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El narrador holandés Herman Koch, considerado uno de los más destacados de los Países Bajos, obtuvo gran relevancia internacional por su novela La cena, en la que plantea las repercusiones de la violencia que ejercen los jóvenes, en el mundo moderno. La obra que se tradujo recientemente al español, publicada por Océano, narra la historia de dos parejas que descubren que sus hijos adolescentes asesinaron a un indigente por diversión, y deciden encubrirlos.

En marzo se lanzará en México el siguiente libro de este autor que ha sido merecedor de importantes premios europeos, titulado Estimado señor M.

Han pasado 10 años desde que empezó a escribir La cena.

Sí, recuerdo muy bien que la idea surgió en diciembre de 2005 y la comencé a escribir en 2006.

Tuvo críticas muy positivas, pero también detractores. Se dijo entonces que la obra era provocadora, que justificaba la violencia. ¿Estuvo de acuerdo?

No releo mi obra, cuando me piden que lo haga en alguna tertulia, elijo la primera página para no entrar más en la historia. No me gusta hacerlo, prefiero enfocarme en el siguiente libro. Sin embargo, La cena la recuerdo bien porque se han hecho dos películas, una holandesa que no era muy buena y una italiana, pero le cambiaron muchas cosas, le agregaron montones de situaciones, aunque creo que es bastante buena. Cuando las vi, me dije: “¿Cómo? No puedo creer que otra vez esta historia esté frente a mí”. Yo nunca he trabajado con un guionista, creo que deben hacer con la novela lo que quieran, pero sí me gusta ir a verlas. Pero además he tenido que estar pendiente cuando un libro mío se traduce.

¿Está de acuerdo con que la columna vertebral de ese libro es el dilema moral y la percepción de la violencia?

No lo sé. A mí me gusta usar un narrador para que nos explique muy bien la historia. En este caso, me gustó seguir a este personaje que es un tipo razonable, con opiniones que comparto acerca de los restaurantes; pero el personaje se fue volviendo más radical hasta llegar al punto de justificar la violencia de su hijo, ante el crimen que cometió pensó que no tenía toda la culpa. Yo creo que cualquier padre biológico justificaría las cosas terribles que hacen sus hijos, porque los hace pensar en lo que ellos mismos han hecho. Si los padres siempre están malhumorados, si son enérgicos o borrachos, no deberían sorprenderse de que sus hijos también sean así. En este sentido, el verdadero tema del libro es pensar en el lazo de padres e hijos.

Pero ha dicho que esa maldad no tiene que ver con la educación ni la clase social, sino con la genética de los padres.

No lo creo del todo, pero sí hay algo de razón. Hay diferentes teorías al respecto, se ha dicho que una persona es entre 60% y 80% genética y el resto es educación y circunstancias sociales. Se han hecho encuestas en diferentes países acerca de cómo califican su vida y las respuestas han sido muy parecidas, se ha revelado que el mismo porcentaje de un país a otro dice que es feliz. Así que no sólo la violencia es genética, también la felicidad.

Se ha afirmado que la violencia es naturaleza humana.

No lo creo. Las personas somos forzadas a ser violentas ante determinadas circunstancias. Yo sé que estoy preparado para ser violento pero sólo si es necesario; hay otras personas que se sienten vivas con la violencia, por ejemplo los jugadores de futbol americano, les encanta más la pelea que el propio partido. Puedo entender que a los más jóvenes les guste la violencia porque es una cuestión de adrenalina y tienen demasiada testosterona. En la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los chicos de 17 años fueron gustosos a la guerra. En Europa este tipo de sensaciones nos están prohibidas y es el precio que hemos tenido que pagar por ser países supuestamente civilizados.

¿En qué se encuentra trabajando?

En marzo se va a publicar aquí mi siguiente libro que se llama Estimado señor M. Es una obra muy diferente a La cena. El protagonista es un escritor de 80 años que publica una novela basada en hechos reales y se convierte en best seller. No soy yo, pero he jugado un poco con lo que me pasó a mí. Mi personaje narra una historia que se desarrolla en un colegio en donde ha desaparecido un profesor del que nunca se vuelve a saber, los sospechosos de la desaparición son unos jóvenes estudiantes. Como en realidad sí sucedió, el escritor tiene la duda acerca de qué pasó con esos chicos. Un día el escritor recibe una carta de uno de los jóvenes acusados. Ahí empieza el libro.

¿Y qué pasó con usted cuando su libro se convirtió en best seller?

Entendí que no debes creer en el éxito. Le fue muy bien a La cena, se sigue traduciendo, como ha ocurrido ahora con el español, pero he luchado por conservar mi libertad. Tengo que viajar cuando se traducen mis libros, pero también me he obligado a dedicarme sólo a escribir. Sé que soy leído en México y eso me ha hecho muy feliz, incluso me han pedido una fotografía o un autógrafo y por eso sigo viajando para estar cerca de los que me leen.

¿Le sorprende?

Quiero creer en que toda la literatura que se vuelve universal empieza por ser una historia local. Soy holandés y hablo de la sociedad en la que vivo, quizá justo por eso ha funcionado. Los neoyorquinos deben hablar sobre Nueva York, los mexicanos sobre México y sólo las buenas historias, las que están bien contadas, pueden aspirar a ser universales, pero es algo que no puedes planificar, no sabes qué pasará con tus novelas, pero sí puedes ser honesto con tu literatura. Estoy sorprendido con lo que ha pasado con mis libros.

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