Las recientes elecciones transformaron al sistema político mexicano.

Un día la gente se cansa y deja de votar por los mismos de siempre. Y eso ocurrió. Estos comicios, los más grandes (y estresantes) que ha vivido el país, dejan muchas lecciones. Con las mismas reglas, ganaron otros. El sistema político procesó el hartazgo con la política de privilegios e instrumentó la alternancia entre partidos. Algo nada extraño cuando la democracia funciona. Que unos ganen y otros pierdan. Y que todos acepten el resultado. Triunfó el cansancio frente a la estrategia del miedo. La gente simplemente eligió de manera mayoritaria a un partido como Morena creado dentro del sistema , con las reglas del sistema pero que ha funcionado como una alternativa al status quo.

En este escenario incierto, dos ideas parecen ciertas. Primero, que aún es pronto para afirmar que una u otra fuerza política ha desaparecido; que la dinámica de la competencia es nuevamente la de un sistema de partidos hegemónico o que se está ante un nuevo sistema de partidos. Los cambios deberán permanecer en el tiempo y se necesitarán al menos tres o cuatro elecciones presidenciales, como nos enseñó el politólogo Giovanni Sartori, para poder referirse a la consolidación de un cambio sistémico. Segundo, que la aprobación de buenas reformas electorales (como las relacionadas con la paridad de género), junto a la voluntad de las autoridades electorales (administrativas y jurisdiccionales) para hacer valer esas leyes y una sociedad civil activa que monitorea su cumplimiento, generan las transformaciones deseadas.

De todas las transformaciones que han generado estas elecciones, la idea de estar más cerca de una democracia paritaria es una de las más impactantes.

Tras décadas de reformas y de presiones a los partidos para que ubiquen a las mujeres como candidatas, por fin ellas han accedido de manera cuasi igualitaria a las instituciones. Por primera vez, hubo tantas mujeres como hombres compitiendo por los cargos de elección popular y, aunque se dieron fuertes resistencias, estrategias de simulación e incluso casos de violencia política en razón de género (física, simbólica o institucional), las mujeres consiguieron competir… y ganar. Lo cual no es una cuestión menor, sobre todo cuando sólo el 11% de los mexicanos acepta que las mujeres tengan cargos importantes en la política, según una encuesta de De las Heras Demotecnia (Forbes México).

A partir del 1 de septiembre cuando tomen posesión las 65 senadoras y las 246 diputadas, la tarea será impulsar estrategias para pasar de la representación descriptiva, este mayor número de mujeres en las Cámaras, a la representación sustantiva, es decir, la aprobación de leyes para conseguir la igualdad real. Para ello se requiere la integración de comisiones paritarias ; la distribución de las presidencias de las comisiones también de manera paritaria y una bancada de mujeres multipartidaria, transversal e interseccional, que impulse de manera activa la agenda por la igualdad sustantiva, incluso desoyendo cuando sea necesario la disciplina partidista.

Las expectativas sobre el trabajo de las mujeres políticas son inmensas. Mientras ellos controlaban los escaños, nadie se preguntó por sus capacidades. Ahora que ellas consiguen acceder a los cargos, los cuestionamientos sobre sus habilidades y conocimientos han sido recurrentes. Se ejerce una doble discriminación. A las mujeres electas se las suele evaluar por un cristal diferente que a los hombres electos. Las mujeres competitivas, independientes y autónomas suelen ser percibidas como una amenaza por los que ejercen el poder. La consecuencia no esperada ha sido, al menos en México, el incremento de los casos de violencia política en razón de género. Y es muy probable que esta tendencia persista, dado que aún no se ha tipificado la violencia ni tampoco están claras las sanciones por estos delitos.

La experiencia reciente enseña que más mujeres en los escaños no significa necesariamente más mujeres con poder. Tampoco supone que todas las mujeres compartan ideas feministas ni que todas ellas, por el hecho de ser mujeres, tengan que impulsar políticas con perspectiva de género. El feminismo es una ideología, una manera de ver y entender el mundo, y muchas mujeres, por ser mujeres, no nacen feministas. En ese sentido, esta agenda tampoco está vetada a los hombres. Ellos deberían impulsar la agenda por la igualdad sustantiva igual que las mujeres, dado que no es propiedad de nadie sino que debería ser parte de la democratización de la democracia.

En un país donde las mujeres han sido consideradas históricamente ciudadanas de segunda, donde existen fuertes estereotipos de género que condicionan el modo en que los partidos, los medios y el electorado las evalúa, donde la violencia es una pandemia estructural y mucha gente sigue creyendo que las mujeres “no merecen” ejercer el poder político sino que su lugar es “estar en casa”, los resultados de las elecciones del 1 de julio son una esperanza hacia la construcción de la democracia paritaria y hacia el impulso de políticas públicas que pongan en práctica la igualdad sustantiva.

Flavia Freidenberg

Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses