Nueva York

Aquella noche en el pequeño departamento en Queens, Nueva York, Jaime Lucero sintió los pies adoloridos, las manos inflamadas, los dedos congelados y el vientre humedecido. Había lavado platos durante 14 horas seguidas y en su cabeza sólo estaba la imagen del jabón líquido, la esponja de fierro, los platos que se amontonaban uno encima del otro.

Al fregar por horas se sumaba la constante incertidumbre, los golpes secos en el estómago que le provocaban las bromas de los compañeros: “¡Ahí viene la migra!, ¡está en la puerta!”.

Jaime Lucero se juró aquella noche que no regresaría a trabajar, que no soportaría otra jornada laboral encorvado sobre el fregadero, con los codos sobre el metal congelado.

Rápidamente rectificó; ¿dónde encontraría un trabajo que le agradara?, entonces recordó por qué atravesó un río y caminó hasta Nueva York. Recordó que después del asalto donde murió su padre, en México, no había nada. Y volvió a enjabonar y a enjuagar otra vez.

Se hizo normal la inflamación de las manos, el dolor en la cintura, los constantes aspavientos cuando algún compañero gritaba en español que se lo iba a llevar la migra.

Durante seis años, Jaime Lucero, un inmigrante de ojos chiquitos nacido en Puebla, lavó platos en un restaurante de mariscos en las inmediaciones de Manhattan.

Sin oportunidades

“Mi historia es como la de muchos”, dice Jaime Lucero tres décadas después de aquel día. Es tímido, modesto en su hablar; sonríe mucho y los ojos se le vuelven dos líneas rectas.

El inmigrante dio su primer grito en este mundo en Independencia, en un pueblito ubicado en la sierra poblana donde actualmente viven 32 habitantes. En sus buenas épocas, cuenta el señor Lucero, vivieron 60, pero la mitad emigró a Estados Unidos.

Cuando Jaime Lucero apenas cumplía nueve años tuvieron que abandonar el pueblo su madre y sus siete hermanos. Su padre, un pequeño ganadero, fue asesinado durante un asalto; entonces toda la familia se quedó sin nada.

En la Ciudad de México, y a los 10 años, consiguió su primer empleo: remodelaba carros usados que más tarde eran rematados.

“Intenté establecerme pero no había oportunidad, intenté ir a la escuela, medio trabajaba, medio estudiaba, así que un día la falta de oportunidades me obligaron a tomar la decisión. Mi hermano mayor ya se había venido para Nueva York, así que partí a los 18 años.

Un 15 de septiembre de 1975, Jaime Lucero llegó a vivir a la “Gran Manzana”. Dos días después ya había conseguido trabajo. Lo colocaron en un restaurante de mariscos ubicado en Queens, uno de los cinco distritos de Nueva York y donde vivía la mayor concentración de afroamericanos e hispanos.

“Lo más complicado cuando llegas a Estados Unidos es acoplarte a tus nuevas condiciones, entender que la vida será distinta. Más rápida, más extenuante, acostumbrarte a extrañar siempre. El reto más grande es adaptarse, tratar de entender lo que le están diciendo en inglés. Era un trabajo muy pesado. Sientes miedo todos los días, porque te decían los compañeros que migración estaba en la puerta, era horrible”.

Por seis años lavó trastes, pero con cada fregada se repetía que sería temporal, se preguntaba por qué había llegado a EU y se respondía que por algo mejor. Por eso, después de fregar trastes durante 14 horas, por las noches asistía a clases de inglés para aprender el idioma.

Cuesta arriba

El momento exacto en que el migrante poblano empezó a amasar su fortuna fue seis años después de lavar trastes, en la parte trasera del restaurante de mariscos donde trabajaba. “El camión que utilizaba para ir a comprar los insumos del restaurante estaba fallando; era un camión viejo, así que se me ocurrió ‘este camión ya no sirve, se anda parando seguido’, para mí fue como una señal y le pedí al dueño del lugar que me lo vendiera a plazos”, cuenta.

El dueño del restaurante lo miró extrañado, pero rápidamente le contestó que sí. A los pocos meses, Jaime Lucero cumplió su primera meta: abandonó el restaurante, dejó de lavar trastes y con el camión apenas andando se empleó como chofer independiente.

La dinámica era que una gran compañía de traslados conseguía clientes y Jaime Lucero se llevaba 60% del ingreso. “Otra vez el trayecto fue extremadamente duro, el aprender otra vez, adaptarse a una nueva realidad, y el camión fallando como siempre, ¡no sabes!... cuando se quedaba parado y estaba nevando yo llegue a sentir unas ganas enormes de llorar”, cuenta.

Otra vez la necesidad obligó a Jaime a tomar acciones concretas: además de las clases de inglés, en sus ratos libres estudiaba mecánica automotriz para reparar el camión en caso de que fallara, y para no volver a llorar bajo la nieve.

Adaptarse a la realidad, la clave

El señor Lucero considera que el éxito radica en salir de tu zona de confort y en demostrarte todos los días que puedes adaptarte a tus nuevas realidades. Aguantar y demostrar todos los días que puedes resolver los conflictos. Tal vez si se hubiera quejado o negado aquel día cuando era comisionista y se le presentó una gran dificultad, ahora no sería millonario.

Por alguna razón, cuenta, a mediados de los años 80 en Nueva York había mucho trabajo en la industria textil. Había que transportar cajas de tela, con más de 350 kilos, y salvo los mexicanos, nadie lo quería hacer.

“Fue ese día, el día que me llamaron y me pidieron que trasladara un gran número de cartones de tela. Y urgía que salieran del lugar donde se habían hecho, pero por alguna razón no habían pasado y se atrasó la entrega.

“Entonces me dijeron: ‘hay tantos cartones en el quinto piso y quiero que los bajes el fin de semana. No puedes usar el elevador y no van a poder ayudarte ¿quieres hacerlo?’, dije que sí sin pensar”, narra.

“Me acuerdo que el elevadorista era chino y me vio cómo bajé esos cartones de tela, y al hacer eso se corrió la voz entre los chinos y se empezó a correr la voz y me empezaron a llamar directo y el trabajo como por arte de magia se multiplicó”.

Jaime Lucero compró más camiones, se instaló en una oficina en forma y contrató a otros inmigrantes; era 1985 y el poblano creó una empresa a la que bautizó como Golden and Silver, con apenas la secundaria, sin documentos migratorios y hablando poco inglés. “Uno aprende que tiene que ver ese esfuerzo de manera positiva. Yo no tenía documentos y aún así siempre me preguntaba qué más hay. Yo vine desde México y dejé a mi familia, dejé todo para venir aquí. Yo no sentía que lavar trastes iba a ser mi trabajo de por vida.

“No podemos quedarnos en un lugar cómodo, siempre tenemos que recordar la razón por la que venimos aquí y esa debe ser siempre la motivación para probar que podemos llegar lejos”, asegura el señor Lucero.

En 1986, tras una década en Estados Unidos, se acogió a la amnistía que legalizó a 2.7 millones de inmigrantes en aquel país. Con su empresa encaminada, el mexicano fue por su madre y sus hermanos y se los llevó a vivir con él.

El emporio

Actualmente Golden and Silver inc, la compañía que fundó un lavatrastes mexicano, además de distribuir telas por todo el país, manufactura ropa de mujer en 10 países de Asia y la distribuye en 8 mil puntos de venta en Estados Unidos.

El mexicano originario de un pueblito con tan sólo 32 habitantes es proveedor de tiendas de ropa de lujo, como Bloomingdales y Saks Fifth Avenue.

Tan sólo en la compañía central de Nueva York trabajan más de 500 personas. Golden and Silver inc. es una de las más grandes distribuidoras de ropa de mujer en todo Estados Unidos y está valuada en millones de dólares.

Entre los negocios que estableció Jaime Lucero gracias a su empresa se encuentra un restaurante mexicano localizado en el “Alto” Manhattan, una de las zonas de super lujo en Nueva York, que mantiene para que no se extinga la cultura mexicana en la zona.

Incluso, el Instituto de Estudios Mexicanos de la Universidad Pública de Nueva York fue nombrada como Jaime Lucero Mexican Studies Institute, en honor al mexicano que desde que empezó a amasar su fortuna ha becado a cientos de estudiantes inmigrantes para que vayan a la universidad en Estados Unidos.

El empresario también logró que la universidad pública sólo cobrara a los estudiantes mexicanos una colegiatura como si hubiesen nacido en aquel país.

El mexicano que un día lavó platos hoy vive en Nueva Jersey, a sólo unas cuadras de la casa donde residía Tony Soprano, el jefe de la mafia italiana protagonizado por el actor James Gandolfini en la serie televisiva Los Soprano. Jaime Lucero es uno de los mexicanos más ricos del estado de Nueva York.

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