Enclavada en la zona residencial del distrito de Miraflores, oculta entre edificios departamentales y de oficinas, yace el testimonio arqueológico de la cultura Lima, que habitó la costa del Pacífico andino entre los años 200 y 700 d.C. y dio nombre a la capital de Perú, la Huaca Pucllana.

Hasta 1981, los vecinos del barrio desconocían que ese montículo de tierra de 23 metros de altura, empleado hasta entonces como tiradero de basura, era la “Gran pirámide” que fortificó un sitio ritual construido incesantemente a lo largo de 200 años con nada más que el apilamiento de ladrillos de adobe elaborados a mano.

El arqueólogo José Cconcho, integrante del programa de rescate de la zona arqueológica desde 1992, acota que la cultura Lima se distinguió de todo el mundo prehispánico por su estilo arquitectónico totalmente manual y pensado para la prevención sísmica.

Las huellas de los fabricantes aún pueden notarse sobre los adobes formados en vertical, espaciados por vacíos que, de acuerdo con el especialista, fueron ideados para contrarrestar los estragos sísmicos característicos de la región costera de América del Sur.

Destaca que los muros de la Huaca Pucllana estaban enlucidos, es decir, recubiertos con una capa de barro y pigmentados de amarillo gracias a la limonita, un material obtenido por el proceso de oxidación del hierro.

También la “Gran pirámide” fue erigida en sus 450 metros de largo por 250 de ancho bajo esta proeza de la ingeniería, con ensambles verticales ausentes de la argamasa de barro. Constancia de ello ofrece la parte frontal de la estructura que ya fue liberada de la tierra que le cubría. La parte posterior, alrededor de un 50 por ciento de la pirámide, todavía da la noción de ser nada más que una montaña; sus secretos permanecen ocultos bajo la arena comprimida que caracteriza esta región de Perú.

Financiamiento a cuentagotas

A poco más de tres décadas de investigación en el sitio, usado en etapas posteriores a los Lima por los Ychsma y los Wari como depósito funerario, los avances en rescate, registro y conservación fueron lánguidos en un inicio y han venido agilizándose gracias al creciente interés del Ministerio de Cultura del Perú, pero más por la iniciativa de los arqueólogos interesados, que decidieron poner dinero de su propio bolsillo para financiar los procedimientos.

Dentro del complejo, considerado como un centro netamente religioso, a unos metros de la estructura mayor, se construyó un restaurante de comida peruana gourmet que ayuda a financiar los trabajos arqueológicos.

Actualmente, reconoce Cconcho, el proceso de rescate tiene un avance del 65 por ciento y declara que “en cuanto a conocimiento faltan generaciones” para resolver todas las incógnitas en torno a la civilización que dio identidad a la ciudad costera.

Pese a que la conciencia de rescate arqueológico en Perú se dio a partir de los años 40, no hubo gran atención gubernamental para financiar los procesos de conservación de la mayoría de las zonas arqueológicas del país sino hasta la actualidad.

El Ministerio de Cultura y algunas universidades del extranjero, además de los ingresos económicos por las visitas a las zonas patrimoniales, financian a cuentagotas los trabajos de rescate.

Huaca Pucllana es una de las 375 zonas arqueológicas de Perú que han sido ya sometidas al registro aéreo con la ayuda de drones, con la finalidad de obtener sus propiedades geométricas, elaborar mapas en 3D y medir el impacto de los fenómenos meteorológicos, así como hacer frente a las alertas de posibles invasiones de terrenos en zonas patrimoniales.

En las entrañas de la capital peruana existen decenas de vestigios prehispánicos que no han sido intervenidos por arqueólogos y permanecen sepultados bajo tierra, basura o, en el peor de los casos, sirven como cimientos para la construcción de casas.

sc

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