El título viene a propósito de la declaración del candidato presidencial de Morena en un reciente evento del religioso y fundamentalista partido conservador Encuentro Social, PES, en el sentido de elaborar una “constitución moral” para el país, si es que ganara las elecciones.

Más allá de que esto fuera un distractor para evadir las múltiples críticas contra AMLO por sus alianzas con Elba Esther Gordillo y la postulación al Senado del corrupto líder minero Napoleón Gómez Urrutia, lo cierto es que este planteamiento —efectuado en medio de cánticos religiosos y con referencias bíblicas del dirigente del PES y del propio AMLO— nos revela a un individuo situado en la ruta de la derecha confesional y el totalitarismo político.

Este concepto sobre “la moral” no es nuevo en él. Ya lo había planteado en la campaña de 2012 haciendo referencia a la Cartilla Moral que en 1944, formuló el filósofo Alfonso Reyes, en quien se dice inspirado pero que en los hechos lo tergiversa, ya que don Alfonso en el prefacio de esta obra señaló que para su elaboración “se ha usado el criterio más liberal que a la vez es laico y respetuoso para las creencias”; y agregaba: “podemos figurarnos la moral como una constitución no escrita, cuyos preceptos son de validez universal para todos los pueblos y para todos los hombres”.

Es decir, que para el filósofo mexicano no había que redactar una “constitución moral” y había que respetar el carácter laico del Estado y de libertad religiosa de la sociedad. Además, hay que reconocer que una cosa es la moral y otra es la ética, por lo que “al no existir un concepto homogéneo, absoluto y universal”, no queda claro cuál es la moral de la que AMLO habla y se entiende que es la suya, como lo han expresado varios connotados especialistas mexicanos en Derecho Constitucional.

Digo que se tergiversa a don Alfonso Reyes porque este “novedoso planteamiento” (“idea audaz”, la califican otros) se efectúa en un contexto y con un contenido eminentemente religioso, de tal suerte que una constitución así elaborada, no podría establecerse más que a costa de la libertad y no tiene nada que ver con la tradición juarista de la que AMLO se dice portador.

Sería el Estado o el gobernante en turno el que dictaría la moral. Es decir, su concepto de moral. Y entonces ¿cuál moral sería la oficial? ¿Acaso la postulada por la religión católica, o la protestante en cualquiera de sus múltiples variantes? ¿O la de los ateos, la de los liberales, o la de algunos iluminados que decidirán una moral ecuménica?

Todo esto no es más que totalitarismo y fascismo puro, un retorno a la inquisición; una visión mesiánica caminando estrechamente de la mano de una concepción totalitaria de Estado, como medio para imponer la verdad oficial, revelada por su líder, como los talibanes en Afganistán y en el Oriente Medio, como lo retrata la magnífica novela Cometas en el cielo y se manifiesta trágicamente en el accionar del “Estado Islámico”.

Es, además, profunda y visiblemente demagógica porque al tiempo que proclama el bien y la “República amorosa”, protege a lo más corrupto, mafioso y criminal del viejo sindicalismo priísta, hace alianzas con ellos y hasta los premia con candidaturas.

Decía don Alfonso Reyes: “el bien no debe confundirse con nuestro interés particular... no debe confundírsele con nuestro provecho, nuestro gusto o nuestro deseo. El bien es un ideal de justicia y de virtud que puede imponernos el sacrificio de nuestros anhelos”. ¿De qué bien y de qué moral, entonces, está hablando AMLO al proteger a quienes tanto mal le han hecho a México?

Esta es otra de las diferencias esenciales que tenemos la izquierda democrática del PRD y la coalición progresista “Por México al Frente” ante a este talibán mexicano, AMLO, a quien —sin embargo— el gobierno de Peña está ayudando con su estrategia de guerra sucia contra Ricardo Anaya, pretendiendo lo imposible: revivir a Meade.

Vicecoordinador de los diputados del PRD

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