En el fondo del río San Pedro, en Balancán, Tabasco, existe la primera granja de perlas de agua dulce en México y Latinoamérica. Este tipo de cultivo se denomina Perlicultura, llegó hace una década a la comunidad y se extendió a otras poblaciones en los márgenes de este afluente.

El proyecto surgió del Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (Cibnor) de La Paz, Baja California Sur, y se consolidó hace cuatro años con el apoyo de investigadores y estudiantes de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), así como de pescadores que ven en la cosecha de perlas un alto valor comercial.

Los investigadores y pobladores que colaboran esperan a que concluya la temporada de inundaciones para extraer la almeja del río y una vez aclimatados en los laboratorios realizan diversas etapas experimentales.

Para ello, utilizan la almeja Psoronaias crocodilorum, una especie muy fuerte y tolerante al estrés.

“Fue la que logró más resistencia, la que menos estrés sufrió y con la que controlamos los niveles de anestésicos para poder producir las perlas”, explicó Alfonso Castillo, profesor responsable del programa.

“Nos aventuramos y lo primero que hicimos fue un inventario, después realizamos técnicas de implantes y experimentamos con el uso de anestésicos en estos organismos”, señaló.

En este proceso dominaron dos técnicas anestésicas de cultivo, ambas de origen chino: Mabe y Keshi. La primera se trata de incrustar al interior de la almeja relajada un “domo de plástico” —muy común en bisutería de joyería fina— que por efecto fisiológico, el molusco va recubriendo de nácar durante al menos ocho meses hasta obtener “medias perlas”. De esta forma se logran adquirir piezas de gran calidad, mientras que en China, las granjas obtienen la gema en un lapso de ocho meses hasta un año.

“Redujimos mucho tiempo; nos emocionamos y aventuramos. Es interesantísimo porque hasta en cinco días generaba nácar. En cinco y ocho meses hemos logrado un grosor para calidad de venta”, afirmó Alfonso Castillo.

En el caso de la técnica Keshi o grano de arroz, el especialista explicó que sacrifican a una “almeja donadora” de la misma especie para obtener cuatro milímetros de su tejido que, en una pequeña cirugía, es injertado en el estómago del molusco que actúa como “vientre prestado”. El tejido del animal es usado para injertar 50 almejas.

Una vez concluida la etapa de incrustaciones, en ambas técnicas, los ejemplares son llevados a un laboratorio para su observación. Posteriormente son trasladadas al área de cultivos y depositadas en tanques acuáticos, donde vigilan sus variables ambientales (temperatura y ph) de tres a nueve meses; finalmente son liberadas en el río donde se encuentra la granja.

Para confirmar el nacarado en perlas, los investigadores extraen los especímenes para monitorearlas cada mes. “Cuando queremos saber si ya están cosechadas, extraemos un lote del río en la granja, las dormimos y en el caso de las almejas Mabe, abrimos sus larvitas y observamos la coloración del nácar, en el caso de Keshi, miramos su grosor entre su pancita protuberante, en ambos casos nos indica si ya están listas”.

Después de cuatro años de ensayos, especialistas lograron controlar las técnicas de reproducción en México y Latinoamérica, hoy se encuentran en fase de comercialización y producción artesanal a “gran escala” en Guadalajara y Guerrero, donde orfebrerías esperan sus perlas nacaradas.

En la División Académica Multidisciplinaria de los Ríos de la UJAT, situada a unos 189 kilómetros al sur de Villahermosa, los investigadores y alumnos trabajan de un año a ocho meses para obtener perlas con un valor de entre 6 mil y 30 mil pesos, dependiendo de su acabado.

“Ya tenemos el desove, ya sabemos qué comen y ya podemos comenzar a baja intensidad y luego a gran escala. El negocio comienza cuando extraes las medias perlas y quieres agregarles bisutería en oro y plata fina con diamantes. Ahí comienza el negocio y la rentabilidad”, señaló el profesor.

El laboratorio regional de la UJAT se convirtió en una gran bodega de reproducción, porque cuenta con existencia de moluscos para satisfacer al mercado de la joyería.

“En un principio era muy poco, no teníamos suficiente reproducción, estábamos en ensayos, ahora hay existencia, tenemos almejitas en laboratorios y semillas para comenzar a implantar, antes no lo teníamos, ni nos aventurábamos”, señaló.

Reveló que en varios países de América Latina reportaron los primeros desoves de almejas tiernas de agua dulce, de las que se pueden obtener 450 organismos más: “Con ellas tenemos una gran cantidad para poder comenzar a implantar”.

Del rey Pakal para el mundo

El hallazgo de perlas de joyería en un pectoral maya del rey Pakal en la zona arqueológica de Palenque, Chiapas, llevó a los investigadores a plantear el  proyecto tras la valoración y estudio de 2 mil organismos.

“La idea surgió durante la visita al Museo del Ámbar, en San Cristóbal de las Casas, donde vimos vestigios de una perla incrustada en el pectoral del rey maya Pakal. Nos cuestionamos: ‘¿Cómo llegó esa perla cuando vivió en la zona de Palenque?’”, recordó Alfonso Castillo.

En la cuarta etapa del proyecto desarrollan estrategias para su comercialización con acabados artesanales y también pretenden trasladar la tecnología a otras especies del centro y sur de América para repoblar bancos reducidos, sembrando filtradores y limpiadores de agua en diversos ríos. “Esto aún no se ha logrado en América Latina. La idea es transferir la técnica, no sólo a Centro y Sudamérica, sino a Europa, comenzando por España”, aseguró.

Destacó que la clave del éxito en el proyecto de perlicultura es la técnica Mabe, que entre sus bondades se encuentra que el organismo no sea sacrificado y permite que éste siga su función ecológica en el medio ambiente filtrando cinco litros de agua al día.

En el proceso, igualmente lograron inducir el desove de las almejas regulando su temperatura para impulsar su repoblación donde sus bancos son reducidos. “Los usaremos para sembrar por las características que estos organismos representan ecológicamente como filtradores”.

“Las cooperativas pesqueras y la población están emocionados con el programa, porque de una concha tirada en el río pueden obtener ingresos con fines turísticos; ellos cooperan vigilando entusiasmados con el proyecto”.

En la comunidad de San Pedro, donde se ubica la granja, los pescadores vigilan 180 bancos de almejas y ayudan en las tareas de extracción del molusco tras la temporada de lluvias.

También colaboran en las faenas de traslado, participan en los talleres artesanales y se adoctrinan en prácticas de cuidado ambiental.

Las comunidades que colaboran con el proyecto ven con aceptación y futuro el cultivo de perlas. “Les echamos la mano con las lanchas, buceamos y sacamos las conchas; estamos interesados en sus estudios porque la meta es que haya beneficios con capacitación de trabajo redituable para todos”, aseguró Vicente Castillo quien desde hace 20 años se dedica a la pesca.

La investigadora Carolina Melgar Valdez destacó que fue fundamental el estudio de la biología y el comportamiento de estos moluscos. “En los últimos dos años dedicamos el tiempo a buscar la capacidad de producir gran cantidad de nácar  a través de alternativas y ya logramos la estrategia para producirlas”.

La cosecha de esta especie es considerada por los expertos y habitantes como una alternativa de aprovechamiento, después de actividades como la agricultura, ganadería y pesca. Se gana hasta 300% ya que el costo de producción es muy bajo. Los investigadores esperan que las autoridades locales financien las granjas como otra opción de desarrollo comunitario.

La UJAT se encuentra en el proceso de registro de la patente que protegerá a la granja y su comercialización en un plazo de dos años.

El cultivo de perlas en México no es una práctica nueva, porque existen granjas en la zona noroeste del Mar de Cortés; sin embargo, se trata de perlas marinas y no de agua dulce.

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