Hay muchos temas en la agenda internacional. Este es, sin duda, uno de los más importantes. Sin demasiado ruido, podríamos estar ante una espiral de elevadísimo riesgo, como si éstas hicieran falta en estos tiempos. Hace dos años, Estados Unidos y otras potencias firmaron un acuerdo nuclear con Irán. Trump ha anunciado que, por primera vez, no va a certificar su cumplimiento. Esta acción en sí misma no nulifica el acuerdo, pero abre el camino para que, si el Congreso así lo decide, se reinstalen las sanciones económicas contra Teherán que fueron liberadas como parte de dicho pacto, o bien, se establezcan nuevas condiciones que si Irán incumple, reactivarían las sanciones. Aunado a esto, la escalada retórica entre Washington e Irán sigue aumentando. EU había informado su intención de designar a las Guardias Revolucionarias de ese país como grupo terrorista, a lo que funcionarios iraníes respondieron con amenazas de represalias “aplastantes”, y de que las bases militares estadounidenses en su región “corren peligro” si es que más sanciones contra Teherán son impuestas. Al final, Trump no designará como “terrorista” a este cuerpo iraní, pero sí se impondrán nuevas sanciones al respecto. El conjunto de esos factores ofrece un nada optimista panorama, sobre todo partiendo de que hace solo dos años, el ambiente era diametralmente opuesto. En este texto reviso los principales elementos del acuerdo nuclear, las causas por las que Trump lo está descertificando, y las posibles repercusiones que ello pudiera producir.

El acuerdo nuclear entre Irán y las potencias no es un tratado vinculante, sino una serie de términos pactados por las partes, cuya única garantía de cumplimiento es el acuerdo mismo. Si una parte incumple con lo pactado, la otra tiene la opción de dar marcha atrás en sus compromisos. Es por ello que, dentro del entendimiento, se establece un régimen de inspecciones sin precedentes a las instalaciones iraníes, y, al mismo tiempo, Washington se mantiene continuamente certificando que el acuerdo esté siendo cumplido. En síntesis, este entendimiento de 2015 establecía que: (1) Se revertiría la capacidad nuclear iraní, incrementando el lapso de tiempo que a este país le tomaría brincar del punto en el que se encontraba hasta poder armar una bomba atómica. Esto se conseguía desactivando casi 14 mil centrífugas y enviando fuera de Irán unas 10 toneladas de uranio ya enriquecido (suficiente para armar unas 7 u 8 bombas); (2) El enriquecimiento de uranio en Irán continuaría a través de unas 5,000 centrífugas que permanecen activas, pero no sería un enriquecimiento de niveles mayores que al 4%. Para una bomba nuclear se requiere enriquecer uranio a niveles de hasta 90%; (3) Las instalaciones subterráneas de Fordow se convertirían en instalaciones solo de investigación pero sin material nuclear ubicado en ellas; (4) Se bloqueaba el reactor principal de plutonio, garantizando que no se produciría ese material en grado suficiente para el armado de armas nucleares; (5) Se impedía la construcción, al menos durante 10 a 15 años, de nuevas instalaciones que pudieran enriquecer material para efectos nucleares; (6) Solo si se respetaba el 100% de lo anterior, las sanciones diplomáticas y financieras contra Irán serían levantadas y sostenidas sin efecto.

Para certificar esos puntos, los inspectores internacionales llevan dos años revisando su cumplimiento y emiten sus dictámenes cada vez que corresponde. A pesar de que, en su discurso de ayer, Trump habló de algunas violaciones menores a lo acordado, la realidad es que, hasta el momento, según dichos inspectores internacionales, Irán ha cumplido con sus compromisos. El propio secretario de defensa de EU, Jim Mattis, afirma que no hay evidencia alguna para suponer lo contrario y que, por lo tanto, está en los intereses de EU permanecer en el acuerdo. ¿Cuál es entonces el problema? El “espíritu”.

Obama y Kerry entendieron y plantearon este pacto como algo que tendría un alcance que rebasaba a las armas nucleares. Lo que se estaba haciendo, desde esa óptica, era establecer un nuevo balance estratégico de las relaciones entre Estados Unidos y los diversos actores en Medio Oriente. Al tejer nuevos vínculos con Irán, Washington conseguiría su colaboración para resolver muchos de los temas –como el conflicto sirio o la cuestión del combate a ISIS-- en los que esa colaboración era indispensable. Obama y Kerry buscaron transmitir a los actores duros en Washington y fuera de Washington que, más allá de los muy añejos prejuicios y preconcepciones sobre la República Islámica y sus ayatolas, era posible sentarse, conversar y tener una relación al estilo de “negocios” con Teherán.

Esa es la parte que no les salió del todo bien. Esencialmente porque para Irán el acuerdo nuclear siempre estuvo limitado a ese rubro en concreto; no había ningún “espíritu” que rebasara dicho rubro y ninguna otra cosa que respetar que no fuesen los aspectos mismos del entendimiento.

Así, los problemas no inician con Trump, sino desde antes, cuando Irán exhibe señales de que no tenía la menor intención de detener su programa de misiles, un asunto limitado por la ONU pero que no formaba parte del acuerdo nuclear. Por tanto, a pesar de haber desactivado las sanciones asociadas a la cuestión nuclear, el Congreso estadounidense estableció nuevas sanciones que ahora estarían vinculadas a estas otras actividades de Irán. Paralelamente, a lo largo de estos dos años, Teherán se ha mantenido comportándose en su región del modo usual: apoyando a los actores que favorecen a sus intereses, independientemente de si éstos golpean o no golpean los intereses de Washington o sus aliados. Como resultado, la Casa Blanca bajo Trump argumenta que hay bases para concluir que el pacto pone en riesgo la seguridad nacional estadounidense, lo que le autoriza a descertificarlo.

¿Qué sigue? Al no certificar el acuerdo, Trump coloca en la cancha del Congreso la decisión de restituir o no algunas o todas las sanciones vinculadas a la cuestión nuclear, o de imponer nuevas condiciones a Teherán que no fueron incluidas en el pacto original. Si el Congreso opta por hacerlo, Irán tendrá que decidir, a su vez, si mantiene o no mantiene sus compromisos, sobre todo considerando que hay otras potencias firmantes, y que el reasumir su actividad nuclear también pondría en entredicho su acuerdo con esos otros países. Pero mientras Teherán decide cómo responde ante nuevas condiciones por parte del Congreso para no imponerle sanciones, hay dos hechos que ya parecen inevitables: (1) Quedará formalmente reactivada una dinámica conflictiva entre Irán y Estados Unidos, la cual, de mantener una espiral ascendente, y de seguir adelante con la implementación de sanciones, podría incentivar, eventualmente, la opción por parte de los actores más duros en Teherán de retomar el camino hacia una bomba atómica, camino que como hemos visto en el caso norcoreano, es viable y, que por tanto, reenciende un riesgo real no solo para las relaciones Washington-Teherán, sino para efectos de los choques de Irán con sus enemigos regionales, como lo son Arabia Saudita e Israel; y (2) Estados Unidos está enviando un mensaje a otros actores, precisamente como Pyongyang, de que sus negociaciones tienen un valor temporal y limitado: no basta cumplir lo pactado; si los intereses de Washington son comprometidos, la superpotencia siempre podrá retirarse de un acuerdo firmado.

El acuerdo sigue por ahora vigente. Trump ha dicho que, si el Congreso no actúa, él tiene facultades para cancelarlo. De este presidente, por supuesto, es posible esperar cualquier cosa. Pero el peso que tanto los legisladores como el equipo profesional de la administración tendrán en sus manos en este tema, será muy elevado. Estaremos esperando que todos ellos actúen con responsabilidad en las semanas y meses que siguen.

Analista internacional. Twitter: @maurimm   

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