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En el ballet son pocos los hombres que logran forjar una carrera destacada en la disciplina. Para conseguirlo, día a día mantienen intensos entrenamientos para convertirse en atletas, luchan contra sus propios cuerpos para estar en forma, se enfrentan a prejuicios machistas y a cuestionamientos acerca de la importancia y viabilidad de su profesión. Además, tienen conciencia de que su carrera como bailarines clásicos terminará antes de los 40 años.

Esta situación se advierte en la Escuela Superior de Danza Clásica y Contemporánea del INBA, donde en los últimos tres años han egresado 82 intérpretes, y sólo 22 de ellos son hombres. Únicamente, 30% encuentra un espacio en una compañía profesional: de 51 bailarines egresados, 20 están bailando profesionalmente.

La figura masculina en la danza clásica surge como una protección para la mujer —representación pura de la delicadeza y fragilidad en el ballet—, y por la necesidad de proyectar fuerza, poder y belleza a la vez, asegura el maestro Jazmany Hernández, quien fue solista durante 10 años de la Compañía Nacional de Danza (CND). 

Hernández, originario de Matanzas, Cuba, se formó como bailarín en la Escuela Cubana de Ballet fundada por Alicia Alonso, donde una de las características de la enseñanza metodológica de la danza clásica es que buscan rasgos físicos muy masculinos para los hombres en escena. El cubano llegó a México en 2002 durante una gira de su compañía. Tenía un boleto de regreso a su país que nunca usó, pues consiguió la oportunidad de ingresar al Taller Coreográfico de la UNAM, dirigido por Gloria Contreras. Ahí estuvo dos años, antes de integrarse a la CND.

El maestro se ha enfrentado a prejucios machistas acerca de que el ballet no es una disciplina artística para hombres y tampoco es una profesión seria. “He tenido que explicar en reuniones lo que implica ser un bailarín clásico, pues la gente piensa que es fácil y que cualquiera puede hacerlo. Las ideas retrógradas sobre la orientación sexual se han generado en la sociedad y en el ballet vienen porque el bailarín genera movimientos suaves que pueden rayar en amaneramientos, y claro, en una sociedad de hombres fuertes y toscos, inquieta que un varón se mueva así y que use mallas y zapatillas de ballet. Para mí, es maravillosa la diversidad, exploto al máximo las cualidades de los bailarines de cualquier orientación sexual, homosexuales y heterosexuales”, dice el director de México City Ballet.

El mexicano Alan Ramírez, quien es homosexual, encontró en el ballet su pasión y vocación. Mucho tiempo en escena luchaba porque sus movimientos y extensiones no fueran muy suaves, porque llegó a considerar que eso podría convertirse en un muro para lo que buscaba: ser un gran bailarín.

Ramírez fue cuerpo de baile en la CND en tres administraciones: la de Darius Blajer, la de Sylvie Reynaud, y la de Laura Morelos. Fue en esta la última donde el joven de 29 años decidió dejar la Compañía por la presión laboral que ejercía sobre ellos la ahora ex directora, incluso, dice, la situación le provocó un miedo constante a hacer lo que por años lo había hecho feliz: bailar.

Después de su salida de la CND y de no gozar de la estabilidad económica con la que contaba, Alan enfrentó la dificultad de ser bailarín clásico y no pertenecer a una compañía formal en México. La poca oferta laboral y los bajos sueldos para bailarines lo hicieron considerar abandonar el ballet y dedicarse a otra cosa, pero más adelante encontró en las artes circenses un lugar para continuar expresándose con el cuerpo, aunque, dice, continúa buscando otra forma de vivir dignamente.

Retirarse o abandonar una compañia establecida es algo que ven lejano los bailarines Esteban Hernández, solista del Ballet de San Francisco, y el cubano Erick Rodríguez, primer bailarín de la CND, sin embargo, es un tema ineludible. De 22 años, las dificultades más grandes a las que se ha enfrentado Hernández son el haberse mudado a otro país a los 13 años, los entrenamientos diarios a los que dice estar acostumbrado y mantener su condición física.

“Claro que he pensado en el retiro, es inevitable. Es una profesión difícil. Aún existe el prejuicio de que el ballet no es para los hombres, pero se debe en gran parte a la desinformación. Si la gente se tomara el tiempo de ir al ballet, de tomar una clase, platicar con un bailarín o simplemente leer algo en Internet, se daría cuenta del tremendo esfuerzo físico y mental que requiere la profesión, que para nada son entrenamientos suaves ni delicados”, expresa el menor de los hermanos Hernández.

En México, ser el primer bailarín de la CND es el máximo rango al que aspira un joven bailarín, Erick Rodríguez lo sabe. Perteneció al Ballet Nacional de Cuba, y en 2002 entró a la CND siendo cuerpo de baile. Fue Sylvie Raynaud quien lo nombró primer bailarín tras años de esfuerzo y preparación. Rodríguez encontró en México gran contraste con la educación dancística en Cuba, pues, explica, al contrario de su país, en México existe la infraestructura y las instituciones suficientes para la educación y formación de bailarines clásicos, pero irónicamente, no hay suficientes compañías que los respalden como profesionales, pues asegura que en el país, de tal forma que los bailarines que no pertenecen a compañías trabajan “por amor al arte”.

Rodríguez piensa en el retiro y ve en él la oportunidad de dedicarse a la docencia, ser coreógrafo o director, pues sabe que en el ballet, a partir de los 36 años, ya se es un veterano, además de que la fortaleza corporal se deteriora al punto en el que éste ya no responde. “Ese es el precio de someter tu cuerpo a duros entrenamientos y exigirle tanto durante años. Somos atletas de alto rendimiento”, dice.

Los hombres en el ballet no sólo son responsables de su cuerpo, lo son también del cuerpo de sus parejas, las bailarinas. Se entrenan para soportar el peso de ambos, es por eso que, si hay errores en la ejecución la culpa recae en ellos y los obliga a exigir a sus cuerpos tanto, que en ocasiones las lesiones irreversibles son inminentes.

Cuando Carlos Quezada, fotográfo de danza, llegó al ballet tenía 18 años, ya era muy grande para una disciplina que pide a sus ejecutantes iniciar en la niñez. El rigor físico que le exigía el ballet a Carlos pasó la factura a corto plazo. Muy al inicio de su carrera como bailarín clásico, la vida del ahora joven fotógrafo, se convirtió en un ir y venir a clínicas para ser intervenido quirúrgicamente, esto, sólo para regresar a las tablas y lesionarse nuevamente. El retiro era inevitable para él. “Fue una etapa muy difícil para mí. No sabía qué seguía, entonces descubrí la fotografía”, menciona Quezada.

The Male Dancer Project nació a partir de lo que para Quezada es más importante: mostrar las capacidades extraordinarias de los bailarines de ballet, darle el valor que le corresponde a la figura masculina y exaltar esta capacidad que tiene el varón en la danza clásica: ser bello, poderoso y delicado a la vez. Importantes bailarines a nivel mundial han sido tomados por el lente de Quezada, proyectando esa fortaleza que, sostiene, tiene el hombre, quien al igual que una mujer posee un cuerpo lleno de virtudes estéticas.

“Trabajo en Alemania desde hace tiempo, ahí, importantes bailarines se han acercado a preguntarme qué pasa en México, por qué siendo un país de grandes artistas el ballet no es catapultado como debería”, expresa.

Para un hombre, dedicarse a la danza representa varios obstáculos, la barrera geográfica es uno de ellos. Las más importantes escuelas de formación dancística se encuentran en Monterrey y Ciudad de México; aunque muchos estados del país cuentan con escuelas y academias que ofrecen esta educación artística, no logran compararse con las importantes compañías de alcance nacional e internacional.

Raúl Fernández fue primer bailarín de la CND y ahora se desempeña como maestro en la misma. A los 18 años se separó de su familia, la que describe como muy unida y numerosa, en su natal Veracruz para trasladarse a Torreón y estudiar danza contemporánea, empeño que creían sus padres sería momentáneo antes de que él eligiera una profesión de “verdad”.

El maestro Fernández llegó al ballet por aptitudes físicas y nunca abandonó su vocación. Por su disciplina fue nombrado primer bailarín de la CND en la que estuvo durante 12 años hasta su retiro en este cargo, en 2010.

“Después de una vida dedicada al ballet, el retiro es difícil y hay que pensarlo muy bien, pues debes retirarte con dignidad. Debes ser consiente que habrá momentos donde el cuerpo ya no hará las mismas actividades con facilidad, y a esto hay que sumarle que llegan nuevas generaciones con toda la energía”. dice el maestro.

En México, una vez que un joven es nombrado primer bailarín, ya no hay más, a partir de ahí, todo es un descenso. Pese a las dificultades, estos bailarines clásicos han roto esquemas y destruido prejuicios con disciplina, trabajo y con la fuerza de su cuerpo, con el que han embellecido la danza clásica.

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