El año pasado la revista francesa Esprit dedicó su edición de noviembre a “¿Una Europa sin cristianismo?” y el mes pasado Frédéric Martel, famoso por su libro Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano, afirmó que la Iglesia católica, en España, como en el resto de Europa, se encuentra en “fin de ciclo” (El País, 13 de mayo). En efecto, todos los datos estadísticos van en esa dirección y eso vale para todas las iglesias cristianas, no solo para la Iglesia católica. A diferencia de Martel, no creo que la explicación se deba buscar en los abusos sexuales de sacerdotes y pastores y, en el caso específico de la Iglesia romana, en el celibato obligatorio de los sacerdotes.

Un ejemplo: la Iglesia luterana en Escandinavia es admirable por su dedicación a las nobles causas sociales y políticas; se distinguió en la lucha eficiente contra el “apartheid” en África del Sur, entre otras batallas exitosas, y en la acogida a los inmigrantes. Hoy en día el porcentaje de daneses que van al templo no pasa de 2%, cuando, formalmente, la gente se sigue definiendo como cristiana: 87% de bautizados en 1994. ¿Cristianos sin Iglesia? La existencia secular de un clero casado, la ordenación de mujeres, no solamente como pastor sino como obispo, no ha frenado esa evolución.

En Canadá, más precisamente en Quebec, proyección de Europa, la situación es la misma y las iglesias están cerradas o en venta, convertidas en salas de concierto, bibliotecas, galerías y restaurantes. Tanto en la Escandinavia luterana, como en el católico Quebec, el declive empezó en los años 1960. En Polonia, la Iglesia católica, como baluarte de la nacionalidad y de la resistencia al régimen comunista, se mantuvo muy fuerte, pero, después de la victoria sobre “el comunismo ateo” empezó a sufrir un innegable declive. Eso prueba que se trata de un fenómeno de civilización, de cambio cultural y que ninguna Iglesia está inmune en ninguna parte del mundo occidental. En Francia, cada año, fallecen 800 sacerdotes y se ordenan 80; para sus escasos practicantes, la Iglesia católica francesa importa sacerdotes y monjas de África y América Latina. En 1900, Francia exportaba clero masculino y femenino en el mundo entero; en México, por ejemplo, tenía decenas de miles de misioneros.

Cifras de 2018: en doce de 22 países europeos estudiados, más de la mitad de los jóvenes adultos declaran que no se identifican con religión alguna: 64% en Francia, 70% en el Reino Unido. En Francia y Reino Unido, 26 y 21% de los jóvenes adultos se declaran cristianos. ¿Ha entrado Europa en lo que Charles Taylor, canadiense, califica de “era secular”?

Tal análisis no toma en cuenta el extraordinario despegue del pentecostalismo y de todas las variedades evangélicas que se despliegan en el mundo entero. Son capaces de entrar en tierra de Islam (y tienen ya sus mártires) y preocupan seriamente a la poderosa Iglesia ortodoxa de Rusia, al grado de que se apoya sobre el FSB (Servicio Federal de Seguridad) para perseguir a estos rivales. Muy numerosos en Corea del Sur, ganan terreno en Corea del Norte e inquietan al gobierno chino, mucho más que la Iglesia católica. En los Estados Unidos, “excepción religiosa” en el mundo occidental, por su alto nivel de religiosidad, la misma ola evangélica debilita las grandes Iglesias protestantes y católica. En México también.

El cristianismo, en cantidad, sigue siendo la primera religión, con 31% de la población mundial, frente al islam (24%). La mitad: católicos, 37% de protestantes, 12% de ortodoxos. En 1910, 66% de los cristianos vivían en Europa; cien años después, el 25%. Retrocede en Europa donde parece prometido a llegar a su mínima expresión, mientras se expande en África y Asia, y se mantiene (¿hasta cuándo?) en las Américas que son un “extremo Occidente”.

En conclusión, no se puede pronosticar la evolución futura del cristianismo a partir del caso europeo. Históricamente, la Europa cristiana ha tenido un papel decisivo en el mundo entero, a partir del siglo XV y eso afectó al cristianismo mismo, para bien y para mal. Que el cristianismo deje de ser europeo, no es un mal.

Historiador

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