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Al mediodía, La Negrita inicia su encomienda de rescatar a los parroquianos azotados por el calor primaveral de Mérida. Su labor consiste en hacer andar a toda velocidad los ventiladores de aspa, destapar cervezas y servir tragos helados y, lo más importante, que todo mundo baile al ritmo salsa o son cubano. Del resto se encarga la cocina, sacando platos de frijol con puerco, pan de cazón, queso relleno y más botanas yucatecas.

La cantina es una parada obligada cuando se cruza por la esquina de las calles 62 y 49 del centro histórico. El ambiente de fiesta sigue siendo el mismo desde que abrió, unos cuantos años previos al inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Su barra y salones pocas veces están vacíos, ni se diga de la pista, donde tocan bandas en vivo hasta las 10 de la noche que cierra.

De romance musical

El paseo nos lleva hasta la Calle 57, donde suenan los versos de los mejores cantautores, poetas e intérpretes nacidos en Yucatán. Le llaman la “puerta al mundo de la música romántica”, pero realmente es el Museo de la Canción Yucateca, escondido detrás de una casona en color turquesa, sostenida por enormes pilares blancos.

La voz de Armando Manzanero se escucha suavemente en el salón de los fonógrafos y se va perdiendo mientras se camina entre partituras, óleos y esculturas en tamaño real de Guty Cárdenas y Pepe Domínguez.

Las piezas musicales suenan mejor los jueves en la noche, cuando en el parque Santa Lucía se realizan las serenatas yucatecas. Al aire libre, el espectáculo incluye baile, orquesta sinfónica y las jocosas “bombas”.

A un par de cuadras, sobre la 55, se encuentra Kukul Bout’ik. Más que una tienda es un minimuseo de artesanías.

Trabajan joyería, con elementos que remiten a la cultura maya, como el quetzal y la serpiente, pero también fusionan textiles nacionales para diseñar blusas, guayaberas y bolsos.

Para decorar la casa encontramos taburetes con bordados otomíes, portavasos de chaquira huichol e, incluso, fundas bordadas a mano para tablets (un trabajo de más de 40 horas).

Tragos “patito”

Los yucatecos son cerveceros por tradición, así que el amor por la cerveza artesanal ha llegado a la ciudad blanca.

Hermana República, en la Calle 64, es uno de los templos en honor al lúpulo y la malta. El sitio es comandado por el chef yucateco Alex Méndez, quien se encarga de maridar platillos con la cerveza artesanal Patito, cuya fábrica está rumbo al puerto de Progreso.

El mejor lugar está en el patio trasero, con mesas comunales bajo la sombra de una enorme ceiba. Ahí se degusta mejor un pulpo frito con pico de gallo o la receta reinventada del relleno negro, platillos que deben acompañarse por las diferentes variedades de cerveza: las hay con sabor a manzanilla, chocolate y frutos cítricos. Una ronda de cuatro variedades cuesta 55 pesos.

Fiesta en el refrigerador

Mérida parece nunca dormir. Cuando los restaurantes, tiendas y bares están cerrando —ahí por la una de la mañana— hay un sitio que apenas abre: Malahat. La mezcalería se esconde tras los arcos del parque Santa Lucía.

Para entrar hay que rodear un estacionamiento y buscar la puerta de una cámara de refrigeración. Detrás se esconde una pequeña mezcalería, con capacidad para apenas unas 20 almas trasnochadoras que bailan hasta que el sol vuelve a salir.

Y como dicta la frase “el amigo de un amigo, me dijo que”, al día siguiente todos van a “curársela” al Mercado de Santiago, donde se preparan las mejores tortas de cochinita pibil y lechón, con sus respectivas cebollitas y habaneros curtidos.

Sueños rosas

Después de una desvelada, lo que reclamará el cuerpo será un buen descanso. Para eso está Rosas y Xocolate, un hotelito seductor de 17 habitaciones hechas por artesanos, ubicado entre las casonas de Paseo Montejo.

Sus muros de adobe están pintados completamente de rosa mexicano y su mejor secreto son las tinas de baño al aire libre que hay en cada suite, las cuales, todos los días, si el huésped lo desea, pueden ser cubiertas con pétalos de rosas.

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