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Paredes cuarteadas y un techo de lámina son el refugio de doña Emilia Ramos, quien desde hace tres años tuvo que fragmentar su casa para poder rentar una parte y recibir dinero extra que le ayuda a sobrevivir.

Dos cuartos oscuros son el lugar donde la mujer de 75 años pasa sola la mayor parte de su tiempo, intentando recoger los recuerdos que quedaron de la familia que alguna vez la acompañó. En la habitación donde guarda fotografías de las personas más importantes de su vida, hay un pequeño muro, con una cortina que divide el espacio que sirve de baño, donde realiza su higiene personal.

El cuarto de diez metros cuadrados donde duerme, por las mañanas se convierte en cocina, sala y comedor que apenas deja espacio para salir de la habitación. Entre trastes sucios y ropa desordenada doña Emilia ingiere sus alimentos teniendo como mesa una silla de madera.

Sus noches son duras y frías ante la falta de un colchón y las ráfagas de aire que se filtran entre las láminas y las paredes. Originaria de Jalisco, va a la iglesia los domingos como único recurso de entretenimiento y por las tardes convive con sus vecinos quienes, de vez en cuando, la apoyan acompañándola al médico.

Luce canas y en su rostro destaca un tapón en la nariz que le detiene una constante hemorragia con la que ha tenido que vivir desde hace ocho años, ante la carencia de un diagnóstico y tratamiento por parte de un médico especialista.

Doña Emilia cuenta que de niña su situación también fue difícil “vivía con mi mamá y mi hermana y le ayudaba a vender comida por las noches porque estábamos solas”.

Después de emigrar a la ciudad de México y casarse con un bolero, pensó que su situación económica podía cambiar, pero él no ganaba mucho, por lo que la carne siempre fue un alimento poco presente en esa casa ubicada en la colonia Santiago Acahualtepec, delegación Iztapalapa.

Lo único que le heredó su difunto marido fue el terreno donde se construyeron pequeños cuartos de ladrillo y piso de tierra. En tiempos de lluvia en su casa todo se vuelve lodo y el frío llega a calar.

Pese a que su matrimonio le dejó cuatro hijos, la señora se encuentra totalmente sola; ellos se vieron obligados a emigrar por la falta de oportunidades en el país.

“A pesar de que están en Estados Unidos no me mandan nada (de dinero). Ellos tienen sus hijos y sus gastos. De vez en cuando una me manda dinero o a veces me hablan por teléfono pero de los cuatro no se hace uno”, dice mientras su mirada se vuelve triste.

Nunca ha tenido un trabajo formal, por eso hace ocho años decidió “dejar entrar a extraños” a su casa. Improvisó una división con ladrillos y como techo colocó láminas de asbesto. En el espacio de cinco metros cuadrados y con tan sólo 1.70 de altura, vive una joven pareja y dos niñas. Doña Emilia recibe desde hace un año 800 pesos de renta.

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