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Con 20 artesanas de Tlamacazapa, Guerrero, el despacho del diseñador Moisés Hernández desarrolló una nueva artesanía de palma que, a diferencia de las que por generaciones hacían las mujeres de allí, no obliga a un alto desperdicio de agua, el bien más escaso en esta localidad de Taxco que presenta altos índices de pobreza.

La introducción de una celulosa de color dorado —que al tiempo que permite ahorrar agua hace con su color un homenaje a la apreciada palma que los martes llevan a vender en Tlamacazapa— no es la única innovación a la que se llegó con esta dupla entre diseñadores y artesanos. El intercambio se estableció a partir de un apoyo del programa Cultura en Armonía de la Secretaría de Cultura; implicó una estrategia de investigación y desarrollo de productos, pero también de estudio de la comunidad y de sus formas de trabajo, de sustentabilidad y comercialización. A los diseñadores les implicó hacer más de 20 viajes a esta alejada localidad; para las artesanas ha sido desde aprender a llegar a la Ciudad de México y moverse en el Metro, hasta dejar atrás los moldes de cartón para adoptar los que se diseñan en la computadora.

Hace años que existen proyectos entre diseñadores y artesanos, y son múltiples los caminos que se toman; muchos han sido desafortunados, a veces porque hay un robo del trabajo del artesano, en otras porque no hay acuerdo en las formas de trabajo, en muchas porque se crean falsas expectativas.

Pero también ha pasado lo contrario: casos donde el intercambio ha arrojado experiencias de conocimiento, líneas de diseño, creación de campos de trabajo, innovación en materiales, acuerdos laborales, diseños con lenguajes contemporáneos que surgen de prácticas tradicionales, artesanías con un mayor énfasis funcional, y acuerdos que dejan atrás temas como artesanías en consignación y producción de artesanía a manera de maquila.

Se privilegia, más bien, el trabajo de un diseño hecho a mano, con técnicas y saberes tradicionales. Se habla incluso un nuevo lenguaje: por ejemplo, Dulce Martínez, diseñadora y antropóloga que encabeza la Fábrica Social, refiere que en su trabajo con más de 150 mujeres textileras de Hidalgo, Chiapas, Guerrero, Yucatán, Oaxaca y Jalisco ya no se concibe a la artesana como una mujer “pobre e ignorante” sino como una mujer “especializada, profesional en lo que hace”.

Un Diario abierto. “Mi rol como diseñador —dice Hernández al referirse al trabajo con artesanos— va más allá de dibujar. No se trata sólo de hacer formas y colores. Le digo autoproducción, aunque no lo haga yo directamente, pero sí tengo que revisar todo. Es un proyecto comercial donde me encargo de todas las partes de la cadena: diseñar, seguir la producción, comercializar, promocionar, vender en línea en México y otros países, y cobrar”.

Dentro de las líneas de diseño que tiene su despacho existe una llamada Diario, la cual tiene alrededor de 10 “historias”; la mayoría de éstas son desarrollos con comunidades.

Con artesanos, Moisés Hernández lleva trabajando más de nueve años, incluso su tesis de titulación en Ecal, Universidad de Arte y Diseño de Lausana (Suiza), fue acerca del trabajo de José y Felipe, artesanos textiles de Oaxaca, con quienes hoy impulsa una línea de manteles cuyo diseño nació de la observación de los colores de las fachadas de la ciudad de Oaxaca.

“Con Diario tengo la premisa de crear objetos funcionales que puedan entrar en entornos contemporáneos; me doy cuenta de que la gente ve el balero como artesanía, no como juguete. Lo que quiero hacer con Diario es que la gente vea los objetos como lo que son: textiles para mesa, vasos, juguetes, charolas, y quitar el paradigma de que son viejos”. Un contexto adicional, dice el diseñador, es que en el mundo hay necesidad de objetos únicos, donde además las personas —productores, diseñadores, artesanos, vendedores, compradores— son bien tratados.

Diario tiene tres años y entre sus historias con artesanos tiene la de los juguetes en madera con Mario, en San Antonio la Isla, estado de México; plata, en Taxco; mobiliarios, en Huitzilac, Morelos; y barro rojo, en San Marcos Tlapazola, Oaxaca. El despacho tiene una tienda en línea y show room, y además oferta estos productos en tiendas de museos y de diseño.

Para Hernández la palabra clave es la transparencia: “Ellos hacen una apuesta contigo, todas las muestras que hacen se pagan, la idea es que no trabajen gratis; jamás. Es un tema de transparencia y de generar buenas relaciones con los artesanos. Cuando fuimos a Tlamacazapa fuimos muy claros en que estos diseños sólo lo iban a generar con nosotros. Me preocupo por explicarles el proceso que hay que seguir con el producto, al igual que aprendo con ellos dónde compran y cómo consiguen las materias primas. Se aprende mucho. Un diseñador no es experto en nada. Si no aprende, hay soberbia”.

En busca de un comercio justo. Hace 10 años que nació Fábrica Social, donde Dulce Martínez y su equipo buscaban generar una escuela rural de diseño y llevar talleres itinerantes a mujeres rurales; con el tiempo pasó a ser una comercializadora que tiene dos tiendas en la Ciudad de México. “Si no ayudamos a sacar los productos al mercado, no sirve mucho”, argumenta Martínez. Su trabajo hoy conlleva visitar las comunidades, capacitar a las mujeres en diseño, comercio justo, administración y organización.

Fábrica Social propone rescatar lo tradicional; impulsa dos técnicas textiles: el telar de cintura y el bordado en ropa y accesorios. Una de sus estrategias es conseguir fondos para capacitar a las artesanas y luego trabajar con ellas comprando sus piezas: “Tenemos una política de comercio justo, no de consignación; pagamos por hora de trabajo como establecen ellas en sus asambleas (nunca es menos de $30 la hora); y compramos lo que desarrollan en los talleres. Hay además una política de libertad creativa: ellas desarrollan con nosotros unas líneas y pueden desarrollar otras. Consideramos que las artesanas siempre son las diseñadoras de cada pieza. No nos interesan convertirlas en maquila; estas piezas reflejan el conocimiento de estas mujeres y cada pieza es única. Siempre en los talleres decimos en cuánto vendemos, les hablamos de los costos de empaques, rentas, terminado de piezas, costuras adicionales, comercialización. Es muy importante que el proceso sea equitativo y transparente.”

Buscar un impacto. Marisol Centeno inició en 2011 el desarrollo de Bi Yuu, que va a cumplir cinco años como marca y que trabaja con artesanos de Teotitlán del Valle, Oaxaca. Su meta es generar un impacto en la comunidad y para determinarlo hace mediciones del trabajo de campo.

Centeno explica que no basta con tener buenas intenciones sino que hay que detectar las necesidades de la comunidad y respetar tradiciones, usos y costumbres. Su trabajo ha sido también el de reactivar prácticas como la del uso de tintes naturales.

Bi Yuu es una marca especializada en textiles hechos a mano, con innovación en los diseños, que rescata técnicas y que busca un trato equitativo sin generar falsas expectativas: Centeno dice: “Somos una industria creativa joven, con el reto de hacer negocios con un énfasis social. Se trata de generar relaciones equitativas, paralelas; en el desarrollo del producto hay un trabajo experimental conjunto. Bi Yuu genera estos espacios para experimentar y eso es parte del conocimiento”.

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