López Obrador se equivoca regularmente en su manera de comunicar. Su error más reciente ocurrió durante la entrevista a Milenio, cuando pronunció una frase infeliz: “Le tengo mucha desconfianza a todo lo que llaman sociedad civil  o iniciativas independientes”.

La formulación fue un equívoco porque no representa ni lo que el candidato piensa ni su práctica concreta ni las características del partido-movimiento que encabeza. Fue un error, además, porque da materia a sus adversarios, siempre dispuestos a tomar cualquiera de sus palabras de forma aislada, dibujar una caricatura falsa y reforzar su narrativa alarmista.

Nadie intentó situar aquella expresión en el contexto en el que se pronunció. El candidato dijo: “el problema es que han simulado demasiado con lo de la sociedad civil, es como las candidaturas independientes que son independientes del pueblo, no de la mafia del poder”.

La crítica de López Obrador iba dirigida a eso que cabría denominar como “la sociedad civil empresarial organizada”, la cual representa únicamente un sector de la sociedad civil, no a su totalidad. Su crítica iba dirigida a ciertos grupos de interés o lobistas que se abrogan la representación del conjunto y busca usurpar la representación social. Quizás también iba hacia esos intelectuales públicos autoproclamados “expertos”, que desde la Ciudad de México y sin conocer siquiera el país, gozan de una capacidad de incidencia e interlocución con el poder muy superior a lo que realmente representan.

La suspicacia es quizás ante una sociedad civil de cúpula que representa fundamentalmente intereses de las élites (legítimos o no); a los grupos que han lucrado política y financieramente con la transición democrática y con la existencia de organismos autónomos (como el Inai); a quienes de forma velada promueven agendas privatizadoras o a los líderes sociales que hoy fundan una organización social para mañana aliarse a un candidato, por mencionar algunos ejemplos.

Creo que críticas de ese tipo no le aportan a su campaña y debiera evitarlas. Sin embargo, de ahí a proclamar que por eso AMLO es un autoritario que está en contra de la sociedad civil hay un abismo lleno de ficción. Un grupo de “abajo firmantes” publicó un desplegado (https://goo.gl/yz56DE) en el que así lo plantean cuando dicen: “Sólo los regímenes autocráticos o los defensores del  status quo  pueden percibir la participación cívica como una amenaza al orden y la estabilidad”.

Más que sacar conclusiones falsas a partir de frases aisladas, sería mejor observar las prácticas concretas de López Obrador. Como jefe de Gobierno de la Ciudad de México promovió diversos instrumentos de participación que —mal o bien sucedidos— demostraron un compromiso con el avance democrático en la Ciudad; creó un partido-movimiento en donde el 80 por ciento de sus integrantes no tienen una militancia partidista previa y donde sus bases discuten hasta la saciedad.

La sociedad civil es mucho más que las organizaciones de cúpula que se han vuelto visibles gracias al espacio privilegiado que les otorgan los medios. Está formada también por las organizaciones sociales de Guerrero y de Oaxaca, por los colectivos de Tlaxcala y de Chihuahua o por las cooperativas de pequeños productores; grupos que están hoy más cerca de López Obrador que de cualquier otro candidato.

Organizaciones de derechos humanos, ambientalistas, migrantes, pueblos indígenas, entre otros, están cerca de la campaña de AMLO. Algunos incluso estarán en el gabinete de López Obrador. Una de ellas se llama María Luisa Albores: nació en Ocosingo, Chiapas, está al frente de una cooperativa Indígena de la Sierra Nororiental de Puebla, Tosepan Titataniske, y muy probablemente será la próxima secretaria de Desarrollo Social.

AMLO no está en contra de la sociedad civil. Lo que busca, en todo caso, es escuchar y empoderar a otra sociedad civil, una a la que hasta ahora le hemos dado la espalda.

Investigador del Instituto Mora

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