A poco más de cien días de su gobierno, el mayor logro de AMLO ha sido comunicacional. El presidente ha logrado que la comunicación del país gire en torno a lo que él desea. El mundo de la prensa y el análisis están tan distraídos con la figura presidencial que en muchos casos se han vuelto omisos en lo sustancial. Hoy los términos y las terminologías del debate son impuestas por AMLO. En el fondo, lo que esto revela es que el nivel de la discusión pública ha cedido a un impulso superfluo e ideológico, guiada más por las fobías, las filias y los intereses que por el pensamiento y el análisis. El resultado es un debate público degradado cuyo epicentro intelectual consiste en la definición de bandos y no en el desarrollo de argumentos e ideas sustentadas. Muchos han caído presa de esta polarización y simplificación del espacio público porque el éxito comunicacional de AMLO es tal, que el público exige al mundo del análisis los mismos términos maniqueístas de su discurso, como si el rol del análisis fuera ser buena onda, popular y sectario.

AMLO es un genio de la comunicación política, sus conferencias matutinas sientan los términos del debate y los medios y las redes replican los mensajes. Alrededor de los términos de debate solo existen dos posturas posibles; estás con nosotros o en contra. Sería ingenuo pensar que se trata de un acto de censura, más bien estamos ante un modelo de comunicación sumamente efectivo respaldado en la altísima popularidad del presidente. A partir de que AMLO habla, todos los demás hablan de lo que habló. Esto muchas veces genera un falso velo de realidad, lo que sale en la conferencia se confunde con lo que sucede en la realidad, y lo que no, pareciera que no existe. El frenesí por el presidente por un lado y el patético fracaso discursivo de la oposición, han creado un desbalance en el que hasta lo más claros han perdido brújula. En lugar de debatir el trasfondo de las acciones gubernamentales caemos una y otra vez en la trampa de discutir lo que AMLO quiere que discutamos, el presidente no tiene razones para abandonar un esquema que le ha funcionado, pero el rol de los analistas no es ser cómplices, porristas o acérrimos enemigos.

El ejemplo más reciente de esto tiene que ver con el documental el populismo en América. Hace unos días, en la conferencia matutina de AMLO, el titular de la Unidad de Inteligencia FInanciera, Santiago Nieto, reveló la trama detrás de este documental y la campaña sucia contra la candidatura de AMLO. A raíz de ello, analistas y medios debaten sobre este documental y la guerra sucia contra el ahora presidente. Si el documental fue hecho con dinero ilícito o rompiendo leyes electorales no hay duda de que los responsables deben ser sometidos a la ley, sin embargo el trasfondo del tema ha sido omitido: no se trata -como quiere AMLO- de discutir la guerra sucia en su contra, sino de discutir la construcción de un Estado de Derecho mexicano que impida que cualquier acto de corrupción, afecte o no al presidente, quede impune.

Cada sexenio el gobierno encuentra chivos expiatorios para dar la imagen de que está actuando contra la corrupción. Se trata casi siempre de un uso discrecional del sistema de justicia y no de un fortalecimiento del sistema judicial que permita la construcción de un Estado de Derecho. AMLO ha proclamado ser diferente a sus antecesores, su promesa de luchar contra la corrupción fue en gran medida lo que lo llevó a la presidencia, y sin embargo, la declaración de Santiago Nieto se parece más a la justicia selectiva del pasado que a un proceso institucional de lucha contra la corrupción y fortalecimiento del Estado de Derecho. Es muy pronto para saber si AMLO romperá con el modelo anterior o simplemente lo reforzará cubierto bajo una nueva retórica, pero lo sucedido en estos cien días dan más muestra de una continuidad que un cambio: no se han sentado pilares para cambiar el sistema de justicia, y mientras que parece haber interés en acabar con la corrupción en ciertos sectores, en otros se omite o se perdona.  

El internet y las redes sociales han generado una competencia importante entre los analistas por rating y clicks; esto genera una presión intrínseca en el gremio. Hay muchas maneras de volverse popular en un contexto tan polarizado y con un debate público tan simplificado, pero hay que resistir esa tentación. A esta presión por “destacar” se suma la hipnótica presencia de AMLO. En el contexto actual es sumamente impopular salirse de los términos del debate que establece el presidente, es sumamente impopular criticarlo o en su defecto, entre ciertos sectores, reconocerlo; como todo es visto desde una óptica maniquea y partidaria, el espectro del análisis se reduce. Es por ello que es tan importante defender el espacio del libre pensamiento y la diversidad. El análisis no debe buscar aprobación popular sino integridad. No se trata de engañar a nadie, la objetividad no existe porque somos sujetos, pero nuestro rol es analizar, pensar e intentar construir. El mayor reto del analista en este sexenio es no caer en la trampa de los distractores mediáticos y lograr construir análisis serio y profundo que encuentre el trasfondo de los temas nacionales e internacionales que nos aquejan.

Analista político.
@emiliolezama

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses