Es un día histórico para el pueblo colombiano que por más de cinco décadas tuvo que sufrir el conflicto armado más antiguo del hemisferio occidental. Derivado del odio político de los partidos liberal y conservador que dio pie al surgimiento de grupos armados que arrastraron al país a una confrontación en la que no hubo vencedores ni vencidos, pero sí derramamiento de sangre. De ello dan fe los más de 200 mil muertos, 6 millones de desplazados, y un país dividido social y políticamente.

Fueron muchos los intentos y fracasos durante muchos años para felizmente llegar a este momento. Atrás quedan negociaciones envueltas en intereses políticos y económicos, con actores alimentando la guerra, con regalos territoriales y con el fortalecimiento de personajes armados. La negociación acordada, con todos los defectos que tiene, es lo mejor que se ha logrado, las partes tuvieron que ceder y perder —por fin lo aceptaron—, pero gana el país y eso es lo más importante.

Con los acuerdos logrados ayer en La Habana el camino tortuoso por la paz en Colombia aún no termina, ahora tiene que enfrentar a uno de sus principales enemigos, el político.

El principal obstáculo del gobierno colombiano para tener un consenso generalizado de la sociedad a favor de los acuerdos de paz con la guerrilla es el ex presidente Álvaro Uribe, el mayor opositor político del gobierno de Juan Manuel Santos.

Ahora, la gran pregunta es: ¿Después de la firma y aprobación de la paz, qué? En este sentido, son más las incertidumbres que las certezas ya que la transición de la guerra a la paz entraña riesgos y plantea retos que no se pueden ignorar y para los que el pueblo colombiano debe prepararse.

Por un lado, preocupa que cuando las FARC se desarmen se genere un vacío de poder que requerirá ser llenado por el Estado, de lo contrario se abre la puerta al posible surgimiento o fortalecimiento de otras estructuras armadas ilegales, como lo son las bandas criminales denominadas BACRIM. También preocupan los reductos de las FARC que no se desmovilicen, así como la aparición de nuevos actores que querrán el control del narcotráfico y la extorsión.

Hay que trabajar en la construcción de una nación más tolerante, lo cual compromete a todos los actores sociales y políticos, una sociedad más inclusiva, más justa. Pero, ante todo, se requiere la presencia de un Estado más efectivo que promueva reformas institucionales profundas que le permitan a Colombia disfrutar, de manera efectiva y en el largo plazo, de la paz.

Si bien este acuerdo es imperfecto en muchos aspectos —eso no se niega—, es un referente para otros procesos a nivel regional y mundial.

Bienvenida la paz en Colombia, son muchos años esperando y ahora no podemos retroceder. Se requiere proteger un futuro en paz para las nuevas generaciones. Este logro no es sólo de un pueblo, de una nación, nos compromete a todos porque, históricamente, está probado que es la mejor forma de acabar la violencia.

Investigador del CIALC-UNAM

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