“Decidí ser médico naval para honrar a México”

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Los límites se los pone uno. Con esta fuerza mental, Karen Peralta Sánchez dejó a su novio, enfrentó a su papá y a los 18 años, cuando todavía era una adolescente, dejó la comodidad de su casa en Celaya, Guanajuato, para ser y hacer lo que más le apasiona: un médico naval.

Se mudó a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Médico Naval y cinco años después el tiempo le dio la razón. El jueves pasado se graduó con honores en el patio principal del edificio sede de la Secretaría de Marina-Armada de México (Semar).

Durante la carrera fue una alumna sobresaliente. Sus padres, que acudieron a la ceremonia, expresaban lo orgullosos que estaban de su hija, ahora de 23 años.

Karen tiene en su corazón y mente el amor por su institución y país. “Orgullosamente somos médicos cirujanos navales, nuestra misión es… ¡saber para honrar a México!”, expresa la joven y platica: “Terminé la prepa y me vine para acá. Celaya es una ciudad muy tranquila, pero es muy provincial. Iba a las escuelas públicas locales, estudié la primaria en la escuela Leyes de Reforma, en la colonia del Parque, la preparatoria en la Universidad de Guanajuato y cuando supe de la Armada me mudé.

“Allá tuve un novio, de hecho él me dijo: ‘Llevamos poco tiempo, pero si quieres espérate, nos casamos, no tienes que viajar allá... yo casi me voy a graduar, no es necesario’.

“Le dije: ‘Yo me quiero separar, quiero conocer más y quiero ayudar a la gente’, le dije que no y terminamos”, recuerda.

Karen vivía con sus padres. Tiene un hermano mayor y reconoce que no fue fácil salir de su casa porque no hay antecedentes castrenses en su familia. Su mamá es ama de casa y al principio su papá se opuso.

—¿Eras la consentida?

—Un poquito—, responde y deja escapar una risa.

—¿Qué te dijeron cuando les dijiste que querías entrar a la Marina?

—Fue difícil porque a mi papá no le pareció la idea de que dejara el hogar y me fuera a internar. Le causaba problemas el hecho de que saliera de la casa. Le estresaba un poco, pero a mi mamá le agradaba la idea de que me formara carácter porque sí estaba un poco consentida, pero no más allá del ámbito familiar. Así tomé la decisión. A mi papá no le pareció, me decía: ‘Si quieres nos podemos regresar’. Yo le dije: ‘No, espérame una semana más y una semana más’ y así aguanté cinco años—.

Su padre es pensionado, fue gerente y supervisor de una cadena de supermercados.

Sentada en una silla con funda blanca en el Patio de Honor de la sede de la Semar, la graduada recuerda con emoción los momentos que marcaron su vida y que le ayudaron a confirmar que había tomado la decisión correcta.

“Tuvimos un viaje de prácticas al término del primer año y conocimos varios de los hospitales en la costa del Pacífico, y un hospital en Puerto Vallarta. En ese entonces era sanatorio, ahora es hospital. Me impresionó el trato con el paciente, ver al médico que no sólo se quedaba a dar una consulta, si no que iba más allá, a querer a la familia, no sólo a decirle cuál era su padecimiento, también a evaluarlo completamente.

“Me impresionó mucho eso, era una consulta a una mamá con su hijo: el niño tenía fiebre, pero cuando el médico empezó a hablarle hasta cambió su semblante. Pensé: ‘Yo también quiero servir a México y a los pacientes’. Después entramos a una cirugía y me impresionó mucho ver la vida.

“En una guardia en urgencias, en el Hospital General de Xoco de la Ciudad de México, llegó un paciente politraumatizado [con golpes múltiples] por un accidente de tránsito. Nos tocó en la madrugada y esa vez no había médicos, pero pudimos entre nosotros, los estudiantes navales, solventar el caso, lo intubamos, le dimos resucitación cardio-pulmonar y el paciente salió adelante. Gracias a Dios no había tenido fracturas. Lo vimos a la siguiente semana cuando casi se iba y nos dijo: ‘Supe que habían sido estudiantes los que me habían ayudado’. Nos agradeció mucho porque no tenía recursos, lo llevaron ahí y recibió la atención sin pedirle nada a cambio”, relata.

Para los estudiantes de medicina en la Armada hay una alta exigencia académica y de disciplina, por ello Karen cumplió todos los días con sus horarios obligatorios de estudio, aunque en temporada  de exámenes varias veces alargó el horario de las ocho de la noche hasta la una o tres de la madrugada, pese a que se tenía que levantar a las cinco y media para desayunar.

“Sí creo que es de las carreras que más exige porque, aunque tenemos que llevar una vida militar, instrucción militar, actividades deportivas y los horarios de clases, si no te alcanza el tiempo piensas: ‘No importa, no duermo con tal de terminar endocrinología u oftalmología’, son materias difíciles.

“Me agrada mucho oncología, además creo que nuestra población está teniendo demasiado problema con el cáncer. Ya llevamos la materia y realmente me ha llamado mucho la atención, no quirúrgico, pero sí clínico, quimioterapia y radiología. Me gustaría explorar esas áreas que tal vez no hemos terminado de investigar. Creemos que hay muchos tratamientos sin invadir tanto al paciente, sin quitarle tantas células buenas, se puede. Me gustaría meterme a la investigación para tener ese trato directo con el paciente”, cuenta la recién egresada mientras en un salón sus compañeros celebran con los secretarios, mandos y familiares.

Karen Peralta resalta que su vida cambió desde que salió de Celaya. Hoy ostenta el rango de primer maestre, pero es apenas el comienzo. Después de cinco años de estudio, pronto comenzará uno de internado en algún hospital de los que hay en las regiones, zonas y sectores navales del país.