Epifania Adelfa Menes Matías fue invitada a un Foro sobre Mujeres Rurales que organizó el Senado de la República. En su momento, subió al podio y narró lo que ahora les comparto.

“Vengo de una comunidad de Oaxaca que se llama Santo Tomás Mazaltepec. Somos una comunidad de raza indígena. Conservamos como lengua materna el zapoteco del Valle. Sí es cierto que hemos sido víctimas del machismo nosotras las mujeres. Yo he sido víctima de machismo en mi comunidad”.

Describió cómo, sin que antes ninguna mujer se hubiera atrevido a hacerlo, ella asistió a una Asamblea de la comunidad, hace 20 años, ante el rechazo generalizado. Así lo narra: “¿Esa mujer qué hace aquí? ¡Esa mujer que se vaya a su casa! ¡Esa mujer debe estar en su casa haciendo tortillas, haciendo comida, lavando la ropa! Me quedé parada escuchando la voz de una multitud de hombres”. “La primera vez estuve un rato y no me sentí muy cómoda de estar ahí. Pero pensé: ¿por qué vamos a huir?”.

“Llegué a la siguiente Asamblea en actitud de enfrentarlos. Les dije: A ver, ¿quién es el hombrecito que se pare aquí al frente y que me pida que me vaya? Porque hablan, pero en montón. Quiero que me digan sólo una cosa: ¿por qué o cuál es el motivo por el que yo no puedo estar en esta Asamblea? Yo soy ciudadana, cumplo con mis obligaciones, he dado todas las cooperaciones a la comunidad. Yo quiero que uno de ustedes de los que está gritando me tome de la mano y me saque, porque no me voy a salir. Vengo aquí porque tengo derechos y porque estoy dispuesta a cumplir si la Asamblea me asigna un cargo”.

“Todos se quedaron callados. Me senté hasta adelante y luego pedí: Presidente, Secretario, anóteme usted en el padrón de ciudadanos, porque a partir de hoy voy a participar en las Asambleas y así como exijo mis derechos, voy a recibir mis obligaciones, y así fue” —comenta con orgullo—.

“Fui la primera mujer que participó en una Asamblea. Me miraban y se burlaban: yo les decía: búrlense de mí, chíflenme. Me gusta que me chiflen” —les decía yo—.

“Desde esa vez he participado en las Asambleas de mi pueblo, y cuando no he podido asistir, lo he compensado con trabajo comunitario (tequio) en las escuelas, en los centros de salud, en el agua potable, en el culto religioso”.

Después de mí, se fueron integrando otras mujeres, y ya me querían postular para presidenta municipal. De nuevo los comentarios: “Ella no puede ser presidenta municipal. Ella no va a llegar ahí. Nosotros nos encargamos de taparle el paso. Vamos a nombrarla como presidenta del Comisariado de bienes comunales”.

Yo no hice ninguna propaganda política —aclara— y “no pude asistir a la Asamblea porque mi padre se enfermó y lo estaba cuidando. Pero fui designada y fueron por mí a la casa”. Comenta: “ya estaba dudando en aceptar el cargo porque mi pueblo tiene mucho terreno de bosque y hay que hacer rondines, hay que cuidar los linderos, pero las otras mujeres me insistieron: acepte usted para que vean que también las mujeres podemos, y acepté”.

Al iniciar mi trabajo como presidenta me enfrenté al ´presidente del Consejo de Vigilancia, que me dijo: “¿y yo por qué tengo que obedecer le a una mujer. Yo le contesté: es que usted no me va a obedecer, véalo como que nosotras vamos a coordinar los trabajos. En mi casa no manda la mujer —me respondió—. Entonces le dije: En su casa no mandará la mujer, pero quiera o no, aquí manda la mujer por voluntad del pueblo”.

Esta historia muestra lo que las mujeres rurales de México están enfrentando más de medio siglo después de que constitucionalmente obtuvieron la ciudadanía.

Escuché a Adelfa en el Senado y quise que muchas y muchos más conocieran su testimonio. Ella busca, con su ejemplo, animar a muchas otras mujeres rurales a seguir sus pasos.

Directora de Derechos Humanos de la SCJN.
@Leticia_bonifaz

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