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Es el 11 de febrero de 1990 en Tokio Japón. En el décimo round de la pelea estelar, el desconocido James “Buster” Douglas conecta un uppercut que ocasiona que la nuca de Mike Tyson bese su espalda  por  la sacudida. Una ráfaga de golpes rectos terminan con la violencia de Tyson, que en la lona luce como un bebé aprendiendo a ponerse de pie.

Hincado, “Iron Mike” apenas puede morder de lado el protector bucal y se levanta sólo para ser abrazado por el mexicano Octavio Meyrán, réferi que contó los últimos 10 segundos del fin del reinado del hombre más malo del boxeo.

Con sus brazos y pecho, Meyrán sujeta los 90 kilos que en ese momento casi son peso muerto de Tyson. Su invicto termina en los puños de un desconocido que subió al ring con las apuestas 42-1 en contra, y de paso acabó con la carrera del mexicano, que nunca volvió a estar en una pelea de campeonato por las represalias contra el trabajo que hizo aquel día en Tokio.

En el octavo asalto, Tyson envió al suelo a Douglas con un potente uppercut. “Buster” se levantó a los 9 segundos. Pero según el equipo del campeón, Meyrán realizó un conteo largo que pasó los 10 segundos.

Esa percepción no se la perdonaron al capitalino, que se fue perdiendo de los encordados hasta que el 26 de marzo de 1992 presentó su renuncia a la licencia de réferi que le otorgó la Comisión de Box del Distrito Federal. De esa forma terminó el andar como tercero sobre la superficie de Octavio Meyrán.

Una carrera de réferi que inició por imitación a Ernesto Magaña, con quien Meyrán trabajó en la venta de pantalones de mezclilla cuando regresó de Estados Unidos al no poder regular su situación migratoria.

“La razón por la que yo me adentré en el boxeo fue por imitar a Ernesto Magaña. Un año después de regresar de Estados Unidos [1968] me adentré en la venta de pantalones de mezclilla con Ernesto, quien también era réferi. En una ocasión que lo acompañé a un viaje a Veracruz me di cuenta que todo el mundo lo reconocía por su trabajo en el boxeo, entonces me dije ‘si voy a entrar al negocio de las ventas y al maestro Magaña lo conocen sus clientes por el boxeo y le va muy bien, entonces yo también voy hacer lo mismo’”, declaró Meyrán.

Lo que en un principio para Octavio Meyrán sólo era una herramienta para incrementar sus ingresos se convirtió en una pasión que lo llevó a dirigir cientos de combates en México; además tuvo la oportunidad de visitar Japón, Corea, Inglaterra y en varias ocasiones Estados Unidos, donde adquirió el mote del “mejor réferi del mundo”.

“En mi comienzo muchas personas me arroparon, a pesar de que mi primera experiencia fue terrible porque cometí un tremendo error. Mi primera aparición fue en los Guantes de oro que se organizó en la Arena Revolución. Sin conocer el reglamento me echaron para arriba. Le paré la pelea a un boxeador, aunque era poca la sangre que le salió, por ese error me bañaron de todos los líquidos habidos y por haber, fríos y calientes. Así aprendí”.

Pero eso no frenó el ímpetu de Meyrán, quien con 24 años de edad se adentró a la Arena Coliseo no a ver boxeo, sino la forma en que se desenvolvían los réferis.

“Aprendí el reglamento profesional y empecé a trabajar con cuatro funciones por semana”.

El 2 de octubre de 1968, Octavio recibió su licencia como réferi profesional y recibió su primera oportunidad en una reyerta de importancia, en la pelea de Ultiminio Ramos contra el filipino Rudy González.

Meyrán se fue a vivir a Monterrey para trabajar. Tras dos años allá tuvo su primer pleito de título mundial.

“La empresa que daba las funciones en el Distrito Federal organizó la pelea de José “Mantequilla” Nápoles contra Adolph Pruitt en la Plaza Memorial, que ganó por nocaut”.

A pesar de que cada vez era más requerido en arenas de todo el país, Meyrán no desatendió su faceta de representante de ventas, pues de réferi en la época de los 70 cobraba de 130 a 500 pesos. “No se podía vivir con ese sueldo”.

En 1980 Octavio trascendió fronteras al estar en el choque entre el nicaragüense Alexis Argüello y Rubén Castillo, en Tucson, Arizona.

Como en cascada, las llamadas para trabajar en los encordados llegaron para el mexicano.

Hasta que el 11 de febrero de 1990 en Tokio, la fortuna terminó para Tyson y Meyrán.

“Nos hizo perder un negocio de 200 millones de dólares, me dijo a grito abierto José Sulaimán. Don King estaba que echaba espuma por las orejas, la nariz, por todos lados, pero nunca me atacó”, recordó.

Y es que el plan de Don King era que Mike Tyson se midiera con Evander Hollyfield, apenas superara el “entrenamiento” que representaba Douglas, pero todo se vino abajo con el uppercut demoledor.

Además de los recuerdos, de esa noche don Octavio Meyrán conserva el protector bucal de Mike Tyson, que alguna vez le quisieron comprar en 10 mil dólares.

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