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San Luis Río Colorado

Sin saber nada de una línea divisoria, en la frontera entre México y Estados Unidos sobreviven los hijos del desierto. Se trata de la etnia Tohono O’odham, una tribu que año con año recorre a pie los 150 kilómetros de La Ruta de la Sal, una peregrinación que inicia en sus comunidades en Arizona y que atraviesa los municipios sonorenses de Puerto Peñasco, Sonoyta, San Luis Río Colorado, Saric, Altar, y Caborca.

El objetivo es llegar a la Bahía Adair, un sitio sagrado asentado en terrenos federales donde se extiende un sistema de oasis y humedales costeros que por milenios han servido como refugio de vida silvestre. Hoy, estas planicies salinas, y su vida ritual, son amenazadas por una empresa privada y su urgencia por explotar las minas de sal.

Salinas sagradas. Ubicadas al norte del Golfo de California, estas salinas son protagonistas de la tradición espiritual de los pueblos del desierto. Según la historia oral de los Tohono, las salinas son el punto de llegada en el que la tribu realiza ceremonias con hojas de salvia y plumas de águila, bebía de los oasis y recolectaba plantas medicinales y sal. Ahora, dice Ken José María, líder de la etnia, su tierra ha sido profanada, vandalizada y dañada.

Rafael Monreal, traductor y representante de la cultura Tohono, señala que a pesar de que la etnia quedó dividida entre México y Estados Unidos, sus integrantes buscan la preservación de la cultura y tradiciones, por lo que ya preparan la defensa de la tierra de sus ancestros.

"Estos son sitios sagrados que veneramos, no nos pertenecen a nosotros, le pertenecen a la Madre Tierra y a nosotros como etnia nos ha tocado ser los guardianes", dice a EL UNIVERSAL.

Defender la tierra. Para los Tohono O’odham, este paraíso natural y cultural, se encuentra en peligro de ser destruido por la operación de una empresa denominada Salina Borrascosa, promovida por el empresario Jesús Pedro Villagrán Ochoa, quien logró la autorización para extraer sal de parte de la delegación en Sonora de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

De acuerdo con el oficio con folio DS/SG-UGA-IA-0828-16, firmado por el delegado de la Semarnat, Gustavo Claussen Iberri, el 9 de enero de 2017, el funcionario federal autorizó la operación del proyecto salinero en 66 hectáreas de planicie salina, a pesar de que la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP), responsable de la protección de sitios Ramsar, se pronunció en contra.

El pasado día 1 de abril, personas que se identificaron como trabajadores de Villagrán Ochoa, llegaron al sitio con maquinaria pesada e ingresaron sin la autorización del Ejido Vicente Guerrero, para iniciar los trabajos de explotación minera de sal de mar.

“Ingresaron a la Salina por el único camino que hay, este es un camino que pertenece al ejido y nunca hemos dado autorización para su ingreso, por lo que están operando de forma ilegal... pero al amparo de las autoridades”, acusó José Luis Bolaños, presidente del Comisariado del Ejido Vicente Guerrero, donde se ubica la región ritual.

La concesión del polígono para la explotación de sal marina que ostenta el empresario Villagrán Ochoa, fue obtenida en 1985 y tiene una vigencia de 50 años, es decir, hasta 2035; no obstante, para Bolaños el ingreso de la empresa, y la autorización que la Semarnat dio al proyecto, es un signo de que las autoridades ambientales federales y estatales no están protegiendo el patrimonio natural de la región.

Luego del ingreso del personal de la empresa salinera, la CONANP solicitó una inspección a la Procuraduría de Protección al Ambiente. Un par de inspectores realizaron una breve visita a mediados de abril, pero de ello no se han desprendido acciones legales.

El 28 de mayo anterior, líderes tradicionales de la etnia entregaron un bastón de mando a las autoridades del Ejido Vicente Guerrero en señal de compromiso al apoyo en la lucha por sacar a la empresa del sitio natural.

En las últimas semanas, miembros del Ejido Vicente Guerrero han visto la operación de maquinaria pesada que ha excavado someras albercas para la acumulación de agua marina que posteriormente, por la evaporación, se convierte en sal.

Paraíso blanco. Además de la importancia sagrada de la bahía, los oasis de agua dulce que rodean estas salinas naturales son ecosistemas únicos en todo el noroeste de México, sostiene el científico de la Universidad de Arizona, Ben Wilder, quien lleva 10 años visitando la zona y haciendo registros de flora y fauna.

“Este es un oasis para las plantas y los animales del desierto, especialmente importante para las aves migratorias que circulan en la temporada fría, pues esta zona es parte de la ruta del Pacífico de aves migratorias”.

El académico afirma que los oasis presentes son producto de la existencia de pozos artesianos, formaciones naturales donde emana agua dulce al lado de dunas y planicies de sal. Estos pozos, señala, pueden tener miles de años de existencia, pero debido a lo ais-
lado de la zona se han conservado, de ahí la importancia de preservarlos.

María García, curandera binacional de los Tohono, está de acuerdo. Para ella se trata de un momento para defender a su etnia, sus usos y costumbres, y a la tierra de su pueblo. “Todo ha regresado lastimándonos a nosotros, esta es la única tierra, este desierto es lo único que tenemos, lo que nos dio nuestro creador”, afirma.

Mientras tanto, la destrucción no se detiene y la empresa que se dice dueña de la sal la sigue extrayendo.

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