Hasta hace muy poco el ciudadano mexicano no podía postularse a algún puesto de elección popular si esa era su intención. El único medio posible era a través de un partido político.
La batalla para que en México se permitieran las candidaturas independientes, sin necesidad de ser postulados por un partido, tomó años e incluso exigencias de tribunales internacionales.
Los “independientes” tuvieron su primera prueba en las elecciones intermedias de 2015, de las cuales surgieron varios triunfadores a cargos de elección popular sin haber estado bajo el paraguas de una agrupación política durante la campaña electoral. Después de ese prometedor inicio, en comicios de 2016 y 2017 prácticamente no figuraron.
Hacia la elección presidencial de 2018, la primera de ese tipo en la que podrán competir aspirantes ciudadanos, nueve personas han acudido hasta ahora ante el Instituto Nacional Electoral para comunicar su intención de aparecer en las boletas electorales el año próximo. La contienda para ellos no será fácil. Son los primeros que tienen que acudir ante el INE y a partir de este momento iniciar una cruzada para obtener al menos 866 mil 593 firmas, distribuidas en 17 estados del país, que avalen su candidatura.
Salvo contadas excepciones, el candidato ciudadano aún tiene la huella de la política. La mayoría de quienes se han asumido como tales se encontraban hasta hace unos meses en las filas de algún partido. ¿Por el hecho de abandonarlos se despojan de manera automática de las prácticas arraigadas en esas agrupaciones? ¿Dejan así de pertenecer a la llamada “clase política”?
En el proceso del próximo año seguramente estarán presentes más de una figura que tendrá cuerpo y alma de político, bajo un aura de ciudadano.
Los independientes deben ser una opción diferente. El país necesita una alternativa real a esa clase política que ha ocasionado un desencanto casi generalizado hacia los actos de la vida pública y una desaprobación del estilo de vida del político mexicano.