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Kalundborg, Dinamarca.— La diabetes no tiene fronteras. En México y en Dinamarca esta enfermedad es igual. Y la fórmula para evitarla es la misma: prevención. Tratamientos caros, falta de apego a los mismos, rechazo, enojo y, en algunos casos, difícil aceptación son factores comunes para quienes la padecen.

El caso de Eva Deiganrd Lepri, danesa de 53 años, es como los que se pueden encontrar en México.

Ella externa enojo, frustración por tener una enfermedad que no la deja comer lo que quiere y que la hace cargar a sus fiestas y eventos sociales sus jeringas de insulina que le provocan manchas en el cuerpo, en la zona en la que se las aplica.

Ella describe a la diabetes como “un amigo al que no invité a mi fiesta, pero que llegó y tengo que aprender a vivir con él.

“Tengo que aceptarlo: ¡Tengo diabetes, una enfermedad con la que tengo que vivir!”.

Ella asegura que quería una vida normal; sin embargo, eso cambió de un día a otro, “cuesta trabajo aceptarlo y trabajo en eso diario, y sé que esto es una cuestión de actitud”.

Dueña de una empresa editora, confiesa que a veces no hace todo lo correcto en torno al control de su enfermedad: “A veces como lo que mi médico me prohíbe y no cuento todos los días mis calorías”.

En tono crítico, la mujer afirma que quienes viven con esta enfermedad también se tienen que enfrentar a prejuicios y discriminaciones por parte de la sociedad en general, pues señala que no es fácil aceptar esta situación.

“A la diabetes le dicen la enfermedad del azúcar. Hay que luchar contra los prejuicios”, confiesa.

“Desde pequeña aprendí a vivir con esto”. En ese mismo tono, Dorthe Norbo Oldfsen, de 25 años de edad, quien nació con diabetes tipo uno, pide a la gente evitar sentir pena por quienes padecen esta enfermedad. “No lo hagan, por favor, no digan ‘¡ay, pobre, tiene diabetes!”.

En Dinamarca, señala la joven, el sistema de salud les cubre todos los exámenes y las tiras reactivas para medir la glucosa, pero la insulina y los medicamentos no, los cuales resultan sumamente caros.

“Cuando no trabajas, pues muchos jóvenes que tienen diabetes no se colocan completa su insulina, porque no les alcanza”.

A diferencia de Eva, la joven de 25 años explica que el tener diabetes no la hace diferente al resto de las personas de su edad.

“Desde muy pequeña aprendí a vivir con la diabetes, y aunque a veces comía dulces y alimentos que no debía, puedo decir que tuve una infancia feliz”.

Confiesa que tuvo que ponerse de acuerdo con su mamá para que no se preocupara por ella, “y el trato es que puedo vivir sola en mi departamento e ir a fiestas, pero siempre tengo que hablarle en la noche y por las mañanas para saber que me encuentro bien, sino lo hago, entonces sí me meto en problemas”.

A Eva le gustaría que en mediano plazo hubiera una insulina que tuviera una mayor duración, que le evitara estar inyectándose diario. A Dorthe eso no le gustaría porque se podría correr el riesgo de que las personas que tienen diabetes “bajen la guardia” en torno a los cuidados en su salud que deben tener de manera constante.

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