázquez Coquez.

Pili dice que no tiene queja de su labor “que ha tenido suerte” porque en la mayoría de las casas donde trabaja le dan de comer, a fin de año le pagan aguinaldo e incluso hasta vacaciones. “No me quejo, he podido sacar adelante a mis dos hijos, los pude mandar a la escuela, pero sí es un trabajo difícil andar de casa en casa”.

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