“¡Fierro viejo, fierro viejo que venda. Le compro colchones, tambores, estufas, lavadoras, refrigeradores o algo de fierro que venda!”, es el grito que cada mañana pregona José Raúl Barrón López, por el pueblo de San Gregorio, en Xochimilco, desde hace seis años.

“En el negocio de los fierros viejos ya no es el mismo. Ahora la gente prefiere ir directamente a los depósitos o quieren que les paguemos lo mismo que nos dan a nosotros [en los depósitos]”, cuenta Raúl, de 25 años, mientras empuja su carro de metal, de unos 60 kilos.

Delgado y de tez morena, el originario de Veracruz inicia el recorrido, espera obtener algo rápido y no caminar muchas horas.

“Este trabajo es de suerte. Hay veces que puedo llenar el carrito y hacer hasta dos vueltas y otras no. Si bien me va, en un día puedo sacar hasta 500 pesos o regresar con las manos vacías; pero, eso sí, bien cansado de caminar”.

Este día, la suerte llega luego de caminar hora y media. Una señora sale de su casa y le indica que en el terreno de enfrente tiene algo para él. Se trata de una carretilla vieja y unos tubos oxidados, por los que paga 10 pesos.

Confía en vender lo recolectado; por la carretilla puede sacar 150 pesos, comparados con los 30 que le darán en el depósito por todo.

Son las dos y media de la tarde. Ha caminado más de cinco horas, comienza a sentir el cansancio en las piernas. Decide que es hora de regresar pues la lluvia acecha con aparecer.

Al pasar por un taller mecánico escucha el grito “fierro viejo, fierro viejo”, Raúl voltea y del establecimiento salen dos sujetos, quienes preguntan cuánto por la carretilla; 100 pesos responde. El señor más grande y de bigote busca en sus bolsas del pantalón y saca el billete de 100 y se lo da, no sin antes agradecer. El veracruzano no esperaba venderla; pero, como dice, esto es de suerte.

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