Acapulco, como buena parte del estado de Guerrero, sigue hundido en la violencia criminal, a pesar de las sucesivas estrategias implementadas los últimos años, la última de ellas millonaria y con la participación de las Fuerzas Armadas y la Policía Federal y estatal, sin que a la fecha se perciban, y existan, ya no digamos efectos positivos en la mínima seguridad y calidad de vida de sus habitantes, sino al menos una disminución de delitos como homicidio o cobro de piso, que hoy tienen literalmente estancada a la economía local y arrinconada a la sociedad.

Tras varios años, la violencia en el antaño mundialmente famoso puerto se ha prácticamente normalizado, lo que ha repercutido en la principal y casi única industria y fuente de divisas de Acapulco, el turismo, cerrando a su vez la fuente de empleo para los lugareños y con ello también el círculo vicioso que hace posible —además del mercado ilegal— el crecimiento y mantenimiento de las organizaciones criminales, la pobreza, que acerca al crimen, más por necesidad que por deseo, a miles de jóvenes sin otra alternativa de sustento.

Por años el enfoque de los esquemas de combate al crimen organizado en Acapulco se han concentrado, erróneamente, como en el resto del país, en atacar los efectos y no las causas de esta severa crisis de seguridad, lo que solo ha generado un enorme desgarramiento del tejido social y el aumento de la violencia. Un fracaso rotundo por donde se le vea.

Y hoy en Acapulco este entramado casi ha devenido en parálisis institucional y social y tiene arrinconadas, postradas ante la criminalidad, por un lado a la sociedad y por otro a la autoridad, que no alcanzan a coordinarse ante la adversidad.

Sin duda el tema de la pobreza y su estrecha relación con el fenómeno delictivo es, en el caso de Acapulco, más claro que en ningún otro sitio de nuestro país. Se trata de una ciudad empobrecida, cuya población —casi un millón de habitantes— es la primera en pobreza extrema en México, según el Coneval. Increíblemente, el puerto ocupa el tercer lugar entre las ciudades más violentas del mundo, después de San Pedro Sula, Honduras, y de Caracas, Venezuela, de acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y Justicia Penal.

Pero además, al igual que otras ciudades mexicanas en las que la violencia criminal se ha enquistado, la antigua joya turística mexicana se encuentra avasallada por el crimen, en primer lugar, debido a la inoperancia del sistema de justicia en su conjunto, por la corrupción que da lugar a la colusión entre autoridades y criminales, y por la reinante impunidad, una receta nociva y recurrente en la geografía nacional en la que de hecho se encuentra el origen y solución del problema.

En suma, mientras en Acapulco no se disminuya la pobreza y la desigualdad, seguirá rendido ante la delincuencia.

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