La posibilidad de que una acción unilateral por parte de Estados Unidos decida el futuro de la península de Corea se cierne sobre el horizonte como un turbio anuncio de tormenta. En las últimas dos semanas, los sucesos que han marcado la primera incursión de la administración de Donald Trump en Medio Oriente han servido como antecedente de lo que podría suceder en las costas del mar de China Oriental.

En el eco de las ansiedades geopolíticas que ha suscitado esa decisión entre las grandes potencias se alcanza a escuchar la voz de la historia, advirtiendo que el desenlace de las grandes crisis internacionales puede conducir a resultados insospechados. Ejercicio de fuegos de artificio que no tiene la posibilidad de alterar estratégicamente la marcha de una guerra civil alimentada por la ambición de, el ataque ordenado por el gobierno de Trump en Siria pareció devolver por un breve instante a su país al punto de partida del desgastante ciclo de intervención militar en Medio Oriente que inició en la primera década de este siglo.

El saldo inmediato de esa decisión se ha traducido en el deterioro del diálogo con la , cuya intervención en el conflicto sirio desde septiembre de 2015 resultó determinante para cambiar la correlación de fuerzas sobre el terreno. Como es natural, en todo el mundo las personas de buena voluntad reaccionaron con una justa indignación moral frente al ataque con armas químicas presuntamente perpetrado por el régimen de Bashar al-Assad en la localidad siria de Idlib, el pasado 4 de abril. Sin embargo, el ámbito de la política internacional no suele ser el de los espíritus bienintencionados, sino el de aquellos actores dispuestos a usar los medios que se encuentran a su disposición, incluido el militar, en la consecución de propósitos políticos específicos. No es difícil interpretar lo sucedido en los últimos días a la luz de esta aproximación: el momento en el que el presidente de Estados Unidos decidió atacar al régimen sirio coincidió con una cena de Estado ofrecida en Mar-a-Lago a Xi Jinping, presidente de la República Popular China.

Bajo esta perspectiva, la decisión de usar la fuerza en Siria cumplió con el propósito de dejarle saber al presidente de China, una gran potencia en ascenso, que EU está dispuesto a respaldar por la vía de los hechos la defensa de sus intereses . Durante la cena del 6 de abril, Trump y Xi intercambiaron posiciones con respecto al futuro de Corea del Norte, país que resulta problemático para ambas potencias no sólo en virtud de la naturaleza errática de su régimen político (siempre dispuesto a usar la carta de sus crecientes capacidades nucleares para garantizar su sobrevivencia), sino también en virtud de su ubicación dentro de un ámbito geográfico considerado vital para la seguridad de China, Corea del Sur y Japón. Tres días más tarde, EU anunció el despliegue de un grupo de ataque perteneciente a la Tercera Flota del Pacífico en aguas de la península de Corea.

Bajo otras circunstancias este espectáculo no resultaría sorprendente; tal suele ser el juego de las grandes potencias. Pero la ligereza con la que Trump ha tomado estas decisiones sugiere que detrás de las vistosas demostraciones de fuerza de los últimos días no hay claridad sobre lo que su administración espera alcanzar a mediano y largo plazo. Signo de los tiempos que corren, en esta ocasión ha sido la que ha realizado un llamado a favor de la búsqueda de soluciones políticas para hacer frente al escalamiento de las tensiones en la península de Corea. Mientras tanto, las evidencias de que Rusia intervino en el proceso electoral de EU a favor de la candidatura de Trump no abonan a la solvencia moral de un gobierno que se encuentra en la ruta de agotar su legitimidad interna de forma acelerada.

Por algún extraño azar, el ataque emprendido por EU en contra de posiciones militares en territorio sirio tuvo lugar el día en el que se cumplió un siglo del ingreso de dicha potencia en la Primera Guerra Mundial, del cual emergería como vencedor indiscutible. En el transcurso de las tres décadas siguientes EU advertiría que el ascenso a una posición hegemónica en la arena internacional demanda un enorme sentido de responsabilidad política. ¿Podrán hoy los dirigentes estadounidenses entender que el declive relativo de las capacidades de su país les obliga a ejercer una mayor cautela estratégica? De la respuesta que se dé a esta interrogante dependerá la resolución de la crisis que se desarrolla en estos momentos en la península de Corea. No es exagerado decir que de ella dependerá, también, el futuro del orden mundial en el siglo XXI.

Analista en materia de seguridad internacional por
The Fletcher School of Law and Diplomacy
@alexis_herreram

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