Francia quiere parecerse a Antonie Griezmann, joven, dinámica, ofensiva, trabajadora y perfeccionista, humilde y temperamental. El jugador del Atlético de Madrid está llamado a ser el rostro de la selección gala que mañana debuta en la Eurocopa que se celebra en su país.

A sus 25 años y con apenas 27 partidos con la camiseta "bleu", el jugador de Macon se ha convertido en el preferido de los franceses, que desde hace años buscan, sin éxito, un ídolo que encabece la selección.

La ausencia de Karim Benzema, el francés más cotizado del momento, por los problemas que arrastra con la justicia de su país, ha dejado más expuesto al atacante rojiblanco, que tras la gran temporada que ha completado en su club lleva sobre sus espaldas buena parte de las esperanzas de Francia.

Griezmann puede salir coronado de esta Eurocopa, en la estela de un Zinedine Zidane en 1998, o trasquilado, como el Frank Ribéry de 2010.

El jugador está preparado para soportar la presión, pese a ese aspecto frágil al que le condenan su cara imberbe y su aspecto aniñado.

Griezmann ha sabido aislarse de toda fuente de conflicto y su nombre no aparece ligado a la crónica social, ni a la de sucesos, a diferencia de lo que les sucede a algunos de sus compañeros.

Al contrario, el colchonero goza de una reputación de joven asentado, padre responsable y feliz en familia, muy integrado en España, donde llegó con 14 años (su pareja es de San Sebastián) pero que nunca ha renegado de sus orígenes franceses.

Una imagen que no siempre ha sido tan buena. El atacante conserva aún la cicatriz del resbalón que cometió en 2012, cuando abandonó una concentración de la selección sub-20 para escaparse a una discoteca de París.

Fue un borrón que pagó caro, puesto que, al igual que los otros compañeros de juerga, fue suspendido durante dos años de toda participación en una selección francesa.

Aquel episodio marcó de forma profunda a Griezmann, que a diferencia de otros de los sancionados no rechistó.

Acató el castigo con resignación, una actitud que acabó por darle frutos, puesto que es el único que volvió a la selección de los cuatro díscolos.

Lo hizo a medida que sus actuaciones con la Real Sociedad primero, pero sobre todo con el Atlético de Madrid, le propulsaron al centro del escenario futbolístico español.

¿Cómo podía Deschamps prescindir de un jugador que toda España ensalzaba? A regañadientes, el seleccionador contradijo su principio de que, para ser "bleu" además de tener mucha calidad había que ser irreprochable fuera de los terrenos de juego.

Así se ganó un puesto en el grupo de Deschammps, que le convocó para el Mundial de 2014, donde fue una de las revelaciones de la selección, por su descaro y su espíritu de equipo.

Sus lágrimas en la noche en la que Francia cayó en cuartos de final contra Alemania fueron ya el rostro de aquella selección: un niño llorando fue la mejor metáfora de un joven grupo que todavía carecía de la suficiente fuerza y experiencia para llegar lejos en las grandes citas internacionales.

Ahora, Griezmann aparece más maduro y responsable, capaz de soportar el peso de la anfitriona en esta competición. El talento nadie se lo niega. La personalidad, forjada a base de esfuerzo, tampoco.

El joven Griezmann nacido en Macon el 21 de marzo de 1991, abandonó el domicilio familiar en la Borgoña francesa, con 14 años. Con lágrimas en los ojos, el jugador fue a San Sebastián a probar suerte, después de que todos los clubes franceses en los que probó fortuna le consideraran demasiado endeble. No estaba hecho para el fogoso fútbol galo.

Pero eso no arrendó al delantero, que no dudó en hacer las maletas con dirección a un país extranjero, donde se hablaba un idioma diferente. Se instaló en el País Vasco francés, en casa de Eric Olhats, el ojeador del equipo donostiarra en el mercado francés, al que ahora considera como su segundo padre.

Aquella etapa marcó a fuego su personalidad y convirtió al niño en un hombre de carácter que no se achica ante las dificultades. EFE

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses