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Río de Janeiro.— Los ingredientes de la final olímpica de futbol tienen a Brasil a la espera de una gran fiesta... O una tragedia. Ese fantasma ronda Maracaná.

Toda su historia futbolística, la Canarinha esperó por un partido como el de hoy. Una final en casa, por la medalla de oro olímpica, el único título que le falta al pentacampeón del mundo. Por si fuera poco, ante Alemania, el verdugo que le propinó la peor humillación que ha vivido, con aquel 1-7 en la semifinal de la Copa del Mundo.

La selección brasileña acumula siete preseas en la máxima justa deportiva de la humanidad. Plata y bronce solamente. Ese anhelado metal áureo se le ha negado en las finales de Los Ángeles 1984 (Francia), Seúl 1988 (URSS) y Londres 2012 (México). Hoy le resulta inviable perder. Lo tiene prohibido.

Sin embargo, enfrente va a tener a una escuadra teutona que avanzó de ronda sigilosamente. Sin mucho ruido, comenzó a tomar protagonismo, tal y como su estirpe le reclama. En las calles de Río de Janeiro se respira un clima de venganza. Los elementos creen que pueden vengarse de aquella goleada en el Mineirao hace dos años. La Sub-23 de la Verdeamarela deja entrever que es hora del desquite, pese a que el encuentro es de otra categoría.

“Queremos el oro, pero sabemos que con Alemania se creará un clima [de revancha]. Vamos a intentar estar lejos de eso y buscar ganar. La medalla es lo que nos importa”, señala el volante Renato Augusto.

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