Una palabra, desesperación, los delata, otra, esperanza, los describe, y una más, nostalgia, los atrapa. Desesperados, tratan de vencer el cansancio y el miedo para ir cruzando fronteras y superando peligros. Esperanzados, saben que el agotamiento y el pánico son un sacrificio para lograr una lejana meta. Nostálgicos, confían en que el reencuentro con su pasado reciente sea en un futuro cercano.

Todos parecen errantes… y lo son. Lejos de los reflectores que se concentran en la progresiva reconciliación entre La Habana y Washington, miles de cubanos han emigrado a Ecuador por la agudizada crisis económica y, en un flujo incesante, deambulan por tierras centroamericanas en un agotador y arriesgado intento por arribar a México y pasar a Estados Unidos.

Desconfiados, recorren los escondrijos de este agitado puesto migratorio del sur de Costa Rica y del oeste de Panamá y sólo piensan en “el norte”, en EU.

Por ser el único país de América que les exime del requisito de visa, Ecuador es desde hace varios años un punto clave para los cubanos que dejan su país por causas económicas; llegan en avión a Quito para seguir hacia EU.

“Llegué el 27 de marzo a Ecuador y de una vez empecé a viajar hacia el norte, para arriba, de autobús en autobús”, narra Diosnel Ricardo Batista, de 31 años, originario de la oriental provincia cubana de Las Tunas y licenciado en cultura física. “Intenté seis veces irme de Cuba por lancha, sin éxito, y las seis me devolvió el Servicio de Guardacostas de EU. Con el libre visado a Ecuador, se dio la oportunidad. Vendí la casa y cosas que tenía”, dice a EL UNIVERSAL.

“Tenemos fe en llegar un día a EU, que nos dé refugio y apoyo, para que nuestras vidas cambien, pero trabajando. Somos profesionales”, afirma.

La apuesta de estos migrantes se basa en la Ley de Ajuste Cubano, que otorga un beneficio exclusivo: al pisar suelo estadounidense, y si están libres de delitos, los cubanos eluden la deportación, obtienen permiso laboral y un año después reciben residencia legal.

La oleada continúa aunque en el proceso de normalización Cuba-EU se ha aumentado de 500 a 2 mil dólares por trimestre el monto que los cubanos envían a sus parientes en la isla desde el sistema financiero estadounidense. La avalancha de migrantes se ve alentada por el temor, real o infundado, de que, en su negociación con La Habana, Washington elimine la Ley de Ajuste Cubano. Antes de que ocurran sorpresas, los cubanos se insertan en el kilométrico laberinto de trampas… el premio lo vale.

Añeja crisis. Llegar a Ecuador es sólo el inicio del desafío para niños y adultos, menores de 50 años, que aceptaron (o lograron) que sus parientes en Estados Unidos pagaran miles de dólares a “coyotes” o traficantes para que los guíen en una peligrosa travesía terrestre y trechos marítimos nocturnos. Aunque algunos se quedan en Ecuador y engrosan una creciente comunidad cubana, otros permanecen solo lo necesario para preparar su recorrido hacia el país norteamericano.

“Es una locura de viaje”, admite un veinteañero cubano, ingeniero civil y oriundo de la oriental provincia cubana de Ciego de Ávila, mientras abraza a su compañera profesional en informática, también veinteañera y socia de periplo. En un rincón de la atribulada estación limítrofe, medita: “Los cubanos estamos desesperados… sólo así se entiende que hagamos esto. La situación económica en Cuba es gravísima. Si en La Habana la cosa está mal, pues ni tan lejos de allí está peor”.

Tras el contacto con la red de “coyotes”, los cubanos son llevados primero a un viaje de 237 km en autobús de Quito a Tulcán, ciudad norteña ecuatoriana fronteriza con Rumichaca-Ipiales, del sureño departamento colombiano de Nariño. Para entrar a Colombia, como al resto de países, utilizan opciones que van desde brincarse la frontera sin cumplir los trámites legales y penetrar hasta ser sorprendidos por alguna autoridad policial, militar o de otros estratos de seguridad, y exponerse a sanciones.

A los cubanos que descubre o detecta cuando pretenden permanecer irregularmente o ingresar o salir de manera irregular, Migración de Colombia les aplica lo mismo que a otros extranjeros: expulsión, deportación o inadmisión. De Ipiales, y siempre en autobús, recorren 1,217 km por tierra, pasan por Cali, Manizales y Medellín y llegan al puerto colombiano de Turbo, en el norcentral departamento de Antioquia y último sitio de contacto con los “coyotes”.

De allí, en grupos pasan en lancha a Puerto Obaldía o algún punto del extremo oriental del litoral de Panamá sobre el mar Caribe y se internan a ese país hacia las poblaciones de Yaviza y Metetí, en el agreste Tapón del Darién, que carece de comunicación vial con Colombia. Otra vía es cruzar desde el noroccidental departamento colombiano de Choco hacia el pueblo panameño de Paya, en Darién, y de allí a Yaviza y Metetí.

Desde ambas comunidades se trasladan por tierra hacia la capital panameña, en un recorrido de 282 km en autobús. Pero la distancia de Yaviza a la frontera México-Estados Unidos varía, dependiendo de si van a Matamoros, Nuevo Laredo o Tijuana.

“Nuestro personal les advierte que son inmigrantes irregulares en tránsito, que no pueden quedarse”, aclara Lastenia Murillo, vocera de Migración de Panamá. En la selvática zona del Darién, las autoridades panameñas detectan a parte de los cubanos y les ofrecen “ayuda humanitaria”, pero los agentes migratorios documentan un registro individual y evitan sellarles los pasaportes, porque ingresaron de manera ilegal, puntualiza. “Y ellos siguen su camino hacia Centroamérica”, confirma.

Aunque algunos se quedan varios días en Ciudad de Panamá, todos buscan una misma terminal de autobuses de esa capital para enrumbarse a Costa Rica y de allí a Nicaragua, Honduras y Guatemala. Al transitar sin visa por Centroamérica, el trato a los cubanos se sustenta en “razones humanitarias”, ya que deportarles a Cuba o Ecuador es una opción cara e inviable.

Honduras acepta regularizar su estadía temporal, pero para que sigan su viaje; ninguno quiere quedarse. Costa Rica verifica antecedentes y documentos y les entrega un citatorio a la Policía de Migración en la capital para que normalicen su situación, inicien gestiones como refugiados o salgan del país.

“Muchas personas continúan su viaje sin presentarse al citatorio”, dice Andrea Quesada, vocera de Migración de Costa Rica, al contar que se les permite que pasen sin custodia policial de Paso Canoas a San José. “Salen de manera irregular” hacia Nicaragua, admite.

Desesperados, esperanzados y nostálgicos, repiten la rutina en las demás fronteras centroamericanas y mexicanas mientras deambulan como errantes… hacia “el norte”.

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